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El 24 de marzo se cumplieron  35 años del asesinato del Arzobispo Oscar Arnulfo Romero de El Salvador, cuya beatificación fue ordenada por el Papa Francisco, luego de 21 años de tramitación  en El Vaticano. La demora en el proceso no fue fortuita: Romero perteneció a la Iglesia que en los años 70 y 80 se alineó con las luchas sociales de la población más pobre de América Latina y desde el púlpito se pronunció contra las autoridades locales y foráneas, que se aliaron con los militares para reprimir. Así se ganó enemigos en el poder y a cambio de sus palabras, con las cuales intentaba establecer el diálogo en un país en guerra, obtuvo una bala que le destrozó el corazón.

Conocí al Arzobispo en San Salvador y lo entrevisté una semana antes de su muerte, en la misma Iglesia donde fue asesinado el 24 de marzo. Al enterarme de su beatificación recordé a los campesinos que lo esperaban para saludarlo en la puerta de la Catedral de San Salvador: “Él es un santo”, decían y ese era un acto de fe, más potente que cualquier otro. En esos días miles de campesinos habían sido desplazados desde los campos donde se enfrentaba la guerrilla de izquierda contra los militares. Dirigentes sindicales y sociales amanecían muertos en las calles y en los velatorios el hedor a cuerpo en descomposición era más fuerte que cualquier cualquier incienso. Si ibas al campo y volvías a la capital  bordeando el toque de queda corrías el riego de encontrarte con una patrulla militar amenazante o de quedar en medio de un enfrentamiento y salir sola pasadas las seis de la tarde era casi suicida (me di cuenta de eso un día en que volví tarde de una entrevista).

Romero era un tremendo líder  y no solamente lo pensaba la gente del pueblo, sino también intelectuales de peso, como Ignacio Ellacuría, teólogo y filósofo, rector de la Universidad Centroamericana (UCA) y sacerdote jesuita, quien fue asesinado en 1989  junto a otros cinco sacerdotes que vivían con él, la cocinera y su hija de quince años.

Pero hubo un tiempo en que arzobispo y Ellacuría estuvieron en caminos distintos y el pastor de origen humilde fue crítico de la influencia de los jesuitas. Pero, al igual que Saulo, el sacerdote conservador que era Romero tuvo una conversión y ambos sufrieron el martirologio.

En odio a la fe

El proceso de canonización de Romero se inició en 1994, pero permaneció archivado mientras el cardenal Joseph Ratzinger estaba al frente de la Congregación de la Causa de los Santos y continuó entre los archivos cuando Ratzinger se convirtió en Benedicto XVI. La llegada de Jorge Vergoglio, el Papa Francisco, al Vaticano en 2013 permitió su rescate. El martes 3 de febrero el Pontìfice  firmó el decreto que en enero había calificado al obispo salvadoreño como mártir in odium fidei (en odio a la fe), por lo que podrá ser beatificado sin la necesidad de un milagro. En El Salvador sus seguidores recibieron jubilosos la noticia y esperan el momento en que la medida se haga realidad.

 

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– No soy un líder. He ido adaptando mi conducta a las circunstancias de persecución de la Iglesia, de la violación a los derechos del hombre. Tal vez antes habría parecido estridente, como lo hago ahora, mi adhesión al Evangelio- me dijo cuando nos reunimos en una oficina al lado de la Catedral de El Salvador, a las ocho de la mañana de un lunes. Una semana después fue asesinado.

La cita había sido concertada el día anterior después de la Misa y tras recibir el premio a otorgado por la Acción Ecuménica de Suecia. Entonces, tras la ceremonia, pude ver el cariño de los fieles a quienes saludaba con infinita paciencia bajo el inclemente sol  en la puerta de la Catedral, la misma donde serían velados – en medio de un fuerte hedor a incienso y a cuerpos en descomposición- dirigentes sindicales asesinados en esos días. A él le habían pedido que oficiara la ceremonia fúnebre, pero finalmente no lo hizo, tensionado como estaba entre las demandas de la jerarquía de Roma y las de su pueblo.

Su tarea en ese momento era propiciar el diálogo y así lo dejó en claro en la entrevista:

– Es preciso tomar en cuenta que la Iglesia no es solo la jerarquía sino también todos los cristianos que pertenecen a ella. Y en ese sentido hay hombres muy valiosos que pertenecen a todos los sectores políticos. Como jerarquía sentimos que estamos haciendo el diálogo. Pero no hay que olvidar que a partir del Concilio Vaticano II la institución respeta mucho el concepto las instituciones humanas. Hay cosas que los hombres deben hacer solos y la Iglesia respeta estos derechos- dijo.

Le pregunté por sus relación con El Vaticano y me contó que había estado en Roma con el Papa Juan Pablo II un mes antes, quién lo había alentado – según sus palabras- a seguir  con su Pastoral aunque fuera difícil; cuidándose, eso sí, de las infiltraciones. Frente a eso su postura fue categórica: “Le aclaré que en nuestro país no se podía hablar tan simplemente de una lucha anticomunista, porque esa palabra la usa el capitalismo y la oligarquía. Y para ellos anticomunismo no es la defensa del cristianismo sino la de sus intereses. Entonces todo lo que se opone a sus egoísmos, a sus privilegios lo llaman comunismo”.

Agregó que creía que el Papa lo había entendido. Tal vez sí; pero eso no impidió que fuera detenido el proceso de su canonización, por temor a resucitar el fantasma de la curia rebelde del Congreso de Medellín. Esa que predicaba la justicia social que Romero hizo suya:

– La paz es fruto de la justicia, por tanto no solamente deseo una paz sino predico las bases para ello. Y digo que mientras no haya justicia social, mientras las reformas no se hagan en el respeto a lo que quiere el pueblo, no va existir una paz verdadera- reiteró en la entrevista y predicó en su última homilía antes se ser derribado por un disparo que lo alcanzó en el pecho.

Lo que siguió luego fue una prolongada guerra civil, donde se enfrentaron grupos guerrilleros y militares salvadoreños apoyados por Estados Unidos. Cifras estimativas hablan de 75.000 muertos, en su mayoría civiles, número equivalente a un 2% de la población de entonces. Además de los muertos hubo un estancamiento del desarrollo económico y miles de salvadoreños abandonaron su país. La guerra terminó en enero de 1992 con la firma de los Acuerdos de Paz entre el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el gobierno salvadoreño, acuerdo que abriría paso a un proceso de democratización. Uno de los negociadores de ese acuerdo, el entonces dirigente del Frente Farabundo Martì Salvador Sánchez Cerén, es hoy el presidente de la nación.

El autor intelectual del asesinato del obispo Romero, Roberto D’Aubuisson Arrieta fue el fundador de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), partido derechista opositor al actual gobierno de El Salvador, militar de formación  y miembro de grupos paramilitares derechistas . Aunque la Comisión de la Verdad, de las Naciones Unidas reconoció su participación en este magnicidio, nunca fue condenado.

Foto archivo revista Cosas .

 

 

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