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Lucila fue una mujer excepcional, pese a que toda su vida estuvo colmada de obstáculos. Nació en un lugar inhóspito, su padre la abandonó desde muy pequeña, creció en la pobreza y padeció por amor. Sin embargo, ella logró levantarse una y otra vez. Se aferró a su tierra de la misma forma en que una planta lo hace para erguirse ante las inclemencias del entorno. Su pasión por la docencia y su habilidad con las letras serían reconocidos antes en el extranjero que en su propio país. Este año, y en el mes de su aniversario, lo que todos recuerdan de ella es que fue galardonada con el Premio Nobel de Literatura. Pero esta vez yo quiero detenerme en la mujer, Lucila; un referente femenino cuya verdadera imagen no quiere desvelar el poder.

Nació en la cuarta región, en la ciudad de Vicuña, un 7 de abril. Es hija de Petronila Alcayaga y Juan Godoy, un maestro rural que la abandonó a la edad de tres años. Lucila Godoy Alcayaga —como la bautizaron sus padres— comenzó a trabajar desde pequeña; aunque no siguió el destino de la mayoría de las mujeres pobres de la época. Entre 1904 y 1909 escribe en periódicos, comienza a trabajar como profesora y, como todos, sufre por amor —se suicida Romelio, quien fuera su novio durante mucho tiempo—. Desde ese momento, se dedica solo a su trabajo en el aula y, por supuesto, a escribir. Más tarde, tendría el coraje de enviar sus escritos a los Juegos Florales, en los cuales obtiene, sin esperarlo, el más importante galardón con Los Sonetos de la Muerte. Lucila, austera, prudente, observa entre el público sin recibir sus premios. Este reconocimiento la marcaría para siempre.

Lo que ocurre después, ya es sabido. Formaliza su carrera docente, es nombrada directora de un importante liceo y comienzan sus viajes al extranjero. De este modo, Lucila participa en conferencias, dicta cursos y hasta es considerada en la elaboración de políticas educacionales (México). Asimismo, es nombrada cónsul en diferentes países, y continúa escribiendo. Pero tras batallar contra una enfermedad duradera, Lucila fallece lejos de su patria, en Nueva York, la que ahora siente su partida, después de años de desdén.

Hoy la mayoría de los chilenos recuerdan a “la poetisa”, lo que es cierto. No obstante, yo quiero rememorar a la mujer detrás del seudónimo: Lucila. La misma que educó a tantas niñas y adolescentes que pasaron por sus aulas; que siguió apegada a la religión, incluso tras la adversidad; que forjó su identidad en el pueblo, sin olvidar jamás sus raíces; que vivió la desdicha en el amor, al igual que cientos de otras mujeres, y la misma que encontró en las letras un espacio pulcro para expresar sus emociones y ser la voz de todas las mujeres acalladas por el machismo enquistado en nuestra sociedad.

Aunque los sectores más conservadores del país se refieren a ella como “la poetisa” o “la maestra rural”, somos una gran mayoría los que consideramos que Lucila fue una mujer brillante, una pionera, un referente femenino a seguir. La voz hecha verso de un sinnúmero de mujeres atormentadas por las injusticias que les tocó vivir.

Varios han tratado de tergiversar su legado y reducirla a un galardón, pero Lucila está más vigente que nunca. Se ve reflejada en cada una de las mujeres que son maltratadas y  que la justicia no acompaña; las mujeres que tienen un salario inferior al de sus compañeros; las mujeres que son víctimas de violencia de género; las mujeres que son capaces de dar la vida por sus hijos; las mujeres sobresalientes que no son reconocidas por su entorno ni por su patria; las mujeres populares que día a día deben trabajar para educar a sus hijos, en un país cuya distribución de ingresos es enormemente desigual, y tantas otras que como Lucila deben lidiar con una cultura patriarcal, sustentada en la misoginia.

Lucila fue una mujer que tuvo que sortear toda clase de dificultades para llegar a ser, finalmente, reconocida por nuestro país. Y no es el clásico ejemplo de mujer sumisa, sosegada, machista, conservadora… como quiere el poder hacer creer, sino más bien se trata una mujer valiente, empoderada, feminista, letrada, política, madre y, tal vez, aunque moleste,  lesbiana. Un verdadero referente para la mujer chilena contemporánea.

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