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Nos pasamos la vida reafirmando nuestra identidad, buscando el hecho, el rasgo o la razón que nos haga distintos, realmente que nos haga sentirnos como distintos entre iguales. Distintos, sí, pero aceptados por la mayoría, porque cuando alguien es diferente por un hecho, rasgo o razón minoritarios la diferencia se transforma en una barrera y duele, duele mucho a quien la sufre.

La reafirmación de nuestra identidad es el mensaje preferido de las marcas, la exaltación de un ego sensible al halago y refractario a la crítica. Conecta con el espíritu más primario del ser humano: triunfar sobre las limitaciones que la naturaleza impone, un vano intento de convencer a la muerte.

La vanidad, hija del deseo de distinción y del miedo a la soledad, es un monstruo que hace parecer a uno más bello cuando se mira al espejo y, sin embargo, no es el cristal quien engaña, sino el reflejo errante de nuestra personalidad secuestrada.

Nos engañamos a nosotros mismos pensando que somos diferentes, consumiendo los mismos productos que otros millones de diferentes, comportándonos como otros millones de diferentes, empeñados en dejar huellas fácilmente delebles con el paso de otros millones de diferentes, reafirmando nuestra diferencia al mismo tiempo que otros millones de diferentes. Nunca hemos sido más iguales en la búsqueda de la diferenciación.

Esta sociedad líquida, que deja poca marca, quiere condenarnos a crearnos y creernos un personaje lejos de nuestra persona, en la distancia de nuestro auténtico yo, que es aquel que solo existe cuando encuentra su legitimación en el otro. Un personaje que a menudo devora la personalidad que camina sedada a su lado.

Yo no quiero ser una persona distinta, sino una mejor persona.

No quiero perderme intentando hallar mi identidad diferenciadora, sino encontrarme con otras personas felices de compartir su personalidad.

No quiero encarnar un personaje que guste a la mayoría, sino reconocerme en mis errores, aprender de ellos, dejarme seducir por las buenas ideas de mis iguales.

No quiero reafirmarme en quien me gustaría ser según los cánones del momento, sino en quien soy, para que me acompañe hasta quien seré.

Yo no busco mi identidad, sino la tuya.

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