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Para Eduardo, Marta, Mirna, Cecilia y Cristina los amigos y amigas “del pueblito”.

Ciertamente el muerto es Pedro, y yo no sé cómo explicarlo a ustedes. Para mí no se ha muerto el escritor, toda la noche no he dormido, toda la noche he llorado lágrimas de sal. Tener 16 años, vivir en dictadura y en barrio militar, ya no aguantar la vida un minuto en esos días de mierda (y no es metáfora) y entonces ir a refugiarme a lo que se le llamaba “el pueblito” un centro artesanal para pitucos, pero mucho, mucho, mucho más que eso para mí.

Allí con mi adolescencia dando tumbos y arrancando de la barbarie, conocí a Eduardo, un hombre que se suicidó de desesperación (y que pasó la noche anterior durmiendo en mi pieza), y a Marta, ambos una pareja jipi que había decidido vivir de artesanos. También a Mirna y Cecilia con sus antigüedades. Todos los días después del colegio, yo me iba a fumar mi cigarro al interior del taller de barro, todos los días durante cinco años buscando la esperanza.

Y entonces conocí a Pedro Mardones, desde el primer día conversamos, nos peleamos, y sobretodo nos quisimos muchísimo, fumando como chinos. Allí yo era el “chico”, el cabro rabioso y clase mediero. Mi primera militancia se la conté a Pedro, mi primera polola de verdad, mis primeros poemas serios, que una vez me pidió para mostrarlos a sus amigos, como si fuese mi hermano mayor, mi hermano mayor. Allí me recibió después de grandes caídas mías diciéndome que no me asustara de mi fragilidad, allí él me contó sus penas, sus fracasos, sus marginaciones. Allí conversamos en el pasto frente a un ajedrez gigante, compartimos pan con mortadela, nos reímos de tonteras. Ahí lloramos juntos la pérdida de Eduardo, allí pateamos la perra entre antigüedades y corbatas con el logo de la Unidad Popular. Allí yo sentí que él se refugiaba en mí y yo en él, porque era poco lo que podíamos esperar en esos tiempos, recién comenzaba la rebelión y la dignidad.

-Que voy a hacer Fesal. No tengo donde caerme muerto.
-Haz clases pues Pedro.
-Clases, clases, claro si me han echado de todas las escuelas por maricón pues Fesal.
-Pucha Pedro no sé, vamos a almorzar a la casa.
-Bueno chico, pero antes deja leerte esto cuentos que saqué en unas cuartillas.
-Son re güenos Pedro, son güenos…
-Si tú lo dices chico, si tú lo dices…Ya vamos a comer algo. Esa carta tuya a la pololita es media siútica.
-Sí, en realidad es como muy sufrida.
-Oye y yo de falda, no te complica que te vean conmigo en el barrio?
-Porque me van a complicar los huevones Pedro, milicos de mierda, que se la coman.
(Verano del 83)

Después, cuando me fui de mi casa, siempre tuvo gestos, ir a mi pequeña pieza, llevar pan con mantequilla, invitarme a caminar. Para una Fiesta de Los Abrazos, ya en la década del 2000, donde yo leía mis poemas y él se aparecía como invitado estrella, llegó y me abrazó muy fuerte, la gente que no me conoce como escritor, se extrañaba que este hombre me diera besos tan latigudos y risueños, como si yo fuera una celebridad en el escenario y lo que no sabía es que en realidad el me abrazaba como “el chico” del “pueblito”. Eran los recuerdos que nos llegaban al alma, era la historia de un hombre de 30 años y de un seminiño asombrado de 16, que se habían hecho amigos en la noche más negra de Chile. 

Y cuando me ibas a ver al departamento del Parque Bustamante y entonces comíamos pizza en pan y después nos íbamos a fumar yerba al forestal? Mirábamos a unas gordas enormes que jugaban con unos globos y nos reíamos mucho, te acuerdas Pedro querido? Nadie creería que robábamos libros en la Feria a la orilla del Mapocho, y que todos esos viejujos que firmaban autógrafos no te conocían, pero llegábamos a mi pieza y tocábamos las portadas como si fueran tesoros… O que a veces te quedabas en otra parte, en la casa de Eduardo, porque en la población cuando llegabas muy tarde te tocaban el poto y te gritaban maricón culiao, y me contabas que la homofobia de los tuyos era descarnada…

(Verano del 86)

Hasta hace poco y si bien no nos veíamos, conversábamos por mail. Su pregunta hermosa y delicada: ¿”cómo están tus letras, chico”? Me invitó a su departamento y nunca pudimos coordinarnos, en fin. Como les explico, no es el escritor, es Pedro para mí, mi Pedro, mi amigo que me mostró otra vida, otro mundo. El mundo de los muchos que somos diferentes a la medianía, que tenemos determinaciones de distinto tipo y modos que no gustan a mayorías circunstanciales e ignorantes, que luego nos toman como modas. El mundo de la pérdida del miedo. El de la valentía de ser uno mismo.

Y yo aprendí. Por ello seguiré escribiendo siempre en su memoria, no en la del escritor exitoso, sino en la del hombre de 30 años que no veía horizonte alguno, que nadie reconocía, que todos rechazaban, hasta los izquierdistas de ese tiempo y los transeúntes que se alejaban como si tuviese tiña. En nombre de mi amigo, profesor de arte echado de todas las escuelas y que no podía más que ser vendedor de artesanías. Y en nombre de ese chico de 16 años, que no tuvo miedo a nadie y que caminó a su lado tan orgulloso como él por las calles de un Chile degollado.

 

Sitiocero Cultura

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Alguien comentó sobre “Pedro (Lemebel) y un seminiño asombrado

  1. Las nostalgias enriquecen, esta claro. Me alegra haber estado y ser con él. Myrna, La Ceci, Marta, Jaime, son partes de la memoria de tiempos atesorados. Por suerte, con Pedro siempre estuvimos, peleamos, nos reconciliamos, hicimos tallarines y pelambres, cuentos, dibujos, poemas solo leídos porque nos avergonzaba la fragilidad. Me alegra haber estado también para él cada día de sus últimos días. “alita” quebrada y rota que nos acompañará siempre.

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