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Cuando supe de la ola de asesinatos en París, mi primer sentimiento fue de gran preocupación. En los lugares atacados perfectamente podrían haber estado mis familiares y amigos un viernes por la noche: un recital de rock o las terrazas de los cafés y restaurantes del barrio XI ème. Intentando realizar una equivalencia santiaguina, sería como si ametrallaran los restaurantes y cafés de los barrios Brasil o Italia.

Luego una profunda tristeza.

París, es uno de mis hogares. En mi primer viaje como descubridor adolescente, y luego cuando viví, estudié y trabajé allá, siempre sentí la generosa amistad y solidaridad de los franceses, dispuestos a recibir, interesarse, conversar, invitar, compartir, ayudar… También fue la ciudad en que conocí y cultivé afectos que duran hasta hoy, con tantos amigos exiliados y refugiados de Chile y del mundo, que encontraron allí un lugar donde rehacer y reparar sus vidas, formar familias, vivir.

En sus calles estrechas y sus grandes avenidas, sus parques y jardines, sus panaderías y las tradicionales terrazas de sus cafés, sus muelles y puentes, me siento en mi casa. En los largos trayectos en metro leí a Yourcenar, Tournier, Camus, pero también a Maalouf, Fanon, Ben Jelloun, porque París no es solo Francia. En los museos y las salas de cine arte casi siempre optaba por descubrir artistas y creadores de Asia, África o América Latina; uno de mis lugares favoritos es el Instituto del Mundo Árabe que quedaba a pocas cuadras de mi Universidad; las salas de baile eran casi siempre al ritmo ondulante de las Antillas. En París millones de inmigrantes han encontrado refugio político y económico y han dejado sus huellas humanas y culturales. (Conozco también sus problemas de integración y de segregación en las banlieues o suburbios —que no deben ser peores que los de Santiago— y de los cuales a mi parecer se habla muy poco. Pero eso da para otro texto y los menciono aquí solo para que el lector no se imagine que tengo una mirada idílica sobre los herederos de Lutecia).

Todo eso es parte de mí. Por eso me preocupan y me duelen hondamente esas matanzas. Por eso puse la Torre Eiffel de la Paz. Es mi profunda tristeza, es un gesto de solidaridad mínimo con mis amigos y mi familia de siempre.

El dolor del mundo

Llegué a París en pleno oscurantismo de la dictadura de Pinochet y allá me vinculé con los movimientos del tercer mundo, argelinos, marroquíes, indios y todos los acentos latinoamericanos. Observar, pensar y sentir lo que pasa en el Mundo se hizo un hábito que he conservado. Cuando ejercí como columnista en agencias de noticias, periódicos y revistas de América Latina, siempre fue sobre temas internacionales. Sigo las noticias del Planeta principalmente en la prensa y los canales de televisión europeos; en Chile la conversación y la mirada sobre el mundo nunca se recuperó.

A diario me entero de los horrores del mundo, de las masacres de distinto signo, del esclavismo, de los femicidios, del narcotráfico, de la explotación infantil, del hambre y la sed, de las catástrofes ambientales, del abuso. Me duele tanto un niño en Palestina como uno en Myanmar; una mujer en Siria como una en Ciudad Juarez; una niña en el Kurdistán como una en Nigeria; un joven en Temuco como uno en París. No me importan las cantidades, cada víctima -especialmente las civiles- me parece un crimen abominable e innecesario.

No quiero más muertes, no quiero más víctimas.

Pero hoy, no creo que mi análisis o comentario de la política internacional contribuyan en algo a mejorar el mundo. En general, guardo silencio para no encender más la hoguera, medito, prendo velas e intento construir un clima de diálogo y de paz en mi entorno. Si respecto a las grandes injusticias de Chile mi parecer influye casi nada, en relación a los asesinatos que suceden a miles de kilómetros de distancia mi opinión no tiene ninguna relevancia; pero la tengo, y bastante informada.

Hay quienes me han criticado por poner en mi perfil de redes sociales una alusión a Francia y no las de otros lugares donde hay incluso un número mayor de asesinados. Si pusiéramos una bandera en Facebook por cada víctima o grupo de víctimas, tendríamos que estar siempre embanderados y por lo mismo perderían su sentido. Tristemente las injusticias y tragedias son inagotables; que cada uno encienda las velas y ponga las banderas que su corazón le diga. Destacar una, aunque a algunos les parezca contradictorio, es en realidad fortalecer el espíritu universal de la fraternidad y la compasión en tu comunidad. No quiere decir que las otras no te interesan, quiere decir que la humanidad te importa.

Pero si lo que quieres es imponer la explicación que satisface tu verdad, ser el justo y bueno que combate al mal, juzgar y aniquilar a tu adversario, comprobar que tienes la razón en tu lúcido análisis, entonces verás en las “otras banderas” a un enemigo que grita y te sentirás obligado a gritar más fuerte, contribuyendo al ruido en el que nadie se escucha.

Mi única agenda política, nacional o internacional, es la humanidad.

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3 Comentarios sobre “Por qué puse la “Torre Eiffel de la Paz” y no pongo otras banderas

  1. Al leerte pienso que ves la Francia acogedora de un Chileven ruinas, que es muy valido que cada uno de nosotros sienta profundamente desde lo vivencial,lo que mas rescato es que esta sivla conciencia del otro dolor, lo que pienso que le pasa a muchos, siente q hay injusticia al no hacer visible tanto dolor con los menos populares. Hay tan poco que podemos hacer, donde mirar, solo como dices tu, contribuir al clima de dialogo. Dificil. Un abrazo

  2. No tengo una visión tan clara de la política internacional, en consecuencia mi opinión no puede ser la mas acertada, sin embargo, considero que hoy día, con los horrores que nos rodean, incluyo a mi México querido, la bandera que nos debe unir es la de la humanidad, por que todos habitamos este mundo y de alguna manera, somos multiculturales y llevamos un poco del color de cada bandera….. un saludo

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