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Cuando reaccionamos frente a una noticia impactante, una injusticia o un dato inesperado, se conjugan distintos elementos que involucran mente, cuerpo y emoción.

Es evidente que al sorprendernos, inquietarnos o derechamente enojarnos con algún hecho en particular, hay una inmediata reacción física que en la mayoría de los casos se antepone a lo emocional y al raciocinio detrás de aquel estímulo. Abrimos los ojos, se nos “paran los pelos”, tensamos los músculos, fruncimos el ceño, abrimos la boca o empuñamos las manos, según sea el caso. Inmediatamente después la emoción nos invade, se activa la “memoria emotiva”, empatizamos, nos emocionamos o nos llenamos de ira. En muchas ocasiones mascullamos lo primero que se nos viene a la mente, alegamos o verbalizamos las emociones básicas: ternura, rabia, alegría, tristeza. Finalmente, el círculo de la reacción se completa con el control (parcial en la mayoría de los casos) del cuerpo y las emociones, para dar paso a la mente, al pensamiento racional, a la comprensión del hecho.

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De esta manera podemos entender que cada estímulo que recibimos pasa por un ciclo de sensaciones, emociones y explicaciones como un proceso natural del hombre como ser pensante y sintiente. Sin embargo, el proceso que no está dado a priori o que requiere de mayor esfuerzo –y voluntad- es el de la reflexión, entendida como la capacidad de poner atención a un evento en particular, para estudiarlo y finalmente comprenderlo.

En otras palabras, reflexionar es detenernos, observar y meditar sobre el objeto, para analizar y distinguir su forma, causa, explicación, etc. No se trata de algo objetivo, sino más bien de una interpretación propia -pero calmada y responsable- del estímulo que llegó a sacarnos de nuestra pasividad.

Profundizando en esto, podemos decir que la reflexión es la forma que tenemos de vernos a nosotros mismos en aquel estímulo externo. No por nada, el fenómeno de reflexión en física es –en palabras simples- el regreso de una onda a su punto de origen, el “rebote” que origina una imagen de uno mismo frente al espejo.

Cuando reflexionamos, somos capaces de reconocernos en lo que nos ha movilizado. En un niño que llora, en las injusticias, en la emoción de un reencuentro. Es meditar y entender cuánto hay de uno mismo en aquello que nos enoja, en aquello que nos inquieta, en la euforia o en la tristeza.

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El ejercicio de reflexionar antes de tomar una postura categórica frente a un hecho o un acto en particular nos acerca al otro y de esa manera, nos reflejamos, nos “vemos”. Reflexionar nos pone frente a nosotros mismos, nos hace ver como iguales y nos recuerda que somos uno, mientras que caer en descalificaciones nos hace romper con lo colectivo, con lo que somos por y para los otros.

Reaccionar es inevitable, pero juzgar y declarar algo como absoluto es dañino para nosotros, como individuos y como comunidad. No olvidemos nunca que cada uno es en sí mismo, un otro.

 

 

 

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