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Cada tanto nos estremece la noticia de algún suicidio. A veces, el Metro queda detenido y una voz en el parlante anuncia que “estaremos detenidos más tiempo del habitual” y es debido a un suicidio. Luego, el tren se pone en marcha, y la vida sigue. En apariencia, la vida sigue. Pero esa porción de dolor que genera la decisión de arrojarse en las líneas del Metro o quitarse de vida, de alguna forma nos penetra. La sociedad nos entrena para ser lo más impermeables posibles, pero no lo somos. La persona que se arrojó a la muerte en el Metro, simplemente no pudo resistir.

Los indicadores de la salud mental en nuestro país son alarmantes. Según datos de la Encuesta Nacional de Salud (2009), un 17,2% de la población chilena mayor de 15 años,  presentó síntomas depresivos. En EEUU, la tasa alcanza la mitad de esa cifra. Y según un estudio de la Achs, (2009), el consumo de psicotrópicos en los trabajadores chilenos alcanza el 36,9%, y las licencias médicas por trastornos de este tipo a partir del año 2006, ocupan el segundo lugar de prevalencia. Entre 20 y 44 años, el suicidio constituye la segunda causa de mortalidad, con un 12,8%. El número de casos de neurosis laboral, entre el 2000 y el 2007, aumentó en un 300%. Según datos del servicio de salud mental.

Los indicadores también señalan la falta de preocupación real por el tema desde las políticas públicas que asignan apenas un 3% del presupuesto de salud a la salud mental. La cobertura médica para estos casos es precaria. Visto desde los números, suena bastante alarmante.

El ruido del tren subterráneo y las cifras nos alejan del problema central. Las enfermedades mentales en Chile no las estamos asumiendo como una responsabilidad social. Las entendemos como un problema de “otr@s”, un problema complejo y difícil de asir, porque la soledad se interpone. Esa soledad que vamos construyendo como una fortificación, para que ningún peligro, ningún riesgo, nada extraño, nadie ajeno penetre allí. Una muralla que nos ayudan a construir desde que somos muy pequeños, estableciendo las “diferencias” y amurallándolas a su vez. Y esos amurallamientos terminan siendo la forma en que nos enfermamos unos a otros. Es el modelo de organización social del cual emerge esta sintomatología.

¿Es el suicidio el extremo de una silenciosa expresión del malestar o protesta? ¿Nuestras mentes están buscando desesperadas formas de salir de esta forma de organización que para muchos se hace insoportable? Se ha asumido que el tipo de trastornos que conducen al suicidio (trastornos psicosociales) son expresiones de desadaptabilidad  social, y que –por lo tanto- el tratamiento de la sintomatología -angustia, temor, depresión y descontrol- debe hacerse de manera personal, a través de tratamientos siquiátricos, y farmacológicos invasivos, para proteger al sujeto y a su entorno de los riesgos de estos síntomas. Se lo aísla más. La muralla se hace más grande. La siquiatría, los sicotrópicos, los siquiátricos siguen siendo tabúes de la sociedad en que vivimos, pese a las cifras. Una persona que sufre internación es una persona “marcada”. Una persona que consume sicotrópicos no es una persona “confiable” para el sistema. Eso potencia las emociones negativas frente al entorno y se va alimentando el muro con cemento. Si un 36,9% de la población chilena consume sicotrópicos, el problema es bastante grave. Hay un 36,9 % de la población que manifiesta una  incapacidad o resistencia a la dinámica en que la sociedad chilena y el sistema se constituyen. Una sociedad que maltrata y agota, pero maltratada y agotada, también.

Las personas que manifiestan discapacidades psicosociales  no logran encontrar sentido en la dinámica social, en una sociedad cada vez más estereotipada, más lleno de fórmulas, donde las normas son más importantes que las leyes, donde la capacidad de trabajo se traduce en ajuste y rendimiento de acuerdo a estándares que solo pueden esperarse de las máquinas.

¿Son estas desadaptaciones, entonces, estas llamadas “discapacidades psicosociales”, síntomas al mismo tiempo de que el alma humana se resiste a someterse? ¿Son en realidad “capacidades” potenciales de resistencia inusual a la adaptación mecánica al sistema? ¿Es el sistema el discapacitado? Yo creo que sí.

Las personas con discapacidades sicosociales expresan una potenciación de rasgos que se disocian de lo esperable por los modelos, desde la infancia: la hiperactividad, el autoaprendizaje, la rebeldía escolar, la negación a los moldes, la elevada creatividad, la búsqueda de interioridad, la resistencia a los estereotipos, todas cosas que el modelo nos enseña a negar, y que nos llevan a desarrollar sobrevaloradamente como sociedad las aptitudes funcionales, individualistas y competitivas, negando la posibilidad de otros sentidos sociales, colectivos, donde tod@s nos sintamos representa@s, un sentido que posea la fórmula para derribar murallas. Es simple, tienes derecho a estar aquí, a buscar tu camino, a darle sentido, a ser feliz.

Hay fórmulas posibles. La primera, recibir esas capacidades llamadas “discapacidades” en nuestro mundo como un potencial creativo enorme. Valorar la autodeterminación, en la infancia temprana. Valorar la individualidad. Valorar y respetar las emociones infantiles, los tiempos, los espacios, la razón y sentido de cada uno. Un niñ@ que se siente reconocido y aceptado en sus potencialidades será un motor para el sentido colectivo. Si el entorno es sano, crecemos sanos. Tal vez las personas que forman parte de ese universo de estadísticas fueron antes niños no valorados, forzados a amoldarse; L@s loquit@s que en realidad estaban más cerca del alma, pero que sintieron más nostalgia cuando fueron perdiendo ese vínculo, y dejaron de percibir en el sistema un sentido. Esas personas que van paulatinamente resintiendo la sensación de estar afuera, al punto de convencerse a sí mismas que sobran entre nosotr@s. Quizás eran las personas que necesitamos hoy para hacer una sociedad distinta, bajo otros parámetros y en lugar de oírlos, los enfermamos.

Porque la verdad, sentencia alguien, para adaptarse a un sistema enfermo, hay que estar muy enfermo.

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Alguien comentó sobre “Ser o no ser sanos en la sociedad chilena

  1. Curioso lo de la salud mental, ya que varios países nórdicos que son famosos por su calidad de vida tiene también alta tasa de suicidios. Cierto que en muchos países y Chile, claro, los gobiernos no invierten casi en salud mental, siempre hay escasez. Esto lleva a la pregunta sobre las sociedades que estamos construyendo.

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