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La confianza es un bien que se sitúa a medio camino entre la razón y la emoción. Pero las segundas tienen el poder de alterar las percepciones y, a través de éstas, la propia realidad. En consecuencia, una emoción poderosa tiende a imponerse en el corto plazo sobre la objetividad porque dificulta el raciocinio y, sobre todo, porque impulsa el deseo de reaccionar, y la reacción es ya un hecho físico que solo puede ser revisado con otro de la misma naturaleza. Es decir, al final las emociones encuentran siempre sus propias razones o, cuando menos, sus justificaciones.

El escritor argentino Jorge Bucay nos recuerda que “no somos responsables de las emociones, pero sí de lo que hacemos con ellas“. Si a esta responsabilidad sumamos un escenario fácilmente excitable por la naturaleza líquida de una sociedad que, según Zygmunt Bauman, no profundiza en sus comunicaciones ni se compromete en sus relaciones, encontraremos un caldo de cultivo ideal para que las emociones nos gobiernen en vez de ser nosotros quienes las gobernemos a ellas. La confianza, hoy inclinada hacia el envés de la desconfianza, es un ejemplo de este desgobierno emocional cuyo origen es, sin embargo, muy racional y objetivo.

Un año de desastres y de irregularidades administrativas, que incluyeron misteriosas caídas de aviones, robos de datos, manipulación cambiaria y el peor brote de ébola de la historia, afectaron a la confianza global en instituciones públicas y empresas…”. Así arrancaba el teletipo emitido por la agencia Reuters el pasado día 20 de enero a propósito de la presentación en el marco del World Economic Forum (WEF) de los datos del Barómetro de la Confianza que desde hace 15 años elabora la agencia de comunicación Edelman.

No es extraño que ante tal cúmulo de acontecimientos la confianza general se haya deteriorado. Catástrofes, corrupción, manipulación de los mercados, terrorismo  -en su expresión tradicional y también en nuevas fórmulas, como los ciberataques,-  y en el caso particular de 2014 la crisis del ébola, han erosionado la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, empresas y líderes. Como es natural en esas circunstancias, diría un conocido político español.

En términos similares se expresó el editor del Financial Times, Lionel Barber, en un encuentro organizado por Llorente y Cuenca y sus socios de la red AMO en la Davos Communicators’ Evening durante la celebración del WEF, quien subrayó que las incertidumbres dificultan la planificación a largo plazo e inducen a los políticos y gobernantes a concentrarse en el corto plazo de sus propias urgencias electorales. Un tiempo corto que contrasta con la consistencia que requiere la creación de confianza.

Solo los gobiernos se salvan del declive, aunque la subida de un 3% no es suficiente aún para llegar al aprobado. Ello es consecuencia de la percepción de que solo los ejecutivos están suficientemente preparados, o tal vez legitimados, para enfrentarse a crisis o amenazas globales. Así quedó patente con el brote de ébola, cuya extensión a países desarrollados hizo girar la mirada de sus nacionales hacia los gobiernos como responsables de la contención de la epidemia. A grandes males, grandes instituciones.

La confianza en los países sigue en franco descenso. Solo seis de los 27 a los que alcanza el estudio de Edelman aprueban. La mayoría de los territorios ya están por debajo del 50%, con Canadá, Argentina, Australia y Singapur a la cabeza de las caídas de doble dígito. Y ya casi dos tercios del total están en la zona de la desconfianza.

Con la ligera excepción de los gobiernos, que aún así siguen ocupando la última posición en el ranking de las instituciones analizadas por Edelman, todos los estamentos generan cada vez menos confianza. Incluso las Organizaciones no Gubernamentales (ONG) pierden tres puntos, aunque siguen encabezando la clasificación. He aquí la primera conclusión clara del estudio: la confianza es un bien global y, en consecuencia, tiene que ser abordada por el todo y por las partes. La globalización plantea desafíos planetarios que no pueden resolverse con instituciones locales y, desde luego, son inabordables con visiones partidarias o excluyentes.

La crisis de los medios, que es cada vez menos económica y más estructural, forma parte de ese desolador panorama. Los medios de comunicación concitan menos confianza y su influencia se dispersa. Los periódicos, que eran la primera fuente de información en 2013 caen a la tercera posición, tras la televisión y las búsquedas on line. Han dejado de ser también la primera fuente para conocer noticias de urgencia (breaking news) y para la confirmación de las mismas.

El declive es evidente y preocupante porque el protagonismo se reparte entre medios formales e informales, al tiempo que crece entre los profesionales del periodismo la preocupación por el desigual balance de la dialéctica entre dar la noticia cuanto antes o darla bien ‘amarrada’. La presión de internet, la cultura del formato corto y audiovisual y la actualización casi obsesiva no juegan precisamente a favor de la profundidad que requiere la generación de confianza.

Estas tendencias explican que los motores de búsqueda se conviertan en los más creíbles para el acceso a noticias y análisis por parte del público informado. La generación de los millennians vive Google no solo como una herramienta, sino como un espacio natural de convivencia mediante el acceso directo a lo que realmente les importa, sin más intermediarios que un algoritmo. ¡Si no ven rigor en sus padres o jefes como van a exigírselo a sí mismos! Esta generación se inclina por lo sencillo, lo práctico, lo funcional y, por supuesto, lo rápido y on line.

En el capítulo de los negocios, el barómetro aborda cuatro factores que influyen de forma relevante en las respuestas: el sector, el tipo de empresa, el país de origen y el liderazgo. El tecnológico es el sector que más confianza produce, pero ha iniciado una senda decreciente por las amenazas cibernéticas y la reacción de los gobiernos por razones de seguridad.

Las empresas familiares guardan mejor la confianza en los países desarrollados, pero ocurre justo lo contrario en los emergentes, donde la normalización de los comportamientos corporativos por parte de empresas con accionariado muy repartido o multinacional es percibida como un avance hacia la modernidad. En este mismo contexto geográfico, la marca país conserva fuerza, ya que los negocios con cuartel general en los BRICS son los que menos credibilidad concitan, al contrario que naciones como Suecia, Canadá, Alemania y Suiza.

La confianza se construye mediante atributos específicos, que pueden ser organizados en cinco clusters: integridad, implicación, productos y servicios, propósito y operaciones. El barómetro apunta a la integración como el más importante, seguido de la implicación (engagement). La opinión mayoritaria (81%) es que las empresas deben involucrarse en la mejora de las condiciones económicas y sociales de las comunidades en las que operan. Esta implicación que impulsa las políticas de responsabilidad social no puede ser instrumental o propagandística, sino que ha de formar parte del core business para ser realmente transformadora. Corren malos tiempos para el maquillaje empresarial.

En el capítulo de liderazgo, los consejeros delegados descienden tres puntos hasta un 43% de credibilidad, al igual que financieros y empleados. En términos generales los portavoces más creíbles son los académicos (70%), los expertos técnicos y “las personas como tú mismo”. El avance de la referencia de personas que están cómodas en la media indica que la sociedad está reclamando un esfuerzo de humildad, autenticidad y conexión emocional. Es, sin duda, el principio de un nuevo tiempo para un liderazgo más humano, una nueva forma de dirigir los destinos de la comunidad mediante la comunicación directa, sincera y guida por el valor más universal: confiar en el otro para convivir.

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Alguien comentó sobre “Sobran razones para desconfiar…

  1. Son un requisito.
    Gracias.

    La desconfianza, no es farándula política, es decir yo “opino”.

    Opinar no cuesta mucho, proponer cuesta pensar. Construir algo viable no es adolescente. Hacer bien y dejar contentos es mas difícil, para todos.

    Saludos
    Gustavo J L

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