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Ahora mismo debe estar Pedro tomando apuntes de la realidad para escribir las crónicas desde el cielo –el cielito suyo, claro-, crónicas que son él mismo, inseparables de él, en todo caso, como si Pedro Lemebel y crónica fueran la misma cosa, como si su figura, su rostro, sus exclamaciones, su cuerpo, los puntos suspensivos, los adjetivos sobrepujados, los epítetos ingeniosos, un poco el Lazarillo y un poco Bette Davis, exagerado todo, hicieran una conjugación curiosa para decir y decirse. Una conjugación que para bien nuestro, dejó profundas huellas en el género de la Crónica nacional, porque Pedro reinventó el oficio del cronista que a fuerza de “subjetividad” importada, de modelitos para discursos eficientes, de temerosas autocensuras, quedó arrinconado en las esferas de la literatura que dice muy poco porque sabe demasiado de nada.

Su trabajo es admirable.

En su mano la crónica recobra un sentido ético fundamental, porque es requisito de su lectura aceptar ciertas cláusulas: la unidad mínima de una sociedad no es uno, son dos, o sea la de Brecht. Es decir, no hay Pedro Lemebel sin un profundo compromiso social.

Pedro juega con un espejo nada de sutil. Y los rostros se manifiestan en él con múltiples máscaras. Así quedó Chile después del Golpe. Así la maestría de la crónica de Lemebel abrió un cauce narrativo que le permitió deslenguadamente mostrar-nos, nos permitió salir del closet y enfrentarnos a tanta cosa pendiente, nos permitió ver la posibilidad de crear una lengua propia, que pudiera dejar atrás la censura auto aprendida y autoinflingida por tanta basura dictatorial.

Subjetiviza para objetivizar. La voz narrativa de las crónicas de Pedro es una voz marginal, homosexual, marxista, flaite que se eleva contra la centralidad del poder, la falocracia militar, la aristocracia económica, la normalidad en ascenso. Y su perspectiva nos impone un mundo que, siendo el de todos los días, no habíamos mirado. El zoom, luego, sobre los detalles ásperos de ese paisaje, las locas, los drogos, los políticos ladrones, los abusos del poder, la discriminación, la corrupción, la estupidización de la tele, las culturas dentro de la cultura. Todo trasmutado en “realidad social”, que lo convierten en un escritor de culto.

Tal vez uno de los méritos más impresionantes de su crónica es la de haber instalado un espacio efectivo y permanente de credibilidad social. Y haber creado con esa perspectiva autoasumida como un acto teatral, una “opinión pública”.

Fue un romántico, literariamente hablando. No hay fibras de sus textos que puedan separarse de sus nervios y músculos, de su sangre. También ahí, en el escenario de su anatomía la carrera literaria fue una carrera dislocada, excéntrica, diferente. Y lo demás, la curiosidad por las sombras, el amor al vacío, la ubicación astral de los ideales humanos y sociales, la desmitificación de los valores anquilosados, la desacralización de las vacas sagradas, la consagración de los invisibles en el espacio de la visibilidad disonante. Gestos desmedidos, metáforas permanentes, metáforas latiendo con la pluma y con el cuerpo, también. Teatral, sí. Teatral todo. Desde las Yeguas del Apocalipsis en adelante, Lemebel no dejó de patearle el culo a nadie. Aparatosamente, barrocamente y con resquicios poéticos magistrales para el género, puso en conflicto los espacios de poder, dispuestos en la escena de la batalla frente a frente.

Pasan durante días imágenes y frases de Pedro por las redes. Un “Siempre junto al Pueblo” y ondeantes las banderas del casi extinto PC, las fotos irreverentes del hombre vestido de mujer y de la mujer vestida de hombre, y kilos de flores, y me pregunto qué crónica escribiría Pedro sobre su propia muerte. Me dan enormes ganas de saber cómo describiría él este sujeto social que lo homenajea, u homenajea en Lemebel a un movimiento, u homenajea a su propia imagen en el espejo, u homenajea la libertad de expresión, o la valentía de un irreverente. Defensor furibundo de la honestidad, nos haría ver el detalle del carnaval de su sepelio.

Tantos Pedros, nos dejó Pedro. Buenos y malos. Para elegir en el escenario social, lo que queramos. Dejemos mejor que vuele, que sea libre de lo que quiso ser en él libertad y no pudo. Los escritores saben que no enfrentan a unos pocos críticos. Enfrentan al tiempo, ése juguetón objeto del deseo, y toma muchas muchas vidas ser un clásico. A nosotros nos quedan los cuadros humanos, sociales, políticos que dibujó con su pluma y gritó con sus cuerdas, hasta que quedaron disfónicas. ¿Lo habremos escuchado?

 

Sitiocero Cultura

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