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Dedicado a Felipe Duran Fotógrafo

Tenía trece años el once de septiembre de 1973.

En mis diarios de esa época, encontré recuerdos de clandestinidad, como ese día en que nos llevaríamos a la casa a los hijos de Hugo Blanco, porque estaban tratando de sacarlos de Chile con mucha dificultad. Hugo Blanco Galdóz peruano, activista social, quizás el mas importante de América Latina, había venido a ser parte del proceso chileno.

Esta niña que era yo, se contagiaba con el espíritu de los chilenos, argentinos, brasileros, bolivianos que pasaban a veces por la casa fumando mucho, hablando y discutiendo que hacer, gesticulando con vehemencia de cosas que comprendí muchos años mas tarde. Recuerdo todavía la admiración de uno de ellos, al comentarme el discurso del hijo de Hugo Blanco, un niño de nueve años que se dirigía a los obreros de algún barrio industrial con la energía de un adulto.

Se hablaba del proceso chileno: Recuerdos en blanco y negro de la pasión común, de la necesidad y el trabajo para construir los sueños, en la absoluta inconciencia de que al mismo tiempo, se vivía latente una muerte cuya desgarradora brutalidad y violencia serían imposibles de imaginar. Hoy sabemos cuanto dinero puso el Estado norteamericano para abortar este proyecto de un mundo mejor.

En esos años, yo no entendía la implicancia de lo que estaba conociendo; la persecución, la tortura, la cola en el Estadio Nacional; los detenidos y desaparecidos. No alcancé a constatar hasta varios años después, la destrucción que había significado todo esto.

Solo el miedo albergó al miedo, desde el pequeño mundo de una niña de 13 años, que ya no era tan niña.

Los amigos que se exiliaban, los que estaban detenidos y cuyas familias eran obligadas a huir; el pintor de mariposas que nunca supe como se llamaba ni que pasó con él; mi querido Guy prisionero mientras su familia era obligada a salir de Chile, hasta ser liberado y morir extenuado de tanta pregunta sin respuesta, de tanta tristeza de compañeros muertos.

¿Qué habrías pensado, querida Tere, de saber que en estas redes sociales aparecería tu imagen tantas veces?

Tu cara con ojeras me lleva a esa enorme mujer, la Teresita pequeña de pelo muy corto, que allá en 1973 llegó con su hijo y su compañero a esconderse en nuestra casa. ¿Cuántas veces fueron? ¿Dos? ¿Tres? Llegaste con tu Manolito de meses, yo te miraba con admiración, con sorpresa. A mis 13 años, quería ayudar. Esos tiempos y las conversaciones en medio de la tensión y los nervios de la clandestinidad, marcaron mi vida para siempre.

No sé porque fuimos al centro en el auto con tu compañero. No mires el auto del lado, me dijo él una tarde en la esquina de Portugal con Alameda. Es un agente de la Dina. O esa otra noche en que la sirena se escuchó tan cerca que tu saltaste. Era la televisión Motorola en blanco y negro que sonaba en el dormitorio de mi hermano.

Me refugio en esta querida Patagonia, haciendo conserva de cerezas recién cosechadas, preparando el tofu, cociendo pan en la estufa de leña. Lamentando que ya no estás, como no están otros amigos y conocidos con los cuales nunca pude terminar de hablar y que me dejaron tanta pregunta sin respuesta.

Tu querida Tere, eras mi nexo con ese pasado. Nunca sabré que fue del pintor de mariposas, ni el nombre del argentino al que yo escondía su pasaporte en mi velador. Del flaco que me llamó mas de un año por teléfono para decirme que estaba bien, para que yo te comentara a ti o a otros que me llamaban para recibir el recado. No me pregunté nada cuando dejaron de llamar. Mas vieja entendí que los ayudaba sin saberlo. Nunca tendré respuesta de ellos, de su vida, de los que sobrevivieron y de lo que fueron capaces de construir después de tantas heridas y muertes.

Para muchos y muchas ha sido difícil seguir viviendo cuando los compañeros no están. Mantener la cabeza en alto con dignidad y no dar en el gusto a los que apostaron por la muerte. Pero lo han hecho a pesar de todo y por eso los admiro.

Es difícil para la sociedad actual imaginar esos días del pasado, esa oscuridad de mazmorras, de delación, de angustia y miedo. Es difícil imaginar a los perseguidores llegando a su casa con hálito alcohólico y las manos manchadas de sangre, mientras los perseguidos se agarran a los últimos rincones de la esperanza y sobreviven a la desaparición y la muerte, sin entender muy bien porque a ellos les tocó vivir mientras sus compañeros no tuvieron la misma suerte.

Hoy me obligo a mirar a los jóvenes que buscan y trabajan por realizar algo distinto, que abandonan radicalmente las absurdas apariencias y aceptando el costo de ello, pasan a vivir las difíciles condiciones de quien vive y lucha la verdad.

Adiós querida Tere. Me habría gustado abrazarte por última vez,

Me habría gustado recibirte otra vez en mi casa y quererte de nuevo después de tantos años de valiente historia y darte las gracias por tu dignidad, tu ejemplo y tu consecuencia.

 

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Alguien comentó sobre “Adiós querida Tere

  1. Conocía a la Tere recién hace un par de años, conversamos mucho, me devoré su libro de esos tiempos que también viví en el mismo espíritu pero por otros lados.
    La última vez que la vi, compartimos una fogata en Peña, compartiendo los mismos ideales y experiencias.
    Cuando se fue, yo estaba lejos. Me habría gustado mirarla a los ojos una vez más.
    Buen viaje querida.

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