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La celebración de un nuevo día de la mujer trajo a colación algo que está profundamente latente en nuestra cotidianeidad y que nos golpea a diario. No es necesario ahondar más en lo complejo que es ser mujer en un mundo de hombres, ni en el aborto y la propiedad de nuestro cuerpo, ni menos en las diferencias salariales. Lo vivimos todos los días y una fecha no va a cambiar lo que nos sucede a diario, al entrar al metro, al asistir a una reunión de trabajo, al amamantar a nuestros niños en una plaza.

Ahondar en las diferencias nos pone en un lugar siempre distinto y distante, en un <<otro>> que es diferente a ese Dios masculino creador del cielo y la tierra. Sabemos que las diferencias existen y nos atropellan constantemente, pero el cambio, ese cambio profundo y necesario, radica en la capacidad de vernos en el otro como un ser único, con particularidades, evitando ojalá entrar en el plano de las diferencias.

Lo diferente siempre tiende a la separación, al rechazo; mientras que lo particular atrae, es atractivo y seductor. ¿Les hace sentido?

Lo mismo pasa con la igualdad. ¿Las mujeres queremos ser “iguales” a los hombres? ¿o lo que exigimos es más bien un trato equitativo, incorporando esas particularidades?

Quizá para muchos esto es un mero juego de palabras, pero para nosotros, comunicadores, periodistas, gente que escribe lo que otros leen y que son fuertes influenciadores de masa, es de suma importancia. “El lenguaje crea realidades” no es una consigna de artistas y letrados, es una realidad que no se nos puede olvidar.

Lo importante es entender que más allá de tener particularidades o del deseo de las mujeres a que se les trate con equidad en un mundo pensado por y para hombres, lo que hay de fondo en esta discusión es la incapacidad de mirarnos en el otro y vernos como un reflejo de lo que somos en nuestra esencia, más allá del género y de cualquier otra distinción sociocultural.

Somos un todo, un único ser universal que está en este espacio físico/temporal en forma humana durante 70, 80 o 90 años, cumpliendo ciclos, en complemento, en armonía.

Todo lo que vemos en el otro –sea hombre o mujer- es parte de nosotros mismos, reflejo de lo maravillosos que podemos ser los seres humanos, y al mismo tiempo, espejo de nuestras debilidades, de nuestras heridas y cicatrices.

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El ejercicio más importante a realizar en estas fechas –y en cualquier momento al azar- es a pensarnos en un todo, a vernos como parte importante de ese <<otro>> que tiene tanto de mí como yo de él/ella.

Es impresionante ver que en el cotidiano, muchas veces somos nosotras –en femenino- las más crueles con las otras mujeres, y que la cultura del machismo imperante sobrevive gracias a las propias mujeres, muchas de las cuales en su desesperación, han perdido el foco de esta supuesta lucha y han pasado por sobre lo importante que es el respetar la diversidad, en cualquiera de sus múltiples ámbitos. Más triste es aún escuchar a hombres que se niegan a ser respetuosos con las mujeres porque ellas exigen ser “iguales”, ser “un poco más hombres”, menos “femeninas”, argumento absurdo frente a nuestras exigencias de un mismo sueldo o las mismas condiciones laborales.

No podemos seguir discutiendo sobre aborto, sobre maternidad, sobre apego, sobre lactancia. No debemos permitirnos discutir sobre la culpa de las chicas mendocinas por viajar “solas” o por el esmalte de uñas de la colombiana descuartizada. ¡No podemos seguir en esa línea!

Tenemos que empezar a sanar nuestras heridas de género y pasar a un nuevo nivel de conversación, donde no somos unos ni otras sino seres humanos dignos de respeto y tolerancia, en cualquiera de nuestras formas y colores.

La exigencia de un sueldo digno debe ser para todos por igual. La posibilidad de tomar licencia por el nacimiento de un hijo también. Hombres y mujeres están en este mundo para hacer sintonía, para sincronizar sus particularidades, para que juntos podamos mejorar y hacer de este planeta un espacio acogedor para tod@s. Ese es el nuevo gran desafío que much@s ya estamos asumiendo.

 

 

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