Compartir

El 28 del 8 de 2008 (curiosa o mágica combinación numérica), entró en vigencia en Chile la firma de la convención de los derechos de las personas con discapacidad, que compromete al Estado a asegurar condiciones de equidad para las personas con condiciones físicas, mentales y sociales, o intelectuales, diferentes. Ello implica un conjunto sostenido y transversal de acciones que implique a la sociedad toda. El Servicio Nacional de la Discapacidad (SENADIS), debió enviar a fines de 2010 un informe evaluativo de las acciones realizadas en pro de las personas con discapacidad en el marco de ese convenio. En enero de 2012, el documento se encontraba en una etapa muy inicial de tramitación. En esa misma fecha, tuve la oportunidad de formar parte de un equipo de OEA que investigó la situación de aplicabilidad jurídica de esa Convención en Chile. Los resultados fueron alarmantes. Chile es un país que está muy atrás en la inclusión en el ámbito latinoamericano. Varios países ya han modificado leyes, decretos y normas discriminatorias o tendientes a asegurar los derechos de esas personas que incluyen también a quienes sufren trastornos psiquiátricos o de índole psicosocial (el código penal chileno consigna a estas personas como “locas o dementes”) y han procurado formación, educación y tratamientos inclusivos. En Chile, el proceso ha sido lento. Las condiciones para la inclusión de estas personas están muy lejos de ser las esperables en un país que se exhibe como desarrollado.

En virtud de la tragedia que ocurrió en el zoológico de Santiago y de la reacción y respuesta en aseveraciones inhumanas, juicios desinformados, descalificaciones espantosas, insultos con saña que han aparecido en los comentarios de una enorme mayoría de personas, me pregunto, en esta historia… ¿quiénes son las fieras? ¿Quién muerde, destroza, hierre, desgarra? Incluso, los leones expuestos a la presencia de un extraño en la jaula, pese a su naturaleza e instinto, tardaron unos minutos en reaccionar y solo lo hicieron en virtud de sentirse atacados. Pero la opinión pública mayoritaria, no parece tomarse ni un instante antes de afilar sus dientes para condenar a Franco Luis Ferrada. Entre todas, traigo a colación ésta: “Por culpa de este hijo de perra! mataron a estos leones…. que de querer matarlo lo hubieran hecho! AHora si sale vivo de esta! creeme que no durara en la calle y le haran realidad sus sueños! y ojalas lo hagan lentamente” (en un comentario a la nota del Diario La Tercera, publicado el 22 de mayo).

Franco sufría “delirio mesiánico”. Al parecer, no quería morir. Sino, al contrario. No era su intención que los leones murieran, sino demostrar que estaba protegido de ellos por una cualidad superior. Pero esta historia, empieza antes, mucho antes de que Franco escribiera esa nota y decidiera enfrentarse a la muerte. Antes, cuando diversas causas lo llevaron a la sicosis. ¿Heridas de infancia? ¿Daños neurológicos? ¿Falta de cuidado y tratamiento?  ¿Todas las anteriores? Es probable, pero me queda claro que “falta de amor”, es una de las respuestas. Y a continuación, ¿qué hay detrás de las reacciones públicas que le dieron a la tragedia la semántica de…”dos leones mueren por culpa de…”, donde hay dos víctimas y un culpable?, ¿qué hay antes? Muchas de ellas combinadas tal vez; pero me queda claro que una de las respuestas es: “falta de amor”.

Daniel en la fosa de los leones. Pedro Pablo Rubens. 1615
Daniel en la fosa de los leones. Pedro Pablo Rubens. 1615

En la dolorosa ecuación hay tres víctimas y una comunidad culpable, desde las instituciones hasta el cotidiano de cada uno. Los leones, que debieran vivir en un entorno natural y no en encierro. Franco Ferrada, que debió tener los cuidados necesarios para que su personalidad se configurara de manera sana. ¿Qué condiciones aportamos como comunidad para que no ocurra este tipo de hechos que nos estremece? ¿Por qué la comunidad no reacciona frente a los alarmantes altos índices de enfermedad mental de la gente? ¿Qué sabemos de la situación de los enfermos mentales –personas con trastornos de personalidad, discapacitados psicosociales, en el lenguaje más inclusivo de hoy- en Chile? ¿Existen condiciones para el tratamiento de estas personas? ¿Qué costo tienen? ¿Dónde, y en qué circunstancias? ¿Qué responsabilidad tiene la familia en el cuidado de estas personas? ¿Se les asegura una ayuda legítima para su contención? ¿Se les asegura a las personas con discapacidad los tratamientos y condiciones adecuadas para su recuperación y reinserción?

El Senadis tiene en su planta muy pocas personas con discapacidad. En la mayoría de los organismos públicos, no hay paridad a la hora de contratar personas con capacidades diferentes. En muchos de ellos, ni siquiera existen condiciones de accesibilidad (baños adecuados, o ramplas de acceso), las escuelas no tienen legítimos programas inclusivos, en los centros de atención siquiátrica y de internación regularmente se violan los derechos de las personas. Los profesionales y técnicos que asisten a estas personas, muchas veces carecen de la capacitación adecuada. Los tratamientos suelen ser clínicos y no incluyen programas de inclusión social adecuados (familia, comunidad). Es larga la lista de deficiencias, y aunque se hacen notables intentos, son aislados. Cuando vemos a una persona con discapacidad psicosocial –si la vemos, porque su discapacidad no es evidente- tendemos a mirar a su conducta como un espejo que nos desagrada, algo a lo que tememos o negamos de nosotros mismos, ese espacio que llamamos locura y que tiene muchos grados, formas y manifestaciones, y emitimos juicios como vómitos de rabia, que nos convierten en un coro de fieras hambrientas, dispuestas a devorar aquello que nos resulta amenazante. El corolario de esta historia, es triste: Franco Ferrada no quería morir, pero de un modo simbólico, tan simbólico como su acto, lo matamos.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *