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 “…para el amigo sincero que me da su mano franca…”
(José Martí)

En un momento de la novela Muriendo por la dulce patria mía de Roberto Castillo Sandoval (Planeta, 1997) el joven narrador, en el capítulo cinco, intercambia unas palabras con un hosco sujeto en el Parque Central de Nueva York: “No era un guardia, sino un viejo con pinta de vagabundo y pasado a cebolla cruda que se había sentado en el mismo banco” (78). Más adelante, el hombre se define a sí mismo de la siguiente manera: “Soy nacido y criado en esta ciudad de Nueva York, capital de esta mierda de mundo…” (79).

Durante el intercambio que sostienen, el hombre le pregunta al joven sobre su origen diciéndole: “¿De dónde diablos eres tú? You sound funny. ¿De qué país vienes?” (79).  La oración en inglés, que podría traducirse como “suenas diferente”, indica que el viejo percibe que el inglés del joven tiene resabios de otras tierras. Nada extraño que esto ocurra, podría uno decir, en una ciudad donde los acentos en el inglés son el pan de cada día de sus habitantes.

Sin embargo, responder la pregunta no resulta ser tan simple para el joven. Aunque pudiera parecer asombroso, al personaje de Castillo Sandoval le resulta casi diametralmente imposible emitir una respuesta. La pregunta del otro se queda deambulando por su conciencia. ¿Cuál es la razón? La pregunta abre un foso incalculable de posibilidades todas las cuales parecen conducir al desbarranco.

Enfrentándose a una fuerte sensación de ridículo, el joven se debate entre alternativas posibles. Señala que puede generalizar, diciendo que es sudamericano o, lo que parece más absurdo, decir que es argentino o mexicano.

Si dice que es sudamericano, la región le ofrece un alero bajo el cual puede sostener una identidad comunitaria, transnacional. Es posible que así, con esa respuesta, el otro lo entienda. Si dice que es argentino o mexicano, aunque borra de un plumazo su verdadero lugar de origen, es posible que el otro haya oído, por diversos motivos, de esos países y, así, la pregunta y la respuesta calcen perfectamente una en la otra. México, por supuesto, sería aquí la respuesta más “obvia”, dada la presencia de la comunidad mexicana a todo lo largo de los Estados Unidos y, particularmente, en la ciudad de Nueva York.

¿Pero, por qué tanto “caldo de cabeza” por una simple pregunta acerca de la nacionalidad?

El dilema del personaje de la novela de Roberto Castillo Sandoval, pienso, radica en que, al momento de tener que responder la pregunta, el personaje solo escucha ecos de las posibles interpretaciones de la respuesta en momentos de su vida pasada.

Si esto es así, la pregunta por el origen, en este contexto, está cargada de esos ecos y no puede ser una pregunta inocente para el narrador de una novela cuyo título subraya precisamente, más que la idea, el fervor complejo por la patria “mía”.

El personaje explicita los ecos que oye en el mismo segmento de la novela. Sabiendo que debe responderle al otro en inglés, piensa inmediatamente en dos expresiones que sabe resonarán ineludiblemente en la mente del hombre cuando diga la palabra “Chile”. La primera es “chilly”, como cuando se dice en inglés: “It’s chilly today” (“Hoy día hace frío con ganas”). La segunda es, simplemente, “chile” como cuando se dice en español “chile verde” (“ají verde” en Chile).

En ese momento, al reflexionar respecto de estas interpretaciones a su respuesta, el personaje agrega: “Y como la palabra picante también quiere decir caliente, y además cada una de estas palabras significan muchas cosas, se podría concluir que Chile se trata de un malentendido que comienza con su mismo nombre” (80). Es decir, el dilema del joven tiene directa relación con la posibilidad de encontrarse cara a cara con el error atroz del malentendido lingüístico-cultural.

Es eso lo que ha provocado su incertidumbre. Desde la perspectiva del joven, para el hombre que realiza la pregunta en inglés, (“¿De dónde diablos eres tú?”), las implicancias de su pregunta están sumergidas en el entramado de interpretaciones de la palabra “Chile” ya posiblemente sentadas de antemano. De ahí que las opciones “sudamericano” o “mexicano” surjan en su mente como maneras de disolver la ambigüedad que lo sobresalta.

No solemos pensar en esto, en el entramado, al insertarnos en otra cultura porque lo que primero que nos ocurre, lógicamente, es la fascinación con lo nuevo. Y si, a eso le agregamos la fascinación con un espacio mitificado en tantas películas como lo es la ciudad de Nueva York, la fascinación podría llegar a ser mayor. Pero el joven personaje de Roberto Castillo Sandoval ha dejado atrás el momento de la fascinación y su comprensión del inglés lo sitúa de manera inquieta respecto de la pregunta que le hace el viejo. En realidad, ya maneja diversas respuestas posibles, pre-establecidas.

Finalmente toma una decisión y responde la pregunta: “Me? I’m from Chile (¿Qué otra cosa le iba a decir?)” (80). Y, entonces, el resultado de su respuesta es doblemente inesperado. El viejo, como recordando algo, repite: “Chile, Chile, Chile” (80). Y luego le indica al joven que él conoció a un hombre chileno que fue, en su momento, un famoso boxeador, y cuyo nombre era Arturo Godoy.

El giro de la situación a partir de la respuesta por el origen resulta doblemente sorprendente, primero, porque el joven narrador, quien investiga la vida de Arturo Godoy, ha ido al Parque Central para encontrarse con el señor Mel Weill de quien ha recibido una carta señalándole que podían encontrarse cerca del estanque del Parque Central. Lo que ha ocurrido, entonces, es que el joven no ha podido reconocer en ese “viejo con pinta de vagabundo y pasado a cebolla” al hombre que le envió la carta ofreciéndole información. Él solo ve a un sujeto desagradable, una suerte de pordiosero que insiste en meterse en su vida y que inclusive lo invita a compartir su hamburguesa. Y así, en este instante, es como si el joven comenzara a despertar de su propia ceguera.

Por otro lado, es evidente que cuando Mel Weill repite tres veces la palabra “Chile” no lo hace asociándola con las alternativas que el joven manejaba en su cabeza. El hombre “nacido y criado en esta ciudad de Nueva York” identifica claramente el país del que procede el joven y, básicamente, indaga en su memoria buscando aquello que asocia decisivamente con ese país.

Aunque éste no sea siempre el caso, y el joven pueda tener fundadas razones para sentirse perturbado por la pregunta, este episodio de la novela Muriendo por la patria mía nos indica que no es posible anticipar exactamente lo que el otro, nuestro interlocutor, tenga en mente. Y eso, en sí mismo, pienso yo, es ciertamente saludable.

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