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No hay que cometer el error de poner en duda la vocación de servicio de los candidatos porque se entra en una polémica tan etérea que no tiene final, pero lo que sí se puede decir es que no cualquier persona está hecha para ser candidato a cualquier cargo de elección popular y que la propia condición de candidato puede cambiar, al menos temporalmente, a las personas.

En primer lugar, es evidente que decidir una candidatura obedece a dos tipos de motivos: El externo es la real preocupación por el estado de una comuna, una provincia, un país, y la convicción que se puede ser un aporte para su mejoramiento.  El motivo interno es la ambición, la ambición por el poder, el dinero y por el reconocimiento social.   Se podría agregar como tercer motivo el afán de contribuir al triunfo de una causa, pero en estos tiempos en los que las ideologías parecen cada vez menos importantes, decirlo podría atentar contra el pudor.

Una vez resuelta la candidatura se pueden comenzar a percibir los efectos que esta tiene sobre las personas.   En primer lugar, y posiblemente condicionando los demás efectos, se desata la adrenalina tanto en la mente del candidato como entre quienes trabajan por él.    Esto significa una cierta recuperación de la Ley de la Selva, según la cual sólo triunfan los más fuertes, concepción que tradicionalmente ha implicado dejar de lado las reglas básicas de convivencia en una sociedad, como el respeto a los contrincantes, respetar la libre decisión de los votantes, sin intentar el cohecho, y lo que siempre se reclama sin éxito: Que las campañas sirvan para contrastar ideas.   Lo que vemos, sin embargo, es que las ideas son las mismas de las campañas anteriores, que los candidatos siguen sin identificarse con el partido político al que pertenecen y que, apenas pueden, cubren al elector con regalos para influir su voto.  Desde chapitas, o calendarios a comida, el principio es el mismo y se llama soborno.

Desatada la adrenalina y los frenos morales y legales que se observan con más facilidad en un estado de autocontrol, viene la total pérdida de objetividad, que es precisamente la que permite la competencia.  Observar el escenario electoral con ecuanimidad debería llevar a confirmar que las posturas declaradas formalmente son muy similares.   La subjetividad, sin embargo, lleva a representar una escena en blanco y negro, que divide a la sociedad en amigos y enemigos.   Ya sabemos que existe la tendencia a observar la realidad de acuerdo a los mensajes que transmiten los medios de comunicación y las redes sociales, y no por lo que observamos por nosotros mismos. Si se hiciera campaña diciendo lo que de verdad piensa cada candidato en lugar de ofrecer la pavimentación de calles o la instalación de árboles podría ser distinto, pero no es así y la responsabilidad es tanto de los candidatos como de los electores que no exigen una política de calidad sino que terminan votando por la dentadura más blanca o el calendario más bonito.

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