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Podríamos decir tantas cosas negativas respecto a las noticias que recibimos este año que hacer un repaso sería eterno. Nos ha hecho mirar la realidad de una forma diferente quizás hasta un poco pesimista. El 2016 fue un año marcado por los rechazos a lo históricamente establecido, y al cansancio de la gente por la impunidad de los líderes mundiales, además de una amplia polarización respecto a las libertades de las personas en el mundo, potenciado por las redes sociales y dinámica de comunicación instantánea que nos trajo internet.

Este año murieron más de 60 mil personas en Siria, y millones de migrantes tuvieron que abandonar su tierra a causa de la guerra buscando refugio en otros países y donde muchos han perdido la vida en el negocio del tráfico de migrantes ilegales. Ganó la derecha racista de Trump en Estados Unidos con un discurso lleno de odio y segregación; y en Chile, hemos visto casos de niños atrozmente vulnerados en el SENAME, abandonados por la sociedad. Conocimos casos de feminicidios que nos han tocado muy fuerte no sólo a las mujeres, también a los hombres que han logrado ver cuánto daño nos hace la violencia de género, y para qué hablar de los casos de colusión y delitos que han quedado impunes por los beneficios judiciales que le otorgan a los más poderosos del país.

Aprender a mirar los detalles

Confieso que me ha costado muchísimo escribir y he tenido una sequía bastante fuerte porque me costó mucho llevar las emociones que me produjeron las noticias de este año a algo más que una crítica o un visión negativa de lo que fue el 2016 porque finalmente si queremos cambiar en algo, debemos partir por nosotros mismos.

Quedarnos con todo ese pesimismo nos paraliza, frustra y hace que miremos el horizonte negro, lleno de odio y desconfianza. Es difícil ver más allá del dolor cuando estamos en duelo, y siento que el año pasado fue un poco así, un periodo de mucha pérdida.

No tengo la fórmula mágica para recomponer lo que está roto, ni la verdad en cuanto a cómo debemos mejorar, pero si algo aprendí este año fue que al mirar los detalles podemos ver la riqueza que aún vive a pesar de la desgracia, porque estas rupturas evidencian lo mucho que falta por hacer para ayudar a los demás y a nosotros mismos. Tenemos que reflexionar acerca de cómo estamos destruyendo el mundo, el medioambiente, la naturaleza, las relaciones humanas y hacernos cargo de las consecuencias de lo que hemos construido para avanzar y no seguir retrocediendo.

Salir a la calle y mirarnos

Quizás sea momento de apelar a la acción desde lo local, desde quienes tenemos al lado pero no vemos y salir de nuestro metro cuadrado para descubrir cuánto podemos aprender del otro. Hay tantos actos anónimos de empatía de los cuales también podemos ser parte. Desde ayudar al vecino que pasa una premura económica, armar cadenas de ayuda para quienes más lo necesitan, hasta enseñarle a nuestros hijos el valor de la compasión por sobre la competitividad. De ser justos y amables y no juzgar ni imponerle al otro lo que pensamos, aprender a pedir perdón y reparar el daño que hacemos con actos reales y no sólo con buenas intenciones. Quizás esto no solucione el abuso de poder ni las injusticias consecuencia de eso, pero nos ayuda a construir una visión común de colaboración y respeto al otro, con la confianza que nuestras generaciones venideras tengan más herramientas, conocimiento y empatía por el otro, para que tomen mejores decisiones que nosotros por el bien del mundo.

Los invito a mirar el 2017 con sencillez, esperanza y ganas de hacer algo más que activismo digital.

Recomiendo leer:

“La humanidad en lo cotidiano”, de Mariluz Soto.
“Comunicación y Humanismo: potencia tecnológica, desafíos humanos”, de Mauricio Tolosa.

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