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De lo único que estoy seguro, es que corría el año 1986 y que yo “pololeaba” con una estudiante de arte, que con el tiempo pasaría a ser una importante escultora chilena. Habíamos quedado de encontrarnos en la primera exposición de Balmes en Chile de vuelta de su exilio. Al parecer se montaría en la Sala de Carmen Waugh, en algún lugar del centro de cuyo nombre no puedo acordarme. Era en la tarde-noche y para ser sincero, no conocía la obra de Balmes y mucho más me preocupaba demostrarle a mi amor que yo estaría ahí, en el lugar de su propio interés. Tampoco era que no me convocase la pintura o el pintor como personaje, pero mucho más me gustaba  esa mujer que cualquier evento cultural o grupo de personas. Llegué a la Sala buscándola y de sopetón me encontré con el retornado en gloria y majestad, llevaba una copa de vino tinto en la mano, una chaqueta arrugada sobre una camisa fuera del pantalón y conversaba con alguien. Era como un hombre de otro tiempo para mí. Me causó la misma sensación de unos años antes, cuando me había encontrado con Pepe Donoso en unos de los patios de mi colegio, ahí, tendido sobre el pasto en la típica actitud de quien descansa sobre la arena y mira el mar. O cuando en ese mismo año ’86 al recorrer el Forestal junto a Pedro Lemebel observábamos atónitos a los escritores de las generaciones del ’60 y ’70 que vendían sus propios libros en pequeñas mesas a orillas de un Mapocho tumultuoso e igualmente sucio que el de hoy. La cuestión es que mi amor no llegaba nunca y  al darle vuelta la espalda a Balmes me encontré de frente con un enorme cuadro de un desarrapado PAN que volaba sobre la tela, pintado a grandes brochazos (así me pareció en ese momento) como hecho con un descuido calculado. ¡Chuta!, pensé, se puede pintar así y más encima un PAN, de trazos gruesos, de múltiples capas pero casi sucias y que la vez eran capaces de proyectar una cierta transparencia, sí, un PAN y nada más. Al mirar de nuevo al pintor, y como en una secuencia de película italiana, le encontré un cierto desparpajo y desaliño similar a su PAN y también al peinado descuidado de Donoso, de Parra, y sobre todo de Lihn, por nombrar a los escritores que podía fácilmente reconocer en esos tiempos. Y sus lentes de marcos negros gruesos, como los de Allende o como los de un profesor de castellano abstraído y desmemoriado, qué se yo.  Y mi amor no llegaba nunca, y yo que deambulaba entre el PAN y BALMES, así con mayúsculas, el PAN y BALMES. Entonces vagando entre tanta gente desconocida, entendí como en una epifanía, de qué se trataba todo esto. Había vuelto un hombre de otro tiempo, pero no arrastrando la nostalgia de la derrota o de lo perdido, sino que a pintarnos el ayer inserto en el ahora, en el hoy que vivíamos como un permanente aullido, que no era sino aquel que clamábamos cotidianos y eufóricos por las calles de la Patria: ¡PAN, TRABAJO, JUSTICIA y LIBERTAD!, tres veces siempre ¡PAN, TRABAJO, JUSTICIA y LIBERTAD, PAN, TRABAJO, JUSTICIA y LIBERTAD, PAN, TRABAJO, JUSTICIA y LIBERTAD! Eso era, había vuelto BALMES para decirnos que no éramos una masa amorfa desesperada, sino que éramos ARTE Y PARTE, co-creación colectiva, un nosotros, y que él era también nosotros y nosotros él, de una vez por todas y para siempre sobre esta angosta y larga franja. Y de repente llegó mi amor, y entre el beso sicalíptico de Rodrigo Lira, los anteojos del pintor, su copa de vino, el PAN del grito, los labios  y las lenguas pegadas como en  Rayuela, supe  que por fin el Chile de ayer era parte integrante del Chile que sufríamos con pasión, que nos venía a pintar  nuestras retinas, para que con nuestro propios ojos fuéramos capaces de transformar ese puro PAN alimento y carencia, que habíamos mordisqueado de madrugada por tantos años, en un enorme barco de MIGAS, simple y diáfano, en una carabela y un falucho que nos permitiese navegar contra viento y marea sobre el nuevo mar de populares y descuidados colores, para arribar a la orilla inmensa de la libertad anhelada.

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Alguien comentó sobre “Balmes mi amor, y el pan

  1. Super bueno. Muy bien captado el espíritu de la época. Yo también recuerdo haber deambulado en exposiciones de José Balmes, su esposa Gracia Barrios, la Roser Bru, Gonzalo Cienfuegos, Gonzalo Ilabaca y otros pintores convocados por el re-naciente barrio Bellavista y Lastarria. Era un movimientos subterráneo que calzaba con las peñas, los cantos de protesta y los libros clandestinos. Gracias por la memoria.

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