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El trayecto era desde Barcelona a Milán, vagón cucheta. Más 900 kilómetros de distancia y nueve horas de viaje. El tren, español, muy lindo, como uno desearía que fueran siempre y sobre todo la cama del camarote: suave con sábanas blancas y perfumadas. Tenías toallas a disposición y una bolsa transparente que contenía un cepillo de dientes, un dentífrico, jabón y tapones para las orejas por si una de las compañeras de viaje durante la noche roncara e interrumpiera el sueño del resto. ¡Un estupendo broche de cierre para una breve estadía en la ciudad donde la efervescencia política nos había mostrado un rayo de luz en la oscuridad de la crisis!

La primera persona que encontré cuando llegué al compartimiento fue Rocío, una mujer española, de unos 40 años, pequeña de estatura, muy simpática. Me contó que tenía una hermana mayor que ella y que como era soltera y asistente social, hasta hace un par de meses parecía haber estado destinada a cuidar a sus padres ancianos. Como quien dice ser su bastón para la vejez.

Rocío había imaginado el discurso de su hermana Teresa, para formalizar el rol: “Como estás sola y no tienes hijos te viene bien estar con ellos….”. Y habría seguido con su soliloquio “Yo tengo que atender mi marido, Arturo, y a los niños. En cambio tú, querida Rocío, solamente tienes una cierta responsabilidad con nuestros padres. Es una bendición que no te hayas casado. Y bueno, te quedas con ellos ¡y todo resuelto!”

Pero, la vida es como el recorrido que hace el tren, llena de imprevistos y movimientos. Para sorpresa de todos, Chispita, como llamaban a Rocío por su baja estatura, se había enamorado de un muchacho francés que trabaja en la frontera francesa. Y allí estaba con su maleta, su voz serena y viva, camino hacia su nueva casa en Saboya en medio de las montañas. Dejaba atrás la bella Barcelona y se rebelaba contra los planes de su familia, porque en un abrir y cerrar de ojos, el amor la había hecho elegir otra vida.

Rocío está frente a mi. Ambas pensamos “ojalá que no venga nadie más, así estaremos muy cómodas” No terminamos de decir esto, cuando aparece una tercera pasajera que tiene el asiento 23. Se presenta como Ninna, y debe estar por los 60. Es italiana y parece ser la típica mamá y dueña de casa. Su esposo la ha acompañado hasta la puerta del compartimento y se ha ido con cara de perro castigado y destinado a la soledad, por una noche, ya que en las cuchetas del tren hombres y mujeres van separados: “Los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres” había dejado bien claro el guardia a la subida.

Ninna parece una niña. Tiene la voz muy baja y finita. Está peinada en peluquería y viste toda de negro muy abrigada, porque tiene frío. Es curiosa y quiere saber más de sus compañeras de viaje, o sea Rocío y yo. Apenas empieza a hablar pone cara de tristeza: su hija Patrizia, de 28 años, está viviendo en Barcelona con su compañero. Ella vive en Lago de Como y tiene otra hija más grande de 30 años que trabaja en Milán. “Por suerte eso queda más cerca, porque de otro modo esta madre estaría destruida” pienso. Durante todo el trayecto nos repite que no ve la hora de que la pequeña regrese a casa para.

Con Rocío estábamos contándonos nuestras vidas en castellano, pero cuando Ninna descubre que hablo italiano comienza a preguntarme cosas, así es que debo hacer traducción simultánea del italiano al castellano y viceversa, creándose un diálogo internacional. Me resulta bello ver los rostros y las expresiones y oír el sonido de las distintas lenguas con el vaivén del tren.

Tanta conversación me ha dado hambre, así es que me dirijo al bar para comprar algo. Al regresar, con mi apetitoso sandwich de tortilla de papas, veo con sorpresa que se ha agregado a nuestro grupo de mujeres viajeras, una cuarta : Mary, de Rumania.

Mary es profesora de piano tiene 63 años y se ve muy deportista. Tiene el pelo rubio muy corto y habla un poco de castellano, de italiano y alemán. Apenas entra nos cuenta de su vida: tiene una hija y acaba de ser abuela, cosa que la hace muy feliz. Viene de visitarlas y nos dice  que tomaba sol en la terraza de la hija cuando cuidaba a Katerina, su nieta, y que le ha regalado un libro de música. Pese a su aspecto de mujer fuerte, Mary parece ser muy emotiva y en su relato se ve una especie de melancolía por el regreso a su casa en la montaña, después de haber estado con la hija y nieta.

Han pasado varias horas y decidimos que es tiempo de dormir. Rocío debe despertarse a las 5:30, porque baja en la frontera francesa. Ninna debe subir a la cucheta que está arriba mío y cuando intenta hacerlo, la escalera auxiliar resbala y se aprieta los pulgares; se pone pálida y parece que se fuera a desmayar: Con su voz de niña me pregunta si debería desinfectarse y me recuerda a mi hija, que cuando era pequeña apenas se golpeaba decía: “!!!! Hielo urgente!!! Vai al bar e chiedi ghiaccio!! (anda al bar y pide hielo!!!) .

Mary se trepa como una acróbata a su cama y con Rocío nos miramos como diciendo: “Esperemos que no se nos caiga encima”. Le pide a Rocío que escriba un mensaje en castellano a su hija, en el celular, diciendo que está muy feliz, compartiendo un hermoso momento con tres mujeres. Chispita le toma el pelo y le dice: “Escribo tres hombres”.

Le digo a Ninna, que se resiste a apagar su lamparita, que no tenga miedo porque hay un equipo profesional para cuidarla: una psicóloga (yo), una asistente social y una pianista.

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La puerta abierta

Antes de dormirme pienso en la Barcelona que he dejado atrás, luego de una corta estadía. Una ciudad viva, llena de personas y situaciones simples. Una Barcelona de caras lavadas, llena de “se puede” a pesar de la crisis. Se puede no renunciar a los sueños. Mi pensamiento se queda quieto tratando de descubrir a través de los laberintos de la mente la fórmula para trasladar al lugar donde resido, un modo de pensar y sentir que permita vivir y no sobrevivir solamente. Soy  psicoanalista, tengo una hija y este viaje ha sido la ocasión para poner en acto esta frase “Soy la puerta abierta a la vida que ningún hombre puede cerrar”.

Observo a estas mujeres con las cuales comparto una noche de tren y mucha vida resumida en algunas frases que hemos intercambiado animosamente. Siento que se ha creado un momento de serenidad y risa, de emociones compartidas, en el cual nuestros cuatro destinos -tan distintos- se han entrelazado, creando un espacio de energía mágica, nueva.

Ninna tiene la luz prendida todavía y ronca. Rocío me mira y susurra: “Se quedó frita”. Nos dormimos acunadas por el rumor del tren que va veloz conduciendo la vida a distintas estaciones.

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