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No debe haber personas en nuestro país que no conozcan ni tengan una opinión negativa sobre el episodio del regalo de la muñeca inflable de la Asociación de Exportadores al Ministro de Economía.   De un lado al otro de la sociedad hay coincidencia como nunca en que se trató de una vulgaridad estúpida que agrede a las mujeres, no tanto por la muñeca sino por el cartel con el que se la acompañó en que se pedía estimular la economía como se hace con la mujer.

Si se quiere ir más allá de lo evidente en este caso, se pisa un suelo resbaladizo y quebradizo, porque el tema del respeto de las mujeres se ha convertido en un asunto que tiene mucho de vergüenza pero también una buena parte de moda, justificada pero moda al fin.

El hecho del regalo más las reacciones iniciales de los asistentes, mayoritariamente hombres, deja en evidencia que, a pesar de todo el discurso que se ha transmitido desde el Estado, Chile sigue siendo un país machista, lo que significa que los hombres siguen temiendo a una real igualdad entre los sexos, al protagonismo de la mujer en nuestra sociedad (aunque hayamos elegido por segunda vez a una como Presidente) y que, en definitiva, el asunto de la sexualidad nos sigue complicando.  Somos una sociedad con una doble vida que hace en privado lo que no se atreve a mencionar por su nombre en público si no es bajo la forma de una broma, de gusto cuestionable.

En definitiva, lo grave no es sólo la cosificación de la mujer -que sí es, en sí, un asunto preocupante- sino la inmadurez de todos, especialmente de los hombres en lo que se refiere a nuestras actitudes y prácticas, aunque también hay una dosis de responsabilidad por parte de las mujeres.   Nuestra edad mental, como sociedad, está alrededor de los 10 años y cuando se expone públicamente un tema sexual nos ruborizamos y hacemos bromas de colegiales para disimular el pudor.    Es curioso porque en privado es distinto, pero lo que vemos es lo público e inevitablemente lo público termina incidiendo en lo privado.   Si en público aceptamos que la mujer es un objeto al que se estimula para ponerla en marcha, resulta comprensible que tengamos luego dificultades en nuestra sexualidad en privado y repliquemos la violencia que observamos como un asunto permitido.

Pero también está el asunto de la forma en que nos expresamos.  Si bien hay coincidencia en criticar el acto machista e infantil de la Asexma, es posible observar una suerte de policía del pensamiento que nos obliga a decir que estamos en contra, aunque en privado tengamos como ideal una vida sexual que no busca la compenetración afectiva entre dos iguales, sino la competencia y la imposición para obtener el placer personal.

Cuando se repiten excesivamente, las consignas dejan de tener sentido y se vacían de contenido.   En los hechos, la fijación de un modelo de conducta desde el Estado basado en el respeto a las mujeres y la valoración de sus derechos se ha traducido en que hemos entendido que no es políticamente correcto apartarse de esa línea, aunque no comprendamos del todo los motivos y de vez en cuando, como en Asexma, se nos escapa nuestro verdadero pensamiento:   El hombre cree que la mujer debe ser eficiente en la cocina y la cama, y la mujer que el hombre debe ser el proveedor y una suerte de caballero andante que tiene que resolver todos los asuntos domésticos y no debe tocarlas ni con el pétalo de una rosa, pero unos y otras usan sus recursos para asegurarse lo que quieren.  El hombre, el poder del dinero; la mujer, el poder del escote.

Existe una evidente contradicción entre el espíritu civilizador y evolucionista del discurso oficial y nuestra propia realidad, porque en el fondo, a falta de una verdadera educación que vaya más allá de las formas, seguimos siendo mamíferos, y eso implica competir por nuestra subsistencia y nuestra preservación como especie, aunque ello signifique mantener vigente la máxima maquiavélica de justificar los medios de acuerdo al fin y asegurar la reproducción como un mandato del instinto.

Ya está dicho que este es un asunto complicado y delicado, por lo que es posible que este texto genere reacciones virulentas, pero de lo que se trata es entender que nuestras formas no están siendo fidedignas con nuestros reales pensamientos y sentimientos, y que si queremos crecer como sociedad hay que buscar una educación que trascienda del discurso de 30 segundos en un spot televisiva que sólo nos ayuda a darnos cuenta que nuestras conductas no son apropiadas socialmente pero aún no nos sirve de explicación.

Hay que decir por último que es correcta la reacción inicial de la gente en las redes sociales condenando el hecho, pero no hay que quedarse sólo en eso: La educación la hacemos entre todos y en todos los ámbitos de la vida social.   Desde la sexualización de la publicidad al comentario entre amigos.   Con la pura indignación no se avanza.

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