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En  una de las escenas finales de la película “La llegada” el coprotagonista (Jeremy Renner) le confiesa a una lingüista (Amy Adams) que si pudiese cambiar algo de su vida “expresaría más veces mis sentimientos”. Ambos se enfrentan al desafío de entablar conversación con dos extraterrestres para descubrir las intenciones de su llegada a la Tierra. Los extraterrestres, encarnados por dos enormes hectópodos, les revelan que han llegado para ayudar a los humanos con el fin de que unos siglos después éstos les ayuden a ellos.

Los extraterrestres traen un regalo a los humanos: “un arma”. La mera formulación del término provoca el belicismo de algunas potencias, que están a punto de atacar a varias de las doce naves que han aterrizado en nuestro planeta. Finalmente una conversación telefónica entre la lingüista que lidera el equipo de traducción y el primer mandatario chino evita el ataque unilateral.

Los hectópodos portan dos mensajes: el primero es que la única forma de decodificar todo el mensaje es sumando los progresos de los doce equipos repartidos por todo el mundo, es decir, cooperación sin condiciones; y la segunda es que el arma más poderosa que poseemos es el lenguaje.

El filme es una adaptación del relato corto “The story of your life” del escritor Ted Chiang, ganador de los reconocidos premios de ciencia ficción Hugo y Nebula. Su moraleja, inspirada en la ontología del lenguaje, está escrita en forma de bellas imágenes: no esperemos a que otros nos digan que debemos usar las palabras para el bien, para el progreso, para la convivencia… para comunicarnos.

El mal se alimenta de la incomprensión, tiene como cómplice al silencio y huye del diálogo como alma que lleva al diablo. La civilización nos ha dado el lenguaje, las palabras dichas, las emociones mostradas, las frases que se engarzan en nuestra realidad y en las realidades de nuestros congéneres.

Tampoco esperemos al fin de los días, como el coprotagonista de la película, para expresar mediante el lenguaje (verbal y no verbal) el poder que atesoran nuestros sentimientos.  Lo confieso: adoro a la comunidad de habitantes y lectores de Sitiocero.

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