Compartir

Tú eres joven, Electra, y todavía
no has tenido tiempo de hacer mal… Pero paciencia:
llegará un día en que arrastres detrás de ti un crimen
irreparable. A cada paso creerás alejarte de él, y, sin
embargo, siempre te costará el mismo trabajo
arrastrarlo. Te volverás y lo verás detrás de ti, fuera
de tu alcance, sombrío y puro como un cristal negro.
Y ya ni lo comprenderás siquiera, y te dirás: «No fui
yo, no fui
yo quien lo hizo.» Sin embargo, estará ahí,
cien veces renegado, y siempre ahí, tirándote hacia
atrás. Y tú sabrás por fin que has comprometido tu
vida en una sola jugada de dados, de una vez para
siempre, y que ya no te queda otra cosa que hacer que
tirar de tu crimen hasta la muerte.

Voz de Clitemnestra, en Las Moscas de Jean Paul Sartre

 

La culpa, como podemos comprobar en nuestra propia existencia, es algo que nos acompaña como seres humanos. Sin embargo, ésta puede ser más o menos cruel con nosotros, dependiendo de la gravedad de los errores que hemos cometido, y de nuestra forma de ser, de nuestros rasgos de personalidad. También va a depender de qué hemos podido ir aprendiendo a lo largo de nuestra vida, las diferentes experiencias a las que nos hemos acercado y las personas que hemos permitido que ejerzan una influencia en nosotros.

Lo que sí es claro, es que la culpabilidad ha sido siempre un tema para las personas, y es que se constituiría como una de las consecuencias de la libertad que poseemos como seres capaces de determinar nuestro destino. Por cada decisión que tomamos, dejamos opciones a través del recorrido. Y en estas opciones, al tomar un determinado camino cuando llegamos a una bifurcación de nuestro sendero, podemos actuar más o menos acertadamente, y eso es algo que el futuro nos irá develando. En circunstancias, se puede dañar a otros y a nosotros mismos, provocar un vuelco con consecuencias insospechadas.

Y es aquí en donde aparece nuestra no siempre bien recibida compañera de viaje, la culpa. Cuando sentimos que hemos dañado algo, que hemos roto algo hasta entonces entero, que hemos perdido algo que amamos, es allí cuando nos arrepentimos y desearíamos poder volver el tiempo atrás, que las manecillas de nuestros relojes vitales giraran en la dirección contraria, y nos permitieran no equivocarnos nuevamente y no tropezar con la piedra.

Pero la culpa, como cada cosa que forja nuestra existencia humana, tiene un para qué, una razón de ser, algo que nos ofrece como personas, como seres que no dejamos de aprender a lo largo de nuestra travesía, hasta que nuestra luz se extingue. Y aquí se encuentran las diferencias entre diversas personalidades. Existirán quienes no podrán seguir viviendo tranquilos, a quienes las culpas los perseguirán para martirizarlos, cual moscas hambrientas que no pueden dejar de revolotear en torno a un trozo de carne, tal como aparece figurado en la tragedia de Sartre:

 

Gime. Paciencia, pronto vas a conocer
nuestras mordeduras; te haremos aullar bajo
nuestras caricias. Entraré en ti como el macho en la
hembra, porque tú eres mi esposa, y sentirás el peso
de mi amor. Eres bella, Electra, más bella que yo;
pero, ya verás, mis besos hacen envejecer; antes de
seis meses te convertiré en una vieja cascada y yo
seguiré siendo joven.

Voz de una Erinia, en Las Moscas de Jean Paul Sartre

 

Pero también aquí es en donde puede radicar una lección muy importante para nuestra vida, un momento en el cual podemos detener la espiral en que estamos inmersos y perdonar, perdonarnos. Muchas veces hacer esto puede resultar complejo, difícil y percibirse como un imposible, como ocurre con la gran mayoría de los hábitos vitales que hemos ido encarnando en nuestra piel. Porque, aunque no nos inunde la culpa, todos tenemos costumbres y hábitos, formas de ser, características con las cuales nos hemos identificado a lo largo del trayecto, y que muchas veces realizamos por inercia, más que por gusto o deseo de ser así. Y qué difícil puede resultar cambiarnos, mudar de piel y empezar de nuevo. Pero nuestra libertad humana nos permite hacerlo, nos permite optar nuevamente, elegir dar una vuelta en U, hacer un salto lógico, rectificar, pararnos después de la caída provocada por la piedra. E incluso podemos mirar atrás y agradecerle a esa piedra por haber estado allí, por habernos obligado a mirar el suelo a milímetros de distancia, a probar el sabor de la tierra.

Perdónense, todos cometemos errores, pero todos podemos reparar. Reparar el daño causado, cambiar para mejor, tomar la lección, aprender de ella y reinventarnos. Nuestra Libertad, nuestra gemela desde la concepción misma, nos permite eso. Y así como nos provoca miles de dolores de cabeza y noches de insomnio, por las múltiples posibilidades que nos ofrece cada día y la obligación que nos impone de escoger, también nos regala miles de oportunidades para optar nuevamente por lo mejor, para cambiarnos, para convertirnos en mariposas saliendo del capullo.

 

IN THE END ONLY KINDNESS MATTERS – JEWEL.
(AL FINAL SÓLO IMPORTA LA TERNURA)
Con cariño, para ti.

 

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *