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El sorprendente triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, pone en relieve el cómo apelar a un pasado glorioso y al caudillismo, encanta a los ciudadanos de hoy. También, es una lección sobre lo que puede ocurrir cuando las sociedades comienzan a dudar de la democracia como sistema participativo y a denostar el servicio público. Hoy está de moda decir que la política es una actividad para los deshonestos, la peor clase ciudadana. ¡Y claro! Les estamos dando el poder en bandeja a los peores. Desde que se erigieron las candidaturas de Hillary Clinton y de Donald Trump, hasta los medios de prensa estuvieron de acuerdo que ambos dejaban bastante que desear. En todos los rincones, la gente se preguntaba por las causas que permitieron el ascenso de estos personajes tan poco queridos y de tan dudosos antecedentes. Esto no es único en USA. En varios países se está dando el fenómeno de políticos acusados de diversos delitos menores, fraude o corrupción. Sin embargo siguen adelante, apoyados por una estructura partidaria que parece no adaptarse a los nuevos tiempos. Actualmente, existe una mayor flexibilidad. Tenemos una tecnología y educación que facilitaría participar con fuerza en los temas públicos, pero a la gente no le interesa. En todas partes, la desconfianza y la indiferencia han reemplazado el antiguo sueño de muchos padres y profesores. Décadas atrás, los adultos soñaban con que alguno de sus hijos fuese presidente de la república. Hoy, pocos aspiran a tan importante investidura. El burlarse de la democracia abre las puertas a lo que estamos viendo: el regreso de los nacionalismos extremos. Está creciendo la simpatía hacia gobiernos totalitarios de derechas e izquierdas. Y lo peor…se los equipara en igualdad de valores con la democracia.

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¡Oh, inolvidable ayer!

Las encuestas se equivocaron en sus vaticinios. A la gente no le interesó el futuro, pues estaba hambrienta de pasado. Donald Trump fue electo por una inesperada masa de votantes, conformada por los habitantes de los millares de pueblitos que subsisten en aquel enorme territorio. Ciudadanos blancos de “segunda clase”, granjeros, trabajadores precarios, poco educados y cesantes corrieron a las urnas, seducidos por el slogan: “Hacer América grande otra vez”. Votaron encantados por la promesa de Trump, consistente en hacer volver las fábricas a los pueblitos, anular toda clase de regulaciones ambientales para dar empleo y expulsar a los inmigrantes que “quitan trabajo”. La gente de estos lugares olvidados no fue encuestada. Después de todo, ellos rara vez votaban. Esta vez, hubo peleas y hasta balaceras en los diminutos locales electorales, sobrepasados por las muchedumbres. Dicha miríada de comunidades nacieron y vivieron esplendores durante el desarrollo industrial iniciado a fines del siglo XIX. Minas de carbón, plata y oro, siderúrgicas, ferrocarriles, construcción de caminos, puentes, tendidos eléctricos, represas, factorías de automóviles, textiles y electrodomésticos hicieron florecer no solo a las grandes ciudades, sino que a incontables pueblos. Las urbanizaciones crecieron alrededor de estos polos productivos, que solían dar empleos a familias completas, ya que los hijos heredaban el puesto de sus padres.  Esta bonanza se detuvo con la Depresión de 1930, pero retomó su rumbo después de las dos guerras mundiales.  El economista norteamericano Marc Levinson analizó este punto en su libro “An Extraordinary Time; The End of the Postwar Boom and the Retourn to the Ordinary Economy” (El Final de un Tiempo Extraordinario; El fin del boom de postguerra y el retorno a los tiempos normales). El libro, lanzado este año, describe las inmejorables condiciones que formaron la “tormenta perfecta” del progreso entre 1940 y 1973. La reconstrucción de Europa y Japón estimuló la economía en todo el continente Americano. Fue la época de las grandes compañías, de campamentos mineros, sindicatos, contratos con excelentes beneficios, construcción de viviendas para empleados públicos, habilitación de hospitales, escuelas y universidades, pues la necesidad de técnicos y profesionales iba en aumento. Se produjo la curva feliz de una tecnología que requería mucha mano de obra y una población mundial que recién comenzaba a repuntar, debido a la introducción de vacunas y penicilina. La necesidad de inmigrantes era urgente. Europa, Canadá, Australia y los Estados Unidos, competían por atraer a jóvenes capaces de llenar los cupos laborales. Los sueldos eran altos en consideración al costo de la vida y los que finalizaban la educación secundaria podían hacer carrera en los bancos, almacenes e industrias privada o públicas. En Chile, entidades como la Corporación de Fomento (CORFO), la Empresa Nacional de Minería, Ferrocarriles del Estado, las compañías de luz y agua potable, sin contar a las textiles, plantas agrícolas y muchas otras fuentes de empleo, garantizaban la prosperidad familiar y nacional.

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El fin del sueño

Después de 1973, fecha dada por el economista Levinson, el crecimiento mundial empieza a descender del extraordinario 3% anual, a estancarse en el 1% anual. Menciona un breve lapso de bonanza entre 1990 hasta el 2000. Este repunte obedeció a la masificación de la informática y la tecnología digital, lo que permitió generar empleo en las áreas de innovación. El anuncio de lo que vendría lo hizo Alvin Toffler, en sus libros “El Shock del Futuro” y “La Tercera Ola”, publicados a fines de los ’70. Aunque no imaginó a la internet como fenómeno masivo, hizo un panorama bastante certero de lo que comenzó a desarrollarse en el siglo XXI. Habló del fin de las grandes fábricas, del fin del empleo de por vida, del sistema contratista, de la abundancia de trabajos part-time, de la pérdida del sentido comunitario, de profesiones que irían a la baja y de la necesidad de mantenerse estudiando para estar al día. Habló de la obsolescencia programada, traducida también a relaciones humanas desechables. De esta forma, indicó que los automóviles y electrodomésticos tendrían una vida útil tan corta como los nuevos matrimonios. ¡Auguró dos o tres divorcios per cápita en los ciudadanos del futuro! Los nuevos profesionales serían viajeros y hablarían muchos idiomas. Por otro lado, diversas investigaciones anunciaron las consecuencias de la explosión demográfica mundial. Habría escasez de empleos para todos y vendría la crisis de la contaminación ambiental, dada por la sobreexplotación de los recursos. Con ello, venía también el exterminio de la flora y fauna natural, en pro del uso de suelos para construcción urbana, agricultura y carreteras. Cabe indicar que  ningún “profeta” pudo augurar la desestabilización de los sistemas de pensiones mundiales debido al aumento del segmento adulto mayor y de la prolongación de la vida hasta los 80 y más años. En general, la mayoría veía con optimismo el futuro, en el sentido de que  habrían nuevos empleos que reemplazarían las actividades perdidas por obsolescencia, nueva tecnología y tratados comerciales. La realidad está demostrando que no solo están quedando afuera del sistema grupos humanos de poca calificación, sino que también, los títulos universitarios ya no son garantía de ascenso social. Por otra parte, las guerras, sequías, inundaciones y conflictos étnico-religiosos, están empujando olas de inmigrantes nunca antes vistas y lamentablemente, poco deseadas.

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Conflictos sociales y desencanto

Para Marc Levinson, la obsesión por mirar hacia atrás es parte del descontento social actual. Los gobiernos no son capaces de generar la misma prosperidad de aquella época de oro porque escapa a sus manos hacerlo. Es imposible repetir en exactitud las condiciones que permitieron la “tormenta perfecta” de aquella época. En especial, cuando hoy la población mundial está en sus cifras más altas y las innovaciones tecnológicas volvieron  a su ritmo natural de prueba y error, antes de entrar a los mercados. La era de los grandes inventos y del partir de cero, ya se ha ido. Por otro lado, la historia ha visto caer los experimentos socialistas y comunistas, por lo que las ideologías han quedado en un punto ciego. Los problemas son cada vez más globales y los países prefieren no ver esta verdad tan dura. Todo indica que se requieren soluciones integradas con otros. Sin embargo, el temor a perder identidad y poder está promoviendo el regreso al pasado. El Brexit es un ejemplo de ello. De esta forma, se da la contradicción de un mundo más pequeño, donde todos nos necesitamos, con reacciones individualistas, que buscan separarse del resto. En vez de seguir pensando en el desarrollo sustentable o en sistemas económicos y sociales del futuro, surge el trasnochado nacionalismo, en sus versiones fascistas y de extrema izquierda. No en vano, en los Estados Unidos la generación llamada “Millennials”, ubicada entre los 18 y 30 años, mira con buenos ojos los sistemas socialistas. No se refieren a la socialdemocracia de los nórdicos, sino que a los totalitarismos clásicos. Justamente, la proliferación de candidatos de poco prestigio y la corrupción política, están llevando a los ciudadanos a elegir a caudillos que ofrezcan “mano dura”. Ya se ha visto en Europa el retorno de políticos de extrema derecha. Si el descontento popular sigue creciendo, no será raro que la “torta se de vuelta” y tomen el mando los imitadores de Stalin…o las monarquías exijan volver al poder. Entonces, todos desearemos que la ciencia ficción se haga realidad y logremos poner en el gobierno a un computador central, alimentado por las propuestas ciudadanas y un programa capaz de llevarlas a la realidad, sin las oscuras debilidades humanas.

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