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No cabe duda que este es un país contradictorio -algunos dirán cínico- porque todos damos señales confusas y discordantes entre lo que decimos y lo que hacemos.  Todos nos plegamos al sentimiento propio de la Navidad en todo lo que es la paz y el amor, pero no dudamos al momento de juzgar las intenciones de los demás: Que los políticos son corruptos, que los empresarios son unos desalmados, que hasta los artistas carecen de talento y los deportistas de buen gusto.

Cuando podemos, criticamos; y cuando no deberíamos hacerlo, lo volvemos a hacer.   Sin embargo, con la misma soltura realizamos el ritual amoroso típico de estos días navideños y le deseamos lo mejor a todos, aunque se adivina un sub texto que precisa que ese “todos” excluye a los que piensan distinto a uno.

Aunque no andamos tirándonos peñascazos y palos por la cabeza en las calles como antaño, en las redes sociales mantenemos un nivel de agresividad similar, aunque con palabras, que pueden ser tan agraviantes o más que una piedra.  Las heridas sanan, pero los rencores permanecen por mucho más tiempo.

Además, nos metemos en discusiones que no nos corresponden, como ocurrió con el caso de la decena de presos de Punta Peuco que manifestaron su voluntad de pedir perdón por las violaciones a los derechos humanos que cometieron.   Independientemente de la calidad y profundidad de ese gesto, los únicos llamados a opinar sobre la materia son los familiares de las víctimas.  Los demás son comentaristas más o menos interesados en el asunto, y la verdad es que mientras más comentario recibe una situación, más inútil se vuelve esta y se va vaciando del contenido que pudo tener hasta transformarse simplemente en una anécdota más y una noticia destinada a la intrascendencia.

Como sociedad estamos haciendo mal las cosas: No nos respetamos unos a los otros ni nos cuidamos en nuestra condición de integrantes de una misma comunidad porque, a fin de cuentas, los partidarios de un equipo de fútbol o de otro, los adherentes de un partido político o de otro, seguimos siendo pasajeros del mismo barco y de todos depende que el navío llegue a puerto.   El perdón y la convivencia duelen.

Es precisamente ese punto el que marca la diferencia entre nuestra sociedad y la de aquellos países que observamos como desarrollados.   Carecemos de ese sentido de trascendencia que permite la unidad y el acuerdo.  Hablamos mucho de unidad, pero desde una perspectiva en la que se trata de imponer nuestra visión por encima de la de otros.  No nos escuchamos realmente ni tratamos de ponernos en el lugar de los demás.  Efectivamente la gente de Punta Peuco son unos ancianos que tendrían el derecho de morir en sus casas, pero es cierto también que cometieron actos terribles.  Todo lo vemos en blanco y negro y es por eso que no tenemos colores en nuestro desarrollo, ni esperanza ni motivos de alegría.

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