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En estos tiempos de desorientación ideológica, en los que las formas tradicionales de pensamiento (sean de Izquierda o de Derecha, porque todas están sujetas a la misma desconfianza) parecen ser insuficientes para las exigencias actuales, puede ser conveniente volver a lo básico: La ética y la estética.

Recordemos que la ética es el recto y correcto proceder del ser humano, es decir hacer el bien; y que la estética es, por su parte, el estudio de lo bello, que a su vez podría entenderse como lo realizado de manera correcta.   Ambos conceptos están relacionados entonces y podrían entenderse como la definición de la misma idea, una referente al fondo y la otra a la forma.

Las quejas contra la dirigencia política, y en general contra las autoridades en todos los ámbitos de la vida social, denotan que estos valores no se encuentran habitualmente en su comportamiento.  Se les acusa de no promover el bien común y de no guardar cierta elegancia en sus conductas, y eso conlleva naturalmente el deterioro de su prestigio que, pudiendo ser responsabilidad de unos pocos, afecta al conjunto de lo que se conoce como la “clase política”.   Se responde que las exigencias se han elevado, pero el resultado es el mismo.

Parece tan sencillo actuar con ética y estética que son muchos los que buscan la forma de intervenir en política, mientras otros simplemente asumen una respuesta de rechazo y alejamiento.  La verdad es que la política es una actividad complicada y, como muchos otros oficios humanos, conlleva riesgos que, en su caso, conducen a tomar distancia de los votantes y aceptar prebendas innecesarias que, en definitiva, dañan al conjunto de la actividad.   Es equivalente al panadero que le echa un poco más de agua a la mezcla para aumentar el producto, sin darse cuenta que la calidad de su pan se deteriora y podría significarle que el público deje de comprarle.

Por eso, como el buen panadero, el político tiene que regresar a lo básico, a lo mínimo que se le exige a alguien que cumple una función pública: La ética y la estética.   Quienes supongan que aún es tiempo de ideologías o que desde los partidos  aún se puede dar respuestas a las demandas ciudadanas, aún no logra hacer un diagnóstico del escenario actual en el que la primera exigencia es que, al menos, los políticos no sigan provocando desilusiones.
Se trata simplemente de que hagan bien el trabajo para el que fueron elegidos.   Si a eso le pueden agregar un propósito más elevado, bienvenido, siempre que no dejen de cumplir con lo mínimo.  Volviendo al panadero, sus clientes le agradecerían que pueda hacer tortas elaboradas, pero que ello no se traduzca en que no haga bien el pan que se le compra todos los días que es el que alimenta a las personas.

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