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Según Paulo Freire, la educación no se constituye en formación sino a través de un proceso que él llama “concienciación”, enorme y complejo, y que implica poner en juego muchas otras “competencias” que las que usualmente desarrolla la actual escuela, que son competencias específicas para responder a un modelo de educación para la producción, con individuos alejados de su esencia, de las posibilidades de comprender, distantes de las preguntas insondables y próximos a las respuestas automáticas.

En este modelo se descontextualizan todos los conocimientos. Se aprende matemáticas porque hay que sumar y restar, sin generar la necesidad de comprender qué maravilloso sentido tienen los números y qué representan; se aprenden fórmulas lingüísticas, sin comprender cuál es el sentido del lenguaje; se estudian y repiten fórmulas, sin acercarse levemente a la mágica relación entre la química y la alquimia, el poder de la co-creación encarnado en el alma humana. Este modelo entrega información, parcelada, dispersa, reduce las posibilidades del conocimiento, a conocimientos específicos, y no incorpora la conciencia como mediatizadora del saber; la reduce, la va excluyendo.

Si el motor de la educación no es la concienciación, no hay educación posible. A lo más, una programación de cerebros. La filosofía está excluida de la escuela, en este modelo educativo, desde el origen. No hay sustrato para la formación; solo para la información, aquella necesaria y pertinente. En ese contexto educativo, la filosofía es el apéndice memorioso de una disciplina en extinción. Saber quién fue Sócrates, es un dato, en la intención formativa de este sistema.

Mientras el modelo educativo imperante reduce la posibilidad humana de concienciar, tomar conciencia (que implica comprender, valorar, actuar con justicia, atender principios superiores, actuar con ética, responder humanitariamente a la comunidad, etc.…), la inteligencia artificial programa máquinas que puedan tener las competencias humanas necesarias para ser funcionales, acríticas, con respuestas específicas, sin complejidades.

Nos acercamos, unos y otros. Nos acercan. El modelo educativo (un se habla de modelos formativos en estos debates) nos acerca a la inteligencia artificial, porque la inteligencia humana posee componentes peligrosos para el sistema. Y son justamente los componentes de la concienciación. La toma de conciencia convierte los datos en preguntas esenciales y propias, las preguntas abren caminos y los caminos nos conducen a comprender el mundo, desde una experiencia que no se obtiene en los laboratorios ni en las salas de clases, y esa comprensión del mundo nos hace capaces de transformar y transformarnos positivamente. Esta protesta ciudadana que se ha masificado llega demasiado tarde. Hace muchas generaciones –degeneraciones- que la filosofía fue erradicada de la escuela, como medio, y sustituida por un objeto de estudio ajeno al ser y por lo tanto, sin sentido.

La filosofía es un juego que se juega desde que se es. Se construye y se autoconstruye jugando a indagar. La infancia es pura filosofía. El momento en que estamos más próximos al mito. La etapa en que con mayor fluidez simbolizamos. La etapa más creativa y autocreativa de la vida. El terreno luminoso donde se siembran las semillas de las opciones por la paz, el amor, la confianza, el equilibrio; los valores y principios con que haremos comunidad. Pero en medio de ese camino, muy tempranamente, comienza un entrenamiento para el orden, el hábito y la repetición con respuestas como: porque sí, porque yo lo digo, porque todos lo hacen, porque así tiene que ser. A los 3 o 4 años, sino antes, comienzan a entrenarnos para responder a un modelo y esquema. Y es ahí cuando la filosofía adquiere esa forma de pieza de museo, que se aborda al final de la enseñanza media, cuando ya pasaron 14 o 15 años de entrenamiento acrítico, para ofrecer algunas pinceladas de una disciplina teórica que se traduce en apuntes en cuadernos desatendidos y estudiantes hastiados, a excepción de los “raritos” que siempre enganchan.

¿Es posible enseñar a pensar y sentir en la escuela hoy? Creo que esa es la pregunta. ¿Qué significa ser? ¿Qué concepción del “ser” hay involucrada en la educación humana? ¿Qué concepción de “mundo”, de “realidad”? ¿Es posible educar sin llegar al alma? Los temas de los debates no suelen ir a estos asuntos. Los estudios pedagógicos forman técnicos especializados que aplican modelos de acá y de allá, replican moldes probados en otros contextos. ¿Filosofía en la escuela? Curriculum, didáctica, planificaciones, libros de clases. La filosofía, como experiencia, sería un buen remedio para sanar, pero solo se administran dosis de placebo de teoría o historia de la filosofía, con biografías extravagantes de pensadores exóticos, carentes de poder, perdedores para el sistema, en la mayoría de los casos, héroes míticos de búsquedas idílicas, que carecen de valor para ser modelos actuales. Especialmente, porque la mayoría murió en la miseria o tristemente.

Si, como piensa Krisnamurthi, adaptarse a un sistema enfermo, es estar enfermo, entonces la escuela enferma, no sana. Creo que la libertad es condición del desarrollo y posibilidad de la filosofía, y al parecer hay demasiadas cadenas e incluso oscuros grilletes que impiden que la filosofía en la escuela, sea algo más que un anecdotario de casos.

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2 Comentarios sobre “Filosofía en la escuela

  1. Muy erudito. Muy acertado lo instrumental d la IA. Muy humano lo de la filosofía, la infancia, Socrates.

    Muy acertado lo de Paulo Friere.
    Gustavo J. L

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