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Tiempo atrás, participé de un encuentro de mujeres. Éramos alrededor de diez y efectivamente, como suele caricaturizarse en el género femenino, en más de una oportunidad nos encontramos hablando todas al mismo tiempo para sostener más de una conversación a la vez, sin embargo, eso no era impedimento para entendernos y conectarnos a través de diversos temas.

En un extenso paseo temático, la conversación se llenó de bemoles dejando en evidencia nuestras diferencias y formas de experimentar la vida, pero hubo un punto en la que todas coincidimos, al menos ese día: La lactancia.

Cierto es, que la sociedad se empecina en mostrarnos esta etapa como una cosa  romántica y llena de candidez, así lo han retratado grandes pintores y así se ve reflejado también  en la TV y en los posters de las campañas del ministerio de salud para fomentar la lactancia materna, pero la realidad es otra, si no me cree, pregúntenle a cualquier mujer qué recuerda cuando le mencionan la crema de matico o el Purelan.

Cuando baja la leche  (o sube dicen algunos)  comienza una etapa absolutamente desconocida, en especial, para las madres primerizas. Creyendo, inocentemente, que todos los dolores e incomodidades postoperatorias comienzan a decaer, nos encontramos, un día con nuestras mamas llenas de leche. ¡Que bendición! Dirán algunos y algunas y si, lo es, cuando la leche corre y el bebé la recibe gustoso, pero la cosa cambia cuando se produce y produce leche y no corre ni una gota al exterior. Cuando esto sucede y ya te encuentras en casa, lo primero que piensas es: por qué no me quedé una noche más hospitalizada…

La guagua llora. La madre ansiosa, llora y el papá, si está presente, siente ganas de llorar, pero ya sería como mucho. Las mamas se endurecen, la leche no sale, la guagua trata de chupetear en vano y llora más porque tiene hambre, entonces recuerdas las indicaciones dadas por la matrona: que la guagua debe mamar, que no le debes dar relleno (razón por lo que no lo compraste) y que apliques paños tibios sobre los pechos para que la leche fluya, así evitarás una mastitis cosa que nadie quiere. Y tras probar todo sin resultado, decides llamar al encargado de maternidad para saber qué hacer y qué darle al hijo o hija que llora hambriento.

– “Tiene que ponerse la guagua al pecho. La guagua tiene que mamar. ¡No! ¡No le de relleno!. Tiene que mamar la guagua. Póngase paños tibios sobre la mama para que le salga leche porque o sino le va a dar mastitis y se le puede infectar y bla bla bla…”

– ¡Por la flauta! ¡Si todo eso ya me lo habían dicho! ¡Ya lo hice!

En ese momento, te das cuenta que nada lograrás buscando respuestas en alguien que es incapaz de conectarse con tu dolor y tu pena y que repite frases como si fuese el protocolo de una transnacional. Este es el preciso momento en que asumes que adulta, incluso casada o emparejada, con guagua y todo, lo único que quieres es tener a tu mamá cerca. Pero no siempre se puede.

No queda otra. Hay que apechugar.

Ya sea que la guagua se duerma de cansancio o por insistencia haya logrado alimentarse, al día siguiente despiertas, en el mejor de los casos, con la cama convertida en una posa de leche o en la situación contraria, con pechos al doble o más de su tamaño natural. Entonces, agotados los recursos convencionales y seguidos todos los consejos de familiares, cercanos y especialistas, logras recuperar lo perdido: confianza y tranquilidad para continuar el proceso de amamantamiento.

Todo regresa a la calma. La guagua al fin se alimenta, como madres, podemos comenzar a disfrutar de la lactancia materna que será lo mejor para el desarrollo del hijo o hija… ¡Pero!… el tercer día más o menos, es cuando descubres que la succión y saliva del bebé hirieron tus pezones…

¡Ay! No sé si existe una sensación más terrorífica en esta etapa, que la de querer alimentar a tu guagua y tener que contener el aliento frente al primer apretón de su boquita. Comienzas a prepararte psicológicamente para ello, mientras realizas el ritual de limpiar la areola con un algodón húmedo evitando que la guagua succione la crema de matico o el cicatrizante de turno; lidias con el sostén  maternal y con el pañal que te tapa porque estando en un lugar público aparece el pudor, propio o ajeno. Así es, hay gente a la que le incomoda ver amamantar, les da asquito o algo así muy siútico. No pueden ni comer algunos si hay junto a ellos una guagua alimentándose. En esta sociedad, las tetas faranduleras no molestan, pero si tienen leche la cosa cambia. Se vuelve repulsivo, lo encuentran inmoral y no sé que más he oído decir. ¡Ya los quisiera ver pasando por todo eso! En casa, el asunto es más fácil, pero en público es un verdadero malabarismo: con una mano sujetas la guagua, con la otra el pañal para taparte, con el pie derecho cuidas el bolso para que no te lo roben, con el izquierdo te afirmas  para no caer de la silla, con un ojo vigilas a más de un observador enternecido o erotizado por la escena (no lo dude, existen) y con el otro ojo, cuidas que no se atore la guagua o al menos tratas de lograr algo de apego en un escenario como este.  Más encima, hay que disimular el dolor del apretón inicial.

¡Ah no! ¿Dónde está la parte romántica?.

En fin, así transcurren, más o menos, las primeras semanas de lactancia, hasta que logramos recuperarnos por completo del parto y nuestra anatomía comienza a regresar a la normalidad. No olvidemos que sumado a lo anterior, nos estamos recuperando de una cirugía que no es menor o de un parto que casi nos “parte” en dos.

Entre visitas al médico para los controles de la guagua y la madre; el cuidado de otros hijos (cuando existen); los esfuerzos por mantenerse saludable, comer sano y con pocas posibilidades de dormir reponedoramente, lo cierto es, que cuando todo comienza a volver a la normalidad, muchas madres deben regresar a sus trabajos (que bueno que se extendió el postnatal) y/o en otros casos, te enteras que tu leche no es suficiente para el crecimiento del hijo o hija, así es que al fin y al cabo terminas igual comprando el tarro de leche, que te prohibieron estrictamente en el inicio.

Mientras algunas mujeres llenan mamaderas y tazas con su leche, otras deben resignarse al tarrito celeste o dorado y he aquí la mayor ironía: cuando la guagua ya se acostumbró a quedar llenita con el relleno, la mamá debe continuar usando absorbentes de leche, porque a pesar de que ésta sea insuficiente para la guagua, la seguimos produciendo y sigue saliendo. ¡Ahora sale solita!. Así es que para no “pasar vergüenza”, ni andar oliendo a quesillo, obligada a usar absorbentes o contenedores plásticos bajo el sostén para contener la leche que brota de nuestros pechos.

Muchas afortunadas mujeres, después de un tiempo, efectivamente conocieron la parte romántica del amamantamiento, esa sin dolores, sin chorreo, sin llanto. Sin la desesperación del hijo(a) por encontrar el pezón; sin rellenos que tardan en enfriar para no quemar a la guagua. La lactancia sin pudores, sin complicaciones. Muchas mujeres tienen la fortuna de dar lo mejor de su naturaleza a quienes más aman. En lo personal, aunque esta experiencia fue por corto tiempo, con dolor y oliendo a crema de matico, me emociona recordar los ojitos de mis guaguas cuando al fin se enchufaban en la pechuga y chupeteaban mirándome con ojos profundos y agradecidos. Con sus dedos clavados en mi piel, parecían asegurar que todo andaba bien y me hacían desear profundamente que ese momento fuera eterno.

Comprendo, entonces, que esa ha de ser la parte romántica de la lactancia. Así es que a pesar de todo altibajo e independientemente del tiempo que haya durado o las causas de su término, agradezco haber tenido la posibilidad de disfrutar dicha experiencia y de que la sabia naturaleza, nos permita olvidar los detalles dolorosos de esta primera etapa, animándonos a tener otros hijos y a revivir ese contacto tan íntimo en los primeros meses (o años) de sus frágiles vidas.

Un abrazo a aquellas madres que actualmente están alimentando a sus hijos (as); a las que “dan su pecho y reciben a cambio sus ojos” como leí por ahí un día; en especial a aquellas que al hacerlo, han sido humilladas y hasta expulsadas de lugares públicos a causa de la ignorancia, falta de empatía y patético pudor moralista de otro que no sabe nada de dar y de amar.

¡Vivan la leche materna, la teta (y el matico) por siempre!

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2 Comentarios sobre “Hora de la teta

  1. gracias Rebeca, recién leyendo tu relato, me doy cuenta de lo que sufrió mi mujer, cuando nuestro peladito tuvo que aprender a sacar leche del pezón, porque nació prematuro y acustombrose primero al biberón, pero gracias a una matrona de la UC pudo hacerlo de su pechuga, mi mujer nunca me hablo de esos ojitos que miran agradecidos a la vida… ahora, gracias a ti, lo sé.

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