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La alegría se viste de amarillo, naranja y con las combinaciones que tenga ganas. La alegría es provocadora porque desordena estructuras, es intensa porque sabe de fragilidad, es indiscreta porque se mete en todos tus rincones, es cuestionadora, porque corre límites y, al ver la alegría en otros, nos hace mirarnos.

Benedetti lo dijo claro: “hay que defender la alegría como un derecho, defenderla de dios y del invierno, de las mayúsculas y de la muerte…”. Es que la alegría le gana a la muerte porque es el recuerdo feliz de las personas que ya no están físicamente el que las hace estar presente una y otra vez.

A ratos la vida nos muestra que todo es perfecto, y te lo muestra desde lo sutil del presente. Al constatar el privilegio de estar vivos, vemos desiertos floridos como parte del júbilo de sentirnos uno. Aquí está todo lo que necesitamos. Tal vez por eso cada vez necesitamos menos aunque los sueños sigan creciendo.

La alegría te deja expuesta porque es energía que sale por los poros. Hay pocas cosas tan peligrosas como una persona sonriente al caminar por la calle. ¿Qué mayor acto de resistencia que ser amable, reírse y traer al hoy el mundo que soñamos para el mañana?

La alegría también es muy contagiosa. Cuidado porque se multiplica rápido con luz del sol que entra por la ventana, un café compartido, los abrazos largos, las conversaciones que te expanden, con la vibración de la música que te sana, con los bailes en que te pierdes, con lo nuevo que aprendes y lo bello que descubres en tu esquina.

Estar en la alegría no significa ausencia de problemas o sufrimiento, tal vez es exactamente lo contrario. Desde la incertidumbre y no control, es la improvisación en el vivir y ese fluir atento a las señales del universo lo que te hace sentir alegre.

La alegría es una fiesta de rebeldía. Julio Cortázar fue enfático: “es inconcebible una revolución que no tenga por fin la alegría, entendiendo por alegría una cosa mucho más amplia: la supresión de todo lo que es dolor antes de la revolución, la supresión de todo lo que nos humilla, nos explota, nos aliena, nos distancia, nos mutila. Entendiendo por alegría entonces el hecho de llegar por fin a nosotros mismos”.

El Sub Comandante Marcos puso un imborrable sello a la revolución al decir que “como seres apasionados por la felicidad colectiva y combativos contra las estructuras desesperanzadoras, debemos revolucionar la cultura y construir colectivamente una subjetividad alegre”. Tal vez de eso se trata, de tener a la alegría por bandera en todo proyecto transformador y como un camino para construir la felicidad entre todos y todas.

Por eso también la alegría puede y debe revolucionar a nuestro herido sistema educativo. Paulo Freire nos manda una invitación transformadora “hay una relación entre la alegría necesaria para la actividad educativa y la esperanza. La esperanza de que profesor y alumnos puedan aprender juntos, enseñar, inquietarse, producir y juntos igualmente resistir a los obstáculos que se oponen a nuestra alegría….”.

Necesitamos construir una cotidianeidad nueva en que la alegría sea motor y camino para construir la paz.

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2 Comentarios sobre “La alegría es revolucionaria

  1. Qué linda nota Victoria. Muchas veces me río en la calle y bajo del metro con una tremenda sonrisa. Y es como si se abriera el mar de Jordán, como que la gente de deja pasar…Tal vez de eso se trata “andar con la alegría como bandera”.

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