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Ha muerto Fidel Castro, y como sucede frente a tantos sucesos los análisis y comentarios van de la mano de la perspectiva de cada observador.  Para sus partidarios, es el responsable de indicadores económicos y sociales alabados por organismos sociales; para sus detractores, el culpable de la represión y de la falta de democracia y libertades en Cuba.  Cada cual decide qué mirada le importa más.

El personaje permite tantas observaciones como las que caben en la vida de cualquiera: El Papa, los reyes, presidentes electos, todos tienen luces y sombras porque están empeñados en tareas humanas y ya sabemos que los humanos somos imperfectos, desde el más alto al más humilde.

Se puede decir de Castro lo que sea, cuando se trata de usarlo como representación de las posturas propias porque, en el fondo, se usa su muerte para reafirmar la posición política de cada uno y al personaje como símbolo de lo bueno y de lo malo.  Lo importante sería poder hacer un balance objetivo de su vida, pero se trata de un personaje que despierta muchas pasiones y ese sólo hecho es señal de que fue alguien importante en la Humanidad.  Esa circunstancia no tiene relación alguna con su valoración como figura política, sino que es una constatación de su espacio en los libros de historia.

Más allá de las diferencias ideológicas, de los aplausos y de las críticas, Castro pudo cambiar la historia a fuerza de voluntad y eso es meritorio, sobre todo actuando desde una isla que, en términos comparativos es poco más de la sexta parte de la de Chile, con una población actual de unos dos tercios de la chilena, y con su principal adversario a 144 kilómetros de distancia, sin contar con que su importancia económica y política era mínima al hacerse del poder.

También hay que considerar su impacto cultural.  Se puede decir que ello no fue deliberado ni consciente al menos en un comienzo, pero gran parte de la vida cultural de América Latina se desarrolló en torno a su figura, nuevamente a favor y en contra.   Otra vez se trata del personaje al servicio de los símbolos.

Por último, su paso por este mundo también ha servido para que discutamos qué se entiende por democracia y libertad, además de servir como referencia, otra vez en positivo y negativo, para definir qué son los derechos humanos porque parece que las definiciones clásicas no son tan exactas para nuestro tiempo.

Otra cosa es la persona, y desde ese punto de viste los que se declaran demócratas deberían practicar la tolerancia respecto del que opina distinto, en especial al momento de su muerte y ante el hecho que muchos lamentan su partida sin comprender que nadie es inmortal.  Lo cortés no quita lo valiente, dice el refrán, y en la hora de las despedidas todos tienen el derecho a dar su opinión pero en forma respetuosa.

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