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Es evidente que nadie entregaría a un niño de 8 años la responsabilidad de decidir sobre el destino de sus ahorros, pero tampoco se le reconoce ese derecho a un tipo de 30 ó 50 años al menos en lo que se refiere a sus ahorros previsionales.

Nadie dejaría que una niña de 10 resuelva sobre su alimentación, pero a un adulto que quiere atiborrarse de grasas y sales se le rodea de advertencias apocalípticas para que no lo haga.  No se le prohíbe explícitamente pero se le marca con toda la presión social y propagandística posible.

Se prohíbe vender tabaco a un menor de edad, pero el mayor de 18 años puede cultivar en su casa una planta de marihuana y consumir todo lo que desee mientras no lo haga en la calle ni la venda.

Estamos rodeados de normas y restricciones que, en el fondo, sólo expresan una falta de consenso respecto al grado de libertad que se le permite a las personas.   Durante la dictadura no podíamos estar en la calle durante la noche (sin mencionar la falta de libertades políticas) y ahora que estamos formalmente en democracia se nos pone todo tipo de trabas para organizarnos cuando la orientación es divergente a la oficial.

Mientras no discutamos mucho sobre el alcance de nuestras libertades políticas, tenemos toda la libertad económica que queramos para gastar hasta el dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos, pero esa libertad se acaba cuando reclamamos nuestros derechos como meros consumidores.  Ni qué decir de nuestros derechos como seres humanos.

Cuando se está en la parte baja de la pirámide social se reclaman todos los derechos posibles, pero cuando se está en la cima se pasa a otro raciocinio: A estas personas hay que protegerlas de sí mismas porque no son suficientemente maduras, informadas o inteligentes para tomar las decisiones correctas, lo que implica además que la decisión correcta solo puede ser una.

Para todos los efectos judiciales, sean penales o civiles, somos plenamente responsables de nuestros actos desde los 18 años de edad, y desde esa edad podemos también elegir a nuestros representantes, conducir un automóvil y emborracharnos en un local público, pero no podemos ser diputados hasta cumplir los 21, senadores o Presidente hasta los 35, siempre y cuando hayamos cursado toda la educación secundaria.   Pero no tenemos completa libertad mientras no lo permita alguien que, en esencia, no es superior a uno y al que no hemos elegido para que defina los límites de nuestra libertad, entendida como el derecho a hacer lo que nos plazca que no vaya contra la Constitución y la ley natural, y menos en tiempos en que no existe la esclavitud.   Se nos trata como niños y ahora se nos quiere reducir la sal del pan.

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