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“Ay Patria, Patria, /ay Patria, cuándo/ay cuándo y cuándo / cuándo/ me encontraré contigo? (…) Ay Patria, sin harapos,/ay primavera mía, /ay cuándo/ ay cuándo y cuándo/ despertaré en tus brazos /empapado de mar y de rocío”. Pablo Neruda

¿Cuál es el deber de un escritor en horas aciagas? Cuando fue la primera guerra en Europa Herman Hesse contra toda  actitud militarista de los artistas e intelectuales de la época planteaba solitario: “sigo abrigando la secreta esperanza de que con el tiempo mi pueblo también pasará por una prueba parecida (a la mía) no en su globalidad, sino como un conjunto de muchísimas individualidades despiertas y responsables, y que en vez de quejarse y culpar a la mala guerra y los malos enemigos y la mala revolución, millones de corazones se preguntarán sobre sus propias y responsabilidades y culpas que alimentan el mundo y lo construyen tal como es”.

Hoy muchos y muchas de mis compatriotas desde el lenguaje de la violencia, pasando por actos incendiarios y también criminales, se han alzado o comienzan a  hacerlo contra todo status quo, toda injusticia sistémica y toda corrupción egoísta de la élite;  sin embargo en el periplo desesperanzador y nihilista arrastran inconscientes el fuego de mañana. Y quien escribe pareciera hablar de amenazas, como cuando los más reaccionarios nos dijeron desde niños que eran ellos o el caos, pero no. No se trata de eso.

¿Cuál es entonces mi deber como escritor en estas horas aciagas? Contra toda moda aúllo para ahogar el grito de una canalla dorada, capaz de cualquier cosa para preservar sus privilegios y contra la rabia de una juventud desesperanzada que no se hace responsable, que siempre culpa a otros o a un abstracto sistema de los actos propios.  Pues no fuimos sangre y nervadura contra la tiranía, ni para mantener la riqueza de los de siempre, ni para erguir en nuevos ricos a los propios, y menos para engendrar hijos  de mandíbulas batientes, llenas de espuma, capaces de golpear con la ira de los débiles toda convivencia.

Mi aullido no es meramente contra la violencia abstracta o concreta, y tampoco es mero pacifismo estéril, mi aullido también es mi tumba si me piden que  me ponga en alguna trinchera fácil, para recabar palmoteos y aplausos, no los necesito. No necesito el dinero de ustedes, ni que me levanten como estatua, que luego con total probabilidad echarán abajo. Mi aullido es simple y sencillo.

Aúllo en estas horas para ahogar el grito  de la sedición militarista o la revolución iluminada de los futuros dictadores de todo amanecer.  Aúllo una y otra vez contra toda Libertad, Igualdad, y Fraternidad capaz de asesinar a quien se ponga por delante, ya sea en campos de concentración, en casas de exterminio o en paredones rodeados de un masa amorfa, capaz de encarcelar a la mujer, al hombre y al niño en mazmorras fétidas y oscuras, o torturar con manos toscas o de cirujano a quien no siga los dictados de supuestos valores superiores, que siempre terminan siendo enarbolados por la marcha de brillantes charreteras de boutique o verde olivo.

Mi aullido es por la convivencia, la conversación, el mirar a los ojos al otro, por la palabra delicada, por la mano en el hombro, por el beso en la frente. Mi aullido, le duela a quien le duela, le moleste a quien le moleste en estas horas aciagas, es por esa imperfecto, huidizo, y contrahecho modo por el que dieron la vida, hace tan pocos años, miles de chilenos. Mi aullido es simple y sencillo y carente de toda épica vanguardista. Mi aullido es por la DEMOCRACIA, que nos permitirá siempre recoger esa libertad temerosa para que grite en medio de la calle.

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