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La Historia está hecha de ciclos y nos encontramos en medio del cambio de uno de ellos.  La baja participación en las elecciones no tiene nada que ver con izquierdas ni derechas ni es un fenómeno exclusivo de Chile: Es un síntoma del agotamiento del modelo de democracia representativa que se viene ejercitando desde fines del S. XVII y XVIII, a partir de las revoluciones Inglesa y Francesa, que pusieron fin a las monarquías absolutas.

Los tiempos modernos han estado modelados por las ideas que germinaron en la Revolución de Mayo de 1968, que tuvo sus correlatos con otros movimientos políticos como la influencia de Cuba en América Latina pero que, en términos generales -años más, años menos- configuran el neocomunismo, que se produce como alternativa al neoliberalismo, ambos caracterizados por la explicación ideológica a la globalización del planeta y la construcción de una economía que depende más de las empresas transnacionales que de los gobiernos nacionales.

Cuando se proclamó que la caída del Muro de Berlín marcaba el fin de la historia y el triunfo final del capitalismo, las ideologías se adecuaron a los nuevos tiempos desde la izquierda y la derecha manteniendo la lucha entre ambas con nuevas definiciones ideológicas y nuevos paradigmas, y en medio de este enfrentamiento el mundo siguió evolucionando y creando otra realidad que supera las identidades que con sus respectivas adecuaciones se arrastra desde siglos.

La abstención electoral no responde entonces al eje izquierda-derecha ni a la corrupción o a los malos candidatos (aunque estos últimos tienen una dosis de responsabilidad) sino a una reacción no explicitada de la gente por el agotamiento de la democracia representativa, es decir la elección de un grupo de personas para que nos representen en el Estado.

Se puede discutir si se cuenta ya con los medios tecnológicos para pasar a lo que se ha llamado la democracia participativa, pero lo cierto es que para el ciudadano común, cada vez más conectado por las redes sociales, le resulta poco creíble que las decisiones se tengan que seguir tomando en las cúpulas y le importan cada vez menos las discusiones ideológicas.

Se requieren liderazgos capaces de reemplazar a los surgidos en Mayo del ’68 y que no estén atados por las concepciones de derechas o izquierdas, capaces de conducir en este proceso de transición que se vive en gran parte del mundo occidental, y eso exige naturalmente políticos que puedan mirar más allá de la siguiente elección y de la repartición de trabajos y beneficios.   No reaccionar a tiempo significa quedarse atrás en el paso de la historia.

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