Al despertar, antes de comenzar su rutina diaria, miró su rostro cada vez menos terso y jovial, distinguió unas pequeñas canas que se asomaban en la sien, y descubrió una nueva imagen de sí misma. Nunca le tuvo miedo al paso del tiempo pero los últimos años habían sido rudos y aceleraron el proceso de desgaste tan propio de la edad sin que lo notara gradualmente.
Mientras se miraba al espejo y surcaba las nuevas líneas de su rostro con el dedo, por primera vez entendió lo que le decía su tía “No te darás cuenta cuando dejes de ser una lola, y se vengan los años encima“. Era extraño, la autoimagen que tuvo en su cabeza durante tanto tiempo era muy distinta a la que veía ahora en aquel espejo. No era sólo la piel, también la mirada, su sonrisa, y el sentimiento que la embargaba cuando pensaba en todo lo que había pasado durante los últimos 5 años y que hoy se veían reflejados en la mujer madura y plena que veía en el espejo.
Sonrió, cerró los ojos un momento y tocó sus labios con delicadeza.
Ésta era la mujer que buscó por tanto tiempo entre llantos y alegrías, entre decepciones y renaceres, la que había ocultado en el miedo, y hoy al fin veía la luz.
Suspiró, y luego respiró lentamente, ya no era necesario esconderla, ya estaba lista para dejarla salir.