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Poderosos estímulos para avanzar en nuestro desarrollo como seres humanos recibimos de las adversidades. Un traspié o una desilusión a veces nace desde expectativas autogeneradas, solidaridad o complicidad que uno espera de personas que están en una situación de vida similar o que en el pasado cercano tuvieron una situación adversa como la que uno experimenta en el momento presente. De la misma forma a pesar que algunos hemos estudiado profundamente el fenómeno humano y social también tenemos un “punto ciego” epistemológico y emocional, que nos impide recordar, conscientemente y constantemente, que autogeneramos nuestra identidad a cada momento; cuestión que nos juega malas pasadas cuando percibimos o interpretamos que otros cuestionan nuestra identidad, por carecer de una u otra credencial.

De allí retomo el desafío que recurrentemente hemos conversado con otros amigos de la comunidad de Sitiocero, a través de las redes; respecto de la soledad de quien escribe, estudia, crea o simplemente experimenta satisfacción en conocer nuevas y variadas realidades.

Esta variedad de exilio interior es probablemente el significante de una nueva identidad de la cual no somos conscientes hasta que percibimos la pérdida del equilibrio emocional en la vida cotidiana. La agresión, el menosprecio, la tristeza, la desilusión, son indicios, un conjunto amplio de registros emocionales que emergen de dicho desequilibrio.

De allí que es interesante explorar, desde el registro de las emociones, la noción de negentropía. Probablemente la física cuántica nos esté sugiriendo que la tendencia de buscarnos entre quienes compartimos intereses, sensibilidades es la forma natural de recuperar el equilibrio. Así la identidad que construímos no es viable mantenerla, defenderla o aferrarse a ella respondiendo a la negación de esa identidad proveniente del exterior, sino en sostener el flujo de intercambio con otros que vibran en un mismo registro emocional, corporal, creativo, intelectual, etc.

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