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Tradicionalmente, en las repúblicas presidenciales el Jefe de Gobierno es el mismo Jefe de Estado, a diferencias de las parlamentarias o monárquicas, en que ambos roles son desempeñados por distintas personas.  Lo que no se considera es que en los sistemas presidencialistas, igual que en los demás casos, esta figura tiene que ser además el Jefe Político del partido o de las coaliciones de partido que lo apoyan.

Esta distinción es relevante en la medida que la autoridad elegida tiene que asegurar que sus propuestas sean respaldadas por los partidos que lo apoyan.   Cuando el Primer Mandatario experimenta la desafección de sus propios partidarios, es prácticamente seguro que su administración no podrá concretar su programa de Gobierno ni podrá imponer cotidianamente la disciplina que requiere.

Por eso se requiere una figura que no sólo concentre en sí mismo el poder, sino que además sepa cómo ejercerlo más allá de las fronteras formales e institucionales propias de su cargo.

Eso es lo que ocurrió en gran medida con las últimas administraciones que no han resultado exitosas.   A la hora de las elecciones, cuando se hace necesario repartir los cargos, la unidad siempre prevalece porque está forjada en el legítimo interés de ejercer las distintas responsabilidades de gobierno, pero a medida que se van produciendo diferencias y se presentan las dificultades y cuestionamientos, se hace cada vez más imprescindible que se mantenga la disciplina.

Naturalmente, este es un arte que requiere usar la mínima fuerza necesaria, pero al mismo tiempo toda la energía que se requiere.   Desde el momento que los propios aliados perciben que hay espacio para el disenso, cuando se cuestionan las decisiones del gobierno sin que las sanciones sean mayores que el beneficio de recoger las dudas de la ciudadanía, comienza a nacer el desorden, y el desorden inevitablemente lleva a deficiencias en la gestión gubernamental.

Por eso es que resulta no olvidar que, junto con la excelencia técnica, que se refiere a lo administrativo y burocrático, se actúe con capacidad y olfato político, que está destinado a mantener el apoyo al Gobierno y, mediante este, el respaldo ciudadano.   No hay votante que no tome distancia de la autoridad que él mismo eligió si ve que los dirigentes políticos que deben ser la base de apoyo del Presidente comienzan a evidenciar divisiones.   En consecuencia, el Jefe de Estado no puede ser indiferente a lo que ocurre entre sus partidarios, como si estuviera sobre el bien y el mal por ser Presidente, porque le terminará afectando. Si se aspira a mandar, hay que asegurar que todos obedezcan.

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