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En ocasiones da la impresión que nuestra sociedad ha llegado a un punto máximo de desarrollo posible, en el que ya no se puede crecer más con la misma estrategia que, en esencia, consiste en la explotación de nuestros recursos naturales y potencial productivo, sin invertir dinero ni talento.

Tenemos los yacimientos de cobre a tajo abierto y subterráneo más grandes del mundo, pero la empresa a cargo de su explotación es deficitaria; nuestros bosques que son nuestra segunda fuente de ingresos, se queman en cosa de días, y la industria pesquera ya está agotando los recursos marinos.

En cada caso, hemos adoptado una estrategia de explotación hace menos de cincuenta años, y ya estamos llegando al punto en el que nos damos cuenta que hemos abusado de nuestras capacidades envueltos en la fantasía de la riqueza y la plata dulce.

Todo este tiempo hemos estado proclamando que saldríamos en cosa de años del subdesarrollo económico, y ello no sólo no ha ocurrido sino que nos ha convertido en los vecinos presuntuosos del barrio latinoamericano.  Renunciamos a nuestra identidad para ser parte de los grandes y ahora basta con un Presidente de EE.UU con una agenda nacionalista para que nuestro modelo exportador tiemble de terror.

Siempre es más fácil observar los cambios desde fuera, pero los síntomas respecto de una sociedad fragmentada, que se maltrata a sí misma, que desconfía del otro, han terminado de quedar en evidencia a propósito de los incendios de estos últimos días.   No se trata de modo exclusivo de la intencionalidad en el inicio de los siniestros, sino de la forma en que muchos hemos reaccionando, aprovechando la ocasión para culpar a los demás en lugar de asumir nuestras responsabilidades, que se refieren básicamente a la desidia de recoger lo que nos regala la naturaleza bajo y sobre la tierra y en el mar, sin preocuparnos de la recuperación de los recursos y mucho menos de, por lo menos, aprovechar al máximo la riqueza explotada.

Al mismo tiempo hemos descuidado la formación del talento y de la inteligencia.  Nuestros mejores científicos emigran en busca de oportunidades y la educación está principalmente abocada a la formación de operarios, sin que se incentive la creatividad con la que podremos superar las limitaciones de nuestro modelo económico.

Sería lamentable demorarnos medio siglo más en darnos cuenta que hemos elegido una estrategia de desarrollo que nos daña como sociedad, no nos hace más felices sino que, por el contrario, alimenta la desconfianza, la mala voluntad y la ignorancia.  Lo inteligente sería repensarnos como sociedad y modificar nuestras conductas mientras aún es posible.

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