Compartir

Entrevista publicada en Jus Revista Digital

En muchas ciudades del norte de México se vive cotidianamente un miedo que poco a poco se ha apoderado de la población. Miedo a los balazos, enfrentamientos, secuestros, levantamientos, violencia, y a la muerte. Javier Valdez Cárdenas (1967), autor de Malayerba (Jus, 2010), en entrevista con la revista digital Jus habla de los aspectos sociales vinculados a la publicación de este libro y de su propia perspectiva en torno a la violencia en la ciudad de Culiacán, en el estado de Sinaloa, desde hace varios años.

¿Qué lo impulsó a recopilar en Malayerba las crónicas escritas anteriormente?

En realidad yo no sabía lo que decía cuando propuse en Río Doce (semanario del que soy fundador y se ha especializado sin pretenderlo en el tema del narcotráfico) empezar a escribir mis crónicas de Malayerba. Todo el fenómeno de la violencia se vino encima y rebasó cualquier otra historia, por más dramática o trágica que pareciera: los niveles de violencia, de expresión cruel y despiadada, habían quedado atrás luego de 2008 y el crack en el cártel de Sinaloa.

Mi idea era contar el narco como fenómeno cotidiano. Yo no lo tenía tan claro entonces pero creo que ahora lo veo y lo puedo asegurar: yo quería rebasar esto de contar los muertos o hablar bien o mal de los capos, y quería acercarme, quizá con catalejos o microscopio, cuando las circunstancias lo permitieran; mirar el narco desde la banqueta, la vida diaria, el narco que es vecino, el matón enamorado o padre de familia, la chavala que busca el narco como quien busca empleo en el Aviso Oportuno de los diarios, el homicidio desde la mirada del testigo. Cómo el narco nos engatusó y sedujo, nos avasalló y salpicó, y ahora lo tenemos ya no en la cocina, sino en la alcoba. Creo que Malayerba es una mirada humana respecto a este fenómeno y yo quería contarlo no a los culichis o sinaloenses, sino al país. Yo sabía que no había, y quizá no la hay todavía, una apuesta en este sentido: contar el narco como forma de vida, no como asunto policiaco, de buenos y malos.

La verdad mucha gente me lo dijo en la calle, las redacciones, la familia: hay que llevar estas historias a un libro pero a nivel nacional. A la hora de tocar puertas, pocas se abrieron y algunas de éstas se cerraron inmediatamente después. Fue Jus, con mi primer editor y gran amigo, Antonio Ramos, quien vio también esta posibilidad y miró más allá para publicar el libro.

Yo sé que el fenómeno del narco sigue sin entenderse y quiero pensar que mis textos contribuyen de alguna manera a comprender qué pasa, más allá del conteo de cadáveres, casquillos, droga decomisada y detenidos, o de la mirada tramposa de buenos y malos del parte del gobierno.

¿Cuál fue el motivo inicial que lo llevó a escribir estos pequeños textos, la denuncia social, buscar la concientización de las personas?

Nada de eso. No hay un discurso político en este argumento. Sólo encauzar mi sensibilidad, mis dedos inquietos y siempre con comezón de copular con las teclas, mi deseo de escribir, contar, agarrarme a chingazos con la pantalla en blanco. La necesidad de plasmar otra mirada en la vida de un país despedazado.

Desde su perspectiva, ¿cómo vive la población de Culiacán la tensión producto de la violencia cotidiana?

Es curioso y hasta indignante que muchos medios a nivel nacional y corresponsales extranjeros midan la violencia, en regiones como Culiacán y buena parte del país, en función de homicidios. Es un error. Me explico: haya o no asesinatos, el narco está aquí, igual que los corruptos en el gobierno, los cómplices y socios dentro y fuera del aparato estatal, y sigue mandando. Entonces, el miedo, el terror, es en ocasiones el único y principal sentimiento, a la hora de despegarse de la cama y querer salir a la calle. Ésta es una sociedad arrinconada, postrada, silente, que parece estar esperando la muerte: temerosa de los retenes del ejército y la policía, del narco que es tu vecino, del servidor público coludido, de la mafia que controla el barrio, la colonia o la comunidad.

Miedo a pisar la banqueta, a sacar el automóvil de la cochera, de visitar el centro comercial, de la camioneta de lujo en el carril de junto cuando se está frente al semáforo. Miedo a ese narco que se metió en todo, que tiene a sus hijos en la misma escuela que los de uno y que llevan en sus teléfonos celulares grabaciones de homicidios.

Ahora un niño de ocho o diez años tiene miedo de ir a la escuela porque teme que lo maten. Es decir, no dice que la maestra, o el otro niño que lo golpea, o que no quiere separarse de su madre o tiene flojera. No. El miedo. El miedo manda, como los narcos. Y eso es lo que hay que contar, ese es el reto de los periodistas, aunque muchos no lo asuman y sigan contando muertos.

¿Y antes cómo era? ¿Cómo era el Culiacán de hace quince o veinte años?

Bueno, Culiacán no tenía rota la convivencia, la vida social. El tejido social no estaba roto, quebrado, enfermo. Y ahora sí. Antes no mataban mujeres, tampoco niños. Ahora arrasan con todo: el cadáver mismo es un mensaje, una amenaza, una raya pintada, un hasta aquí. El narco que te chocaba el carro se bajaba con la pistola fajada y el paquete de billetes en la mano. Se disculpaba y te daba la lana y se ponía a tus órdenes. Ahora guarda el dinero y saca la pistola y jala el gatillo, o al menos, luego de unas amenazas o golpes, te obliga a pagar.

Ya quedan pocos capos con arraigo, con sentido de pertenencia y convivencia. Los nuevos capos, los matones jóvenes y enfermos, adictos a la muerte, matan gratis, tienen necesidad de hacerlo. La misma dinámica se los inculcó. Aquí todos estamos enfermos, porque vivimos en una sociedad enferma.

¿Para usted, cuáles fueron las causas que originaron todo lo que se está viviendo en esta ciudad ahora?

Son varias. Podría decir que la división de los cárteles que antes eran uno solo, y de varios de ellos que trabajaban juntos y mantenían el negocio, aunque con divisiones y acuerdos respecto a rutas, socios, ganancias, etcétera –como en los tiempos de Amado Carrillo, líder del cártel de Juárez, que permitió acuerdos entre varias organizaciones que ahora son enemigas acérrimas– manteniendo un estado de paz relativa, de violencia controlada.

Lo otro es que luego de aquel 11 de septiembre, del ataque a las Torres Gemelas, el gobierno gringo cerró sus fronteras y la droga que antes pasaba por facilidad se atoró, quedó o regresó. Y si antes se vendía del otro lado de la línea, ahora se queda en el mercado local, se tiene que consumir, y eso aumentó los niveles de drogadicción y de perdición en los jóvenes: esos, los mismos, que matan por gusto.

El crack en el cártel de Sinaloa fue determinante en todo esto. Y de haberse iniciado con la violencia en Sinaloa, en aquel abril de 2008, se extendió a otras regiones y abarcó buena parte del país y se dieron reacomodos, reagrupamientos, y todo esto se tradujo en crisis y violencia. Nuevos pactos y nuevas rupturas. Y en lugar de dos o cuatro grandes cárteles, ahora son diez.

Otro elemento es la derrota del pri en el 2000 y la llegada del pan. Obviamente no hubo nada o muy poco en materia de transición democrática, pero sí se soltaron los hilos que antes controlaban al narco; los panistas no supieron qué hacer y lo que hicieron fue mal hecho. Ahí está Calderón y su estúpida guerra: todos ponen los muertos, menos él y los gringos.

Y otro aspecto es la pobreza. Un país que de las pocas cosas que produce es pobres, marginación, falta de oportunidades, bajos salarios, desnutrición… ¿qué se puede esperar, si no más violencia, degenere, decadencia, rabia y rencor?

Ocasionalmente en los medios masivos de comunicación, en la televisión principalmente, y desde el ámbito gubernamental se habla de un deterioro del tejido social ¿Usted qué opina de ello? ¿En el caso de Culiacán se puede hablar realmente de un deterioro social el cual se ha expresado en la situación de violencia actual?

Sí, claro, lo dije antes: todo esto se tradujo en un deterioro impresionante, pero además inmedible. Nadie quiere medir este saldo trágico, triste y peligroso, porque es devastador y porque eso, sobre todo para el gobierno, significa comprometerse. No veo, no oigo. No hago.

Tenemos a una sociedad silente, rendida, postrada, vencida frente a la criminalidad, la corrupción oficial, la complicidad, los abusos. Nadie protesta. Y creo que hay un déficit de genitales en el país porque nadie quiere dar la cara y cuando quieres reportear una de estas tragedias o incluso un caso que no tiene qué ver con la violencia, los afectados que aparentaban exigir justicia, no quieren que se publiquen sus nombres. Entonces el único nombre que aparece en la denuncia hecha nota es el del reportero.

Aquí no hay espacio para la convivencia, es escaso y tímido. Ésta es una vida de muerte y es como si estuviéramos rodeados por los malos, que están en todos lados, dentro y fuera del gobierno: uno debe caminar con las manos en alto, en señal de me rindo. Esto no sólo es triste, peor: es peligrosísimo.

La mayor parte de las crónicas puestas en Malayerba son crudas en sí mismas, si en la pertinente “Advertencia al lector” no se aclarara que los textos son producto de un trabajo de campo, se podría pensar que realmente surgieron de la imaginación. ¿Cómo manejó la información proporcionada por sus entrevistados? ¿De qué manera pudo tratar con el peso de las experiencias de cada uno, para finalmente sintetizarlos en pequeños textos?

Bueno, es el periodismo posible en condiciones imposibles. De repente el tratamiento de estas historias, con una narrativa parecida al cuento –es lo que dicen los críticos y expertos, yo sólo recojo–, lanza pirotecnia en muchos sentidos para ocultar nombres, destantear, evitar datos duros. La historia, el nudo central, es real, de campo, contada por testigos, víctimas y victimarios. Y el manejo que le doy, repito, es el manejo posible. Cualquier otro manejo podría significar pasarse de la raya y exponerse y no seguir escribiendo. Yo prefiero contar aunque sea con estos recursos una parte de este infierno, a quedarme callado.

No me sé explicar todo, pero la síntesis, la brevedad de estas historias, son, como alguien dijo, un estornudo. Yo agregaría que son cachetadas, miradas, sonrisas, a veces seductoras, de felicidad y, otras, macabras. Me propuse hacerlo en este espacio tan breve, que antes sólo me permitían poco más de 3 mil caracteres y ahora, por asuntos de diseño y espacio, pasó a 2 mil 700. Es lo que hay, el reto de contarlas así, como relámpagos, tratando de recoger todos los entrecejos fruncidos, los esfínteres apretados, las gotas de sudor y otros fluidos, los ojos fuera de lugar y el menor, más milimétrico asomo de gozo, de dolor, placer y muerte, a través de mis letras.

Desde la publicación de Malayerba en 2010, ¿qué tanto han mejorado o empeorado las cosas en Culiacán?

Las cosas están peor ahora. No por el número de homicidios, que suman poco más de 500 en lo que va de este año y 3 mil 900 en los poco más de dos años del gobierno “del cambio” de Mario López Valdez, Malova. Pero es tramposo verlo así. El peor saldo es la convivencia podrida, la sociedad vencida frente a la hecatombe, los niños temerosos de salir a la escuela porque los pueden matar. Hay más descaro: el narco en el gobierno, ya no como cómplice o socio, sino dentro, arriba, en el gobierno. Y entonces la policía y el ejército limpian el camino para que ese narco, el del cártel de Sinaloa, pase sin dificultad para mantener y consolidar el negocio.

¿Cuál es su opinión sobre la libertad de expresión a nivel nacional?

No hay. El 7 de junio se “celebra” el día de la libertad de expresión. Yo más bien digo que es el día de la libertad de represión. Los gobiernos, como el de Sinaloa, dan publicidad para castigar a los medios críticos y premiar a los aduladores. Los principales agresores no son los narcos, como muchos creen, sino las autoridades. De acuerdo con datos de la organización de defensa de los periodistas, Art. 19, suman poco más de 120 agresiones en lo de que va de 2013 y en 2012, en el mismo periodo, eran 79.

Sí hay terror en la población, pobreza y represión en le país. Si no hay condiciones para la vida, menos para expresarse, para ejercer el periodismo valiente y crítico.

¿Esperamos algún trabajo suyo en breve tiempo?

Sí, estoy trabajando historias del narcotráfico. Igual que en mis otros libros publicados en Aguilar, de grupo Santillana, Miss Narco, Los morros del narco y Levantones, pretendo seguir publicando historias con otros aspectos, intocados o abordados apenas, frívolamente, de este fenómeno de la criminalidad. Y espero seguir haciéndolo, peleando con las teclas y las pantallas en blanco. Porque lo otro es hacerme pendejo. O morirme de complicidad, ahogado en silencios.

malayerba11

Entrevista publicada en Jus Revista Digital donde podrá obtener mayor información sobre el libro Malayerba.

 

 

 

Guardar

Guardar

Guardar

Guardar

Guardar

Compartir

Alguien comentó sobre “La realidad que parece ficción: entrevista a Javier Valdez Cárdenas

  1. Debe ser un libro interesantísmo. Un aspecto quedó afuera…o quizás está dentro del libro, que es la paradoja mexicana, ya que según lo que el autor relata y las noticias muestran, se supone que los narcotraficantes, además de generar terror y promover la corrupción son muy rechazado, sin embargo, México ahora está famoso con montones de telenovelas sobre narcotraficantes, donde los personajes son vistos con glamour, como antes se veneraba a los jugadores de fútbol: “la reina del sur”, “El señor de los cielos” y otros que se me van de la memoria. Me imagino que si se promueve masivamente en la población el “encanto y liderazgo” de los ricos narcotraficantes, es fácil generar en la juventud el deseo de triunfar en le mercado y carteles de las drogas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *