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Una de las grandes debilidades de nuestra sociedad es fijarse excesivamente en los detalles y anclarse en la contingencia del día a día, sin permitirse una mirada global sobre lo que importa realmente o una visión panorámica sobre todo lo bueno y lo malo para obtener una conclusión más objetiva y un diagnóstico que permita corregir lo negativo y reforzar lo positivo.

Hemos avanzado hacia una forma de hacer las cosas -tanto en política, como en economía y en general en todos los asuntos que le interesan a las personas- en que, además de alinearnos en bloques rígidos por las más distintas razones que no suelen ser profundamente meditadas, actuamos además en base a esas categorizaciones y si “nuestro” bando cree que algo es bueno nos plegamos a esa opinión, del mismo modo que los “contrarios” van a considerar malo el mismo asunto.

Esa pauta de conducta es relativamente comprensible cuando se convive en una sociedad compleja y el individuo trata de aferrarse a cualquier grupo que le proporcione algo de certeza, porque a mayor confusión aumenta la necesidad de seguridad.

El problema surge cuando ese anhelo de confianza en una sociedad al alcance de nuestra comprensión se traduce en una reducción de la riqueza de la realidad y limita nuestra capacidad de ver más allá de la disputa pequeña que, como todas las cosas pequeñas, suelen tener una corta vida.

Hay dos opciones.  Una es dejarse mecer como una hoja en el viento por los sucesos que nos rodean, la otra es tener la disposición a mirar en el largo plazo y con una visión de contexto que nos permitan un mayor control sobre nuestro destino.

Mientras nos entreguemos a la dictadura de la contingencia. no desarrollaremos nuestro pensamiento ni la capacidad de conducir la marcha de la sociedad.  La comprensión de ese fenómeno es el primer paso en una dirección diferente, que se hace cada vez más necesaria en la medida que comprobamos que nuestra forma de relacionarnos no sólo nos lleva al progreso sino que además daña las normas básicas de convivencia y de respeto por el otro.

Si dejamos que los árboles nos impidan ver el bosque, nunca nos daremos cuenta de lo que nos rodea ni menos podremos incidir en su cambio o en nuestra adaptación a la realidad, y los primeros que deben dar ese paso son quienes generan las opiniones predominantes en la sociedad porque ellos son seguidos por la ciudadanía que no suele tener una capacidad reflexiva ni la autonomía de pensamiento necesarios.

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Alguien comentó sobre “Los árboles no dejan ver el bosque

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