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Las sociedades no son estáticas, son dinámicas, evolucionan, se transforman y lo hacen muchas veces a pesar de la voluntad manifiesta de sus miembros.  No se puede detener el cambio ni forzarlo en una dirección determinada.  Sólo podemos constatar que el cambio existe y que se ha ido acelerando en las últimas décadas.

Lo que sí puede ser motivo de esfuerzos es tratar que estos cambios sean coherentes con los paradigmas sociales existentes en cada momento, aunque también es preciso asumir que esos mismos arquetipos se van modificando a medida que la realidad va mutando, por lo que las adecuaciones están llamadas a tener corta vigencia.

Si resulta difícil definir a las sociedades, más improbable aún es poder determinar el sentido de su cambio.  Pretender que el ser humano tiene control sobre su futuro es un esfuerzo tan inútil como controlar el clima.

Del mismo modo, las sociedades no están aisladas del resto del mundo, y cada vez dependen más de lo que ocurre en otros lugares.  Esto que se da por cierto en la economía ocurre también en otras esferas, como es el cambio social.  Cada grupo que pretende que los demás integrantes de su sociedad piensen y actúen como lo desea va contra la naturaleza humana.  Reprimir no es convencer y se pueden demorar las transformaciones a la fuerza pero no impedirlas.

Entre el conservadurismo y el progresismo está la gente que en el día a día va tomando decisiones que sólo les competen a sí misma y a sus más cercanos.  Dominar esas decisiones desde fuera, de manera vertical, como si las personas no pensaran por sí mismas, es desconocer la naturaleza humana.

No es con un bus de colores y leyendas pintadas en la carrocería que se determinan los cambios, sino con buenas razones, y las razones sólo serán buenas si toman en cuenta las opiniones del público.  Las verdades absolutas son parte del siglo pasado y costaron demasiadas vidas como para caer de nuevo en la trampa de los absolutismos y si bien es posible incidir en la opinión pública es sólo de modo parcial.

La vida no es en blanco y negro, tiene matices y además esos matices son cambiantes.  Lo que hace no muchos años era bueno hoy puede ser malo, y no se trata de categorías morales sino de lo que la opinión pública define como bueno o malo, con toda la posibilidad de errores que ese proceso trae consigo.

Ya no estamos en tiempos de guerras religiosas ni de grandes epopeyas.  Es el tiempo de las personas.

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