Compartir

Hemos creído una ilusión: de que saldrían de las industrias y las construcciones los miles de obreros, que los sindicatos se organizarían para realizar una lucha política, que los marchantes, desde los abortistas, las feministas y la diversidad sexual, estarían ahí construyendo el cambio. Que bajarían de los cerros y de las tomas de terreno para exigir una ciudad justa y digna. Que los miles de estudiantes, llenarían las urnas. Que las empleadas de casa particular gritarían los infortunios de sus patrones, que las dueñas de casa castigarían el patriarcado, que los miles de hombres cambiarían sus ropajes heteronormativos para sumarse a una sociedad nueva. Siempre hemos creído eso.

Seguimos creyendo en una ilusión, que cómo buena ilusión nos la comemos con bastante holgura y bastante esperanza. Porque creemos que la lucha transformacional es la lucha del poder; los más avanzados, creen que es la lucha contra el poder, con el discurso de la contracultura. Entonces ¿qué se ha hecho? Se han creado partidos políticos, movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales, fundaciones, centros de estudio, cuando antes se organizaban ejércitos de liberación popular o se buscaba llenar las grandes alamedas contra la opresión de la policía del Estado. Se ha pensado que hay que organizarse en contra “de ellos”. Y no. Es que en verdad, hemos realizado una lucha simétrica para que exista tanto la política del Estado, que está organizado por sobre la maquinaría del poder capitalista y las formas capitalistas.

El Estado necesita inexorablemente de que los oprimidos se organicen, griten y protesten, para legitimar su proceso coercitivo, su maquinaria violenta, para provocar la separación de las relaciones interpersonales, la división del pensamiento de la alteridad, con el fin de fetichizarlas, convertirlas en objeto de observación y en sujeto mimético de esa misma violencia. Se permite que se participe de lo político y del juego del poder, pero sin permitir cuestionar lo político como sistema de separación de lo social y quebrantamiento del individuo, por eso se transforman en fetiche, en objetos de culto, en partícipes del show circense, dejándolos actuar en el escenario, con el objetivo de otorgar nuevas ilusiones y espejismos a las clases oprimidas, y nuevos dispositivos de coerción para el Estado y el capital.

Actualmente, el Estado ha generado tal nivel de destrucción de las relaciones de los individuos y las comunidades, que ha reorganizado el pensamiento y esa misma lucha por el poder. Ha destruido esas viejas identidades e ideologías que constituyeron esperanza en el siglo XX, ha deslegitimado las viejas formas de lucha, y ha llevado a cuestionar al individuo en su función de individuo. Lo transforma en un ser culposo, y desorientado por la maquinaria globalizante, haciéndolo cuestionar las nociones de nación y cultura, para disimularlas, disiparlas y crear nuevos sistemas de opresión.

Por eso no es la lucha del poder o contra el poder la clave para salir de esta ilusión, sino que es la lucha del antipoder, el discurso asimétrico, la cultura de la antiestética, el agrupamiento de la alteridad no como entes de mediación política sino como dispositivos de disolución del poder, o sea la lucha para volver a unir a los individuos, otra forma de vivir y hacer vivir, no emancipar el ser, sino emancipar el hacer del individuo: he ahí la clave. Como dijo Emil Cioran: “Decir: prefiero tal régimen a tal otro, es flotar en lo vago; sería más exacto afirmar: prefiero tal policía a tal otra. Pues la historia, en efecto, se reduce a una clasificación de policías; porque, ¿de qué se trata el historiador sino de la concepción del gendarme que se ha hecho el hombre a través de los tiempos?”

Imagen: “Gloriosa Victoria” de Diego Rivera

Compartir

Alguien comentó sobre “La ilusión de los oprimidos

  1. No han sido tanto los Estados los que han desorganizado a la gente, ha sido una sumatoria de sobrepoblación, globalización y nuevas tecnologías. Hoy, esas enormes y nostálgicas fábricas de miles de trabajadores de 1950, ya no son viables. Los robots reemplazan a la gente, los nuevos trabajadores necesitan mucho conocimiento. A su vez, los empleos ya no duran toda la vida, se viaja, se comercia con el exterior, la competencia es dura. Curiosamente, tanto derecha como izquierda recuerdan con fuerza esos tiempos desde la segunda guerra mundial hasta 1980. El tipo de tecnología operaba con muchos trabajadores y al mismo, había poca gente en el mundo. Recién estaba comenzando la penicilina. Cuando se ve el color dorado del pasado, es fácil capturar la imaginación de quienes anhelan repetir el ayer.

Responder a Pilar Clemente Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *