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“…algunos provenimos del durazno y la uva
otros vienen del mango y el mamey
y sin embargo vamos a encontrarnos
en la indócil naranja universal”.
Mario Benedetti

El lenguaje es una de las más bellas habilidades que tenemos. Una especial forma de habitar el mundo, distinta de las otras especies. Un puente que nos conecta con el lenguaje universal. Un modo de mirar el universo con ojos divinos, unidos a esa divinidad, estremecidos por el mismo hilo, danzando a un compás que no es apenas perceptible, pero podemos distinguir en él los dones de la belleza, la armonía, la paz y el amor.

De vez en cuando, golpes de luz…

Un curso de español para personas de Haití que llegaron a la zona rural donde vivo ha despertado nuevamente en mí la experiencia del valor del lenguaje en la construcción de realidad.

L@s participantes hablan en su mayoría créol y algo de español, según sea el tiempo –en meses o semanas- que han llegado a Chile. Aprendo a patadas un poco de su lengua y a patadas en un precario francés intento enseñarles el español de Chile.

Hacemos es esfuerzo de entendernos y nos comunicamos en un lenguaje colaborativo; armamos una maravillosa mezcolanza de códigos para ayudarnos a conocer un poco del idioma, de costumbres y dilemas, de contextos y situaciones, de lo que más necesitan saber, de lo que podemos aportar.

El panyol (así llaman al idioma español en criollo haitiano) comienza a estar en sus mentes y sus bocas, y en las mías, en las dinámicas que hacemos, en los encuentros que vamos generando. Un idioma que antes no existía, que es suma de culturas y sueños, de puntos de vistas y mentalidades, de imaginarios y credos, surge misteriosa y milagrosamente de la chistera del ENCUENTRO. De esto y aquello formamos una maravillosa tela en la que dibujamos un territorio inexistente, que cobra vida y se va delineando a medida que vamos construyendo esta relación de aprendizaje mutuo.

Nos reunimos los sábados en la mañana en torno a un café y galletas y cuentan, como pueden, (en panyol) cómo estuvo la semana, qué hicieron, si hablaron con sus familias, cómo se sienten. Siempre tienen la delicadeza de preguntar cómo estuvo la mía.

Pienso, entonces, que en cada uno de nosotros existe esa maravillosa tabula rasa, esa zona ingenua, ese vacío de la experiencia, ese corazón infantil, lúdico y aventurero, esa vibración que armoniza con la fuerza de la creación del mundo, el motor que hace que todo crezca, se desarrolle, experimente su esencia. Esa esencia que contiene lo que cada uno de nosotros es potencialmente para que juntos seamos un poco más.

Creo que fuimos creados a imagen y semejanza de la naturaleza, donde todos los elementos se articulan con un motivo que va más allá de la individualidad de cada ser o especie. No existe el ego.  La naturaleza es común construcción.

El lenguaje es la herramienta con la que conectamos esa naturaleza propia con un propósito superior.

Tomé el epígrafe de un poema de Mario Benedetti que leímos en tertulias y peñas durante los años terribles de las dictaduras en América. Un lenguaje que nos unió en una lengua común, en una represión común. El exilio marcó el compás del un corazón que se hacía trizas bajo la greda de los cerros de las sierras, bajo los arenosos desiertos del norte salitrero, bajo el musgo de las selvas amazónicas, en arenas movedizas, nadando en las mismas aguas donde fueron arrojados tantos cuerpos. Y aprendimos el significado doloroso de ese extravío.

Pero saber es integrar, hacer realidad lo que aprendimos. Aquella generación tiene una responsabilidad con el presente que sea coherente con aquellas experiencias por las que pasamos. Saber que otros y otras sufren hoy otros exilios. Que no se nos olvide nunca que fuimos marcados por el desgarro para poder comprender otros sentidos de justicia y paz.

Que aquellos que vienen a habitarnos arrancan del dolor con una carga enorme de esperanza, que descansa en nosotros para convertirse en futuro.

Que tenderles la mano es la forma en que de verdad decimos NUNCA  MÁS. Creando un nuevo lenguaje que surge como posibilidad latente de este encuentro multicultural que la vida nos pone por delante.

“Por eso cuando vuelva
y algún día será
a mis tierras mis gentes y mi cielo
ojalá que el ladrillo que a puro riesgo traje
para mostrar al mundo cómo era mi casa
dure como mis duras devociones
en mis patrias suplentes compañeras
viva como un pedazo de mi vida
quede como un ladrillo en otra casa”

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