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Una de las cosas que ha caracterizado a la Democracia Cristiana en nuestro país es el afán de sus militantes en mantener cierto espíritu de comunidad, como si fueran una gran familia, y es por eso que siempre se saludan entre ellos invocando a la fraternidad, dando la impresión que conviven en paz.

Pero los hechos de los últimos días nos permiten suponer a los que no pertenecemos a esa colectividad que esa reiterada fraternidad no es tal, y que en la DC, al igual que en otros grupos sociales, se sacan con facilidad los cuchillos cuando hay una diferencia, y más cuando hay una disputa por el poder, como lo demuestran los gruesos adjetivos que se han venido usando.

En las últimas horas hemos visto entrar a la discusión hasta a los cónyuges de los actores, sin contar con facultades que se ponen en duda y resoluciones que no se acatan.  Si suponemos que la existencia y vigencia de un partido político depende, como cualquier organización social, de un respeto por las normas de convivencia, es imposible no concluir que en estos días la DC se desliza por el borde de un acantilado, sin la unidad ni el afecto que impide a las personas empujar a los otros por el barranco.

Por otro lado, la DC cumplió en estos días 60 años de existencia, siendo uno de los partidos más antiguos de Chile, ha pasado dos o tres crisis importantes, han encabezado tres gobiernos y uno debería suponer que sus dirigentes han acumulado la experiencia suficiente para resolver las dificultades presentes.  Pero es una suposición, porque las apariencias indican otra cosa y si llegaran a solucionarse los conflictos el público tendría todo el derecho a cuestionar la real existencia de esa fraternidad de la que hacen gala.

Es difícil la situación que atraviesa la DC.  Por un lado tiene que controlar las pasiones naturales de las personas que integran los bandos en pugna y por la otra parte tiene que enfrentar la morbosidad con la que todos sus detractores esperan su salida del escenario político, aunque la lógica indica que, en la medida que un partido representa a una parte importante de la sociedad, debería seguir existiendo aunque cambie de forma.  Ya la Concertación se convirtió en Nueva Mayoría y no fue el fin del mundo.

Haber sido el principal partido la mitad de su vida pone a la DC en el foco de la atención pública.   Haberse planteado como una alternativa a izquierdas y derechas, le permite ahora a estos dos grupos aguardar con ansias el momento del desquite.  Lo que resulta más difícil de resolver es si la DC sigue representando a esa clase media de la que muchos formamos parte, si sus principios extraídos de la Doctrina Social de la Iglesia siguen teniendo vigencia en el Chile actual y si es posible cerrar las heridas acumuladas por años de enfrentamientos soterrados con declaraciones de buena crianza y recuperar la paz.

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