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Los días de celebración de Fiestas Patrias nos producen la extraña sensación de que es posible la unidad del país, como si sirvieran los numerosos llamados de los candidatos a un reencuentro en el que nos reconocemos como iguales, pero no es real sino una ilusión sin fundamentos y no es malo.

Los chilenos grandes, bajos, de uno u otro equipo, los que militan en partidos, los que desconfían de los políticos, compartimos efectivamente el mismo país y muchos de sus símbolos, pero no estamos unidos por la sencilla razón que no queremos.

Sería absurdo pretenderlo además.   La gracia de la vida en sociedad es la diversidad y en una sociedad sana eso se acepta porque permite mejores contribuciones a la vida en común.   Si todos pensaran A y nadie B no habría enfrentamiento de ideas ni la necesidad de buscar consensos, y no se trata de promover una lucha violenta sino un enriquecimiento intelectual, de respeto a la diversidad dentro de los límites de la convivencia.

Plantear la unidad suena a esconder las ideas divergentes, a desincentivar el libre pensamiento y a enmascarar incluso sentimientos para no desentonar, para no ser el que se niega a la unidad.

Presentar una sociedad homogénea atenta contra la libertad individual y termina dañando a la propia sociedad.

Hay que tener cuidado con las frases simplistas que hacen más daño que bien porque precisamente en la simplificación de la realidad hay un peligro escondido que no todos advierten con facilidad.   El populismo penetra con facilidad pero es difícil erradicarlo.

Una cosa distinta es construir acuerdos sociales sobre los elementos mínimos que faciliten la vida en comunidad.   Todos podemos estar de acuerdo, por ejemplo, en que el homicidio no es deseable, pero cuando comenzamos a poner condiciones que relativizan los conceptos estos terminan por debilitarse.   Es comprensible la furia contra quien asesina a un anciano, pero si reconocemos el valor de la vida como un bien superior no podemos permitir la muerte del asesino, que no es lo mismo que dejarlo sin castigo.

Tenemos que ser muy objetivos y desapasionados para determinar cuáles son los asuntos en los que estamos realmente de acuerdo, y claramente la unidad no es un buen candidato.  Son muchas las diferencias reales en este país como para creer de verdad que esa unidad, entendida como una ausencia de conflicto, sea factible, y muchos los argumentos para creer que se trata de una frase bonita pero sin contenido.

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