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Sobre el agua, en el aire,
El ave innumerable va volando,
La embarcación es una,
La nave transparente construye la unidad con tantas alas,
Con tantos ojos hacia el mar abiertos
Que es una sola paz la que atraviesa
Y sólo un ala inmensa se desplaza.
(Pablo Neruda – Migración).

 

En alguna ocasión, hace algún tiempo, escribí a través de este mismo medio acerca de la importancia del lenguaje en la constitución del ser humano. En esa ocasión hablé acerca de lo fundamental que es traducir las emociones y sensaciones del niño o niña a palabras; que el pequeño ser sea capaz de poner un nombre a aquello que se moviliza en su interior y, muchas veces, lo atormenta. De esta forma, la personalidad se iría construyendo a sí misma, en este viaje que es la existencia humana.

Hoy quisiera dejarme llevar en torno al concepto del Otro. He estado estudiando acerca de psicoterapia gestáltica y, tras un cambio laboral, me encuentro trabajando en un contexto social sumamente vulnerable. Ambas experiencias me están haciendo reflexionar acerca de la otredad, del contexto, del campo “organismo – entorno” y su relevancia en la conformación de nuestra personalidad y, más aún, nuestra humanidad.

Todas las personas tenemos una antropología intrínseca e implícita, quiero decir, un conocimiento, o más bien creencias, acerca de qué es el hombre, acerca de la esencia del ser humano. Y creo que para nadie podría resultar extraño el concepto de persona ligado, íntima y permanentemente, a una comunidad, o grupo de “otros”. El ser humano no se define a sí mismo como un ente aislado, una persona ES en relación a los Otros; nuestra personalidad se va construyendo día a día, momento tras momento, dentro de una relación con el entorno. Con esto quiero decir que es imposible separar a un individuo humano cualquiera de su medio, tanto de su núcleo más familiar, como de la sociedad o entorno en que se encuentra en el mundo.

Y es un Otro quien comienza a darnos luces acerca de quiénes somos, de cuál es nuestra naturaleza. A través de la madre, de su mirada, de su contacto, el bebé comienza a conformar su identidad, empieza a construir su concepto de sí mismo y va desarrollando su universo compartido, el cual ira haciéndose cada vez más amplio, a medida que la persona va desarrollándose. Siguiendo los conceptos de D. Winnicott (pediatra y psicoanalista infantil), es a través de la mirada de la madre que el bebé va haciéndose una idea de quién es él, de cómo es y de qué despierta en los demás. De esta manera, si la madre mientras le da de mamar lo observa con amor, le habla y acaricia, el bebé siente que es una persona amada, valorada, con cualidades que lo hacen “querible” por los demás. Por el contrario, si la madre se encuentra molesta, o peor aún, no ha logrado establecer un apego afectuoso con su hijo(a) y cuando le da de mamar lo hace con indiferencia o con una expresión de rabia o tristeza en su rostro, el bebé se percibirá a sí mismo como un ser “detestable”, incapaz de despertar cariño en los otros. Vaya entonces aquí el consejo de siempre observar a su bebé (o a pequeños que estén en su entorno), de prestarle atención y de darle una mirada llena de cariño y reconocimiento.

De esta manera, nos volvemos conscientes de que el reflejo que nos dan los otros será algo de lo que no podremos escapar a lo largo de nuestra existencia. Puede importarnos más o menos cuando ya somos adultos, seremos más o menos capaces de colocar distintas impresiones en una balanza, pero para todos es doloroso percibir que nuestro entorno no tiene una imagen favorable de nosotros.

Ahora bien, esta “otredad” en cada uno de nosotros es algo que va llevándonos a adoptar una serie de mecanismos de defensa, una amplia gama de actitudes y formas de responder o reaccionar a las experiencias de vida. Es decir, cuando un niño nace, crece y se desenvuelve en un contexto social muy violento, en cuyo hogar puede vivenciar una angustia constante de ser agredidos por otros, o de ser sorprendidos en algo incorrecto y castigados, o de no tener lo necesario para subsistir, este niño o niña irá acoplando a sí mismo, irá mimetizándose, con los mismos mecanismos de defensa que ha aprendido de su ambiente. De esta forma, es claro que si el niño observa a sus padres defenderse de las agresiones de otros en forma violenta y aireada, incluso a veces con utilización de armas; este mismo niño también reaccionará de forma violenta cuando se vea inmerso en alguna conflictiva, por ejemplo con sus pares, y encontrará válido y justo reaccionar con gritos y golpes.

Y esto me lleva a pensar en la necesidad y urgencia de crear una conciencia social acerca de esta problemática, pues el nivel de angustia, depresión y agresividad en la población chilena es impresionante. Más aún, estudios internacionales señalan que cerca del 22% de la población infantojuvenil presenta algún trastorno de salud mental. Una cifra enorme, si además pensamos que el estudio recaba información más que nada en sectores escolarizados. Pero si abarcamos el total de la población que ha desertado de la escuela (número que lamentablemente no es pequeño, sobre todo entre jóvenes y adolescentes de sectores socioculturales vulnerables), nos daremos cuenta de que este número aumentará.

Y es el Otro quien tiene la capacidad de hacernos despertar, de llevarnos a convertirnos en quiénes realmente somos; es decir, a través del contacto con otro nos daremos cuenta de nuestra realidad, de nuestros vínculos y formas de relacionarnos y, tras volvernos conscientes de las falencias de todos (en tanto unidades organismo-entorno), podremos ser capaces de iniciar un proceso de cambio. En palabras de Jean-Marie Delacroix (psicoterapeuta gestáltico): “Nacer, por intermedio del roce con el otro, a lo que llevamos en nosotros y que aún no se ha revelado. Nacer, gracias al otro, a lo que somos profundamente, que no sabemos, que no sospechamos, que no esperamos y que a veces nos sorprende sorprendiendo al otro”.

Y es aquí donde está el meollo del asunto, lo central del papel que todos, en tanto “otros”, podemos desempeñar. La persona, cada uno de estos niños por ejemplo, pertenece no sólo a su círculo familiar o más inmediato (su calle, por decir); cada pequeño también forma parte de una otredad mucho mayor. A través de la educación que pueda recibir, de redes de apoyo en las que se encuentre inserto, incluso a través de los medios de comunicación, cada uno de estos niños puede tomar contacto con un Otro. Y llevar adelante un contacto que sea creador para todas las partes. Es a través de otro que vamos percibiendo quiénes somos, qué queremos ser y qué no queremos para nuestras vidas. A través del contacto con la otredad, con lo diferente, con lo novedoso, es como el ser humano crece y va evolucionando. Y esta es nuestra responsabilidad como sociedad. No se puede vivir con la conciencia tranquila sabiendo que hay un sector tan amplio de la población que vive con la angustia a flor de piel, esperando por un contacto creador, sanador, que les permita (y nos permita a todos) establecer y llevar adelante cambios fundamentales para la sociedad. Todo parte con no cerrar los ojos ante la realidad, sino aceptarla y comprender que la vida no es estática, sino que evoluciona y el cambio puede partir por cualquiera de nosotros, porque cada paso cuenta en esta travesía. La invitación está hecha a relacionarse con los otros, a enriquecer su existencia y la propia a través de un contacto respetuoso y afectuoso con quienes compartimos la realidad.

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2 Comentarios sobre “Renacimiento en la Otredad

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