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Hace cuatro años se rompió por primera vez lo que había sido la composición tradicional del Congreso Nacional, con la bendición del sistema electoral binominal, a partir de la irrupción de lo que se llamó entonces la Bancada Estudiantil por el origen de sus integrantes como lideres universitarios.

Del escándalo inicial por esos “jovencitos” que se negaban a usar corbata hemos llegado a que hasta los diputados de la Derecha ahora andan sin esa prenda, y sabemos que de esos cinco nuevos diputados tres ahora forman parte del Frente Amplio y dos se quedaron en las filas del Partido Comunista y de la Nueva Mayoría.

En el intertanto, cambió el sistema electoral binominal por uno proporcional y ninguno de los partidos tradicionales parece dispuesto a subsidiar ahora a esos jóvenes que aparecen como contrasistémicos y, por lo tanto, peligrosos o al menos sospechosos de serlo para la vieja guardia.

Aunque las circunstancias han cambiado de manera favorable para ellos, existe cierto consenso en que los jóvenes tienen que demostrar que su incorporación a la política “grande” ha sido justificada y que tienen derecho a mantener o mejorar su representación.  En ese sentido, existe cierto consenso en que el Frente Amplio tiene que obtener una votación superior al 10 por ciento y sacar más diputados de los tres que tiene en la actualidad.  Las dos diputadas del PC no entran en los cálculos porque forman parte ya de una organización tradicional.

En ese sentido, estas elecciones son su examen de grado para titularse como políticos legitimados por la ciudadanía y -a diferencia de la vez anterior en que recibieron ayuda del profesor que era la Nueva Mayoría- ahora que han elegido el camino de la autonomía el resultado dependerá de ellos solos.

Si logran aprobar, ganan el derecho a seguir trabajando por su sueño de renovar la política chilena (tarea que los políticos tradicionales aparentemente han preferido dejar de lado), pero si reprueban no es el fin del mundo.  No serán los primeros en tener ideales y comprobar que no basta con un puñado de buenas ideas para tener un rol importante en la vida política de un país, así como tampoco basta con ser buen administrador de lo que ya hay.

Es difícil salir de la adolescencia al mundo adulto y es una ventaja mantener el ímpetu juvenil a la vez de ganar la mayor capacidad de reflexión que viene con los años.  La balanza debe contener ambos aspectos y eso se demuestra con hechos y no simples declaraciones de intenciones.  Tanto en uno como en otro caso, pero hay que ganarse el derecho.

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