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Como cada año, desde   tiempos inmemoriales, la  comunidad se preparaba para comenzar la celebración de Anata. Las tarkas elevaban su sonido por el viento y les hablaban suavemente a las nubes para que no olvidaran su tarea y dejaran caer la lluvia.

Por las   callejuelas se deslizaban  algunas desordenadas notas. Habían escapado solitarias, queriendo adelantarse a las comparsas de  jóvenes y señoritas. Ellos  de sombrero y ellas,  con sus chales de lentejuelas y faldas con muchas enaguas,   impacientes por  girar. Los músicos entrenados, sus instrumentos relucientes y contentos.   En las casas, las  mesas  daban señales de  abundancia,  y  los niños conseguían monedas para comprar harina y challa para llenar sus talegas.

Y comenzó el Carnaval. Desenterraron a don Domingo Carnavalón. Lo   desempolvaron, arreglaron su sombrero  y  lo rodearon de serpentinas. Así, con don Domingo Carnavalón adelante, músicos y bailarines daban vueltas por las calles, con sus bailes y canciones, llenando cada rincón del pueblo.

Los  dos primeros días todo transcurría como siempre había sido, entre danzas y festejos, todos celebraban. Pero  llegado el tercer  día,  nadie supo bien lo que pasó. Los bailarines  tropezaban. Los músicos se quejaban. El  acordeón se había taimado, las tarkas no sonaban, el tambor golpeaba como loco y las enaguas de lss chicas se asomaban indiscretas por debajo de las faldas de terciopelo, como queriendo enterarse de algo.  Parecía que un  mal de ojo  hubiese alcanzado a las cosas y éstas, en su alzamiento, se aprovechaban  y   hacían lo que querían.

-¿Viste ese sombrerito?

-¿Ah? No. A mí la que me tiene loco es una enagua.   Se me cruza cada vez que el tambor  rebota  como casco  de caballo. No  sé qué tiene. Ya sé, solo es una enagua. Como otras tantas que he visto. Giran extendidas  como abanicos y la  mía… digo… la que me gusta, gira más alto. Más que ninguna.

-¡Ya! ¿En serio  dobladoque?  ¡Perdón! ¿En serio, don Acordeón? ¿No será una paloma la muy coqueta y lo tiene confundido?

-No. No compadre  Tarkita. Ella es una enagua hermosa.

El Alférez  escuchó la conversación,  no por indiscreto  sino por casualidad.  ¡Nadie imaginaba que los problemas del corazón tenían descoordinado al viejo acordeón!  ¡Esa era la razón! El acordeón  se había enamorado perdidamente de la enagua de María.

-¡Hay  que armar un casamiento!  -dijo  el Alférez. Las  señoritas de la comparsa se sonrojaron. Los jóvenes  se sintieron descubiertos. Cada uno miró a su novia sintiéndose convocados. El cura estaba feliz. Cada vez que llegaba al pueblo solo le tocaban funerales.  La oveja negra en un rincón,  balaba a  carcajadas pensando que su compadre,  el cordero gordo iba a ser invitado al casorio.  Todos sacaban sus propias conclusiones. Hasta el huarisuyo miraba las nubes y en sus ojos blancos  se dibujaban unas galletas  de quinoa y chocolate, las que recibía cada vez que llegaban visitas al pueblo. -¡Seré  rico! – pensaba mientras la baba chorreaba por su barbilla y largo cuello.

-El acordeón se casará con la enagua de  María.-dijo, por fin, el Alferez.

-¿Cómo?  -Protestaron los ancianos del pueblo. – ¡Los instrumentos se casan con los instrumentos!

Las aymaras feministas también opinaron  -¿Porque le han preguntado al acordeón y no a la enagua? -Está bien -dijo el Alferez -“Señorita enagua de María, ¡Se casaría usted con el señor Acordeón?

-¡Momento! -dijo María. -La enagua es mía. Me consultan a mi primero si quiero que mi enagua se case. ¡Respeten la propiedad ajena!

El Alférez se tomó la cabeza entre las manos y sin saber  qué hacer, pensó en suspender la celebración del Carnaval, pero era complicado. Así es que llamó a los ancianos del pueblo para pedir consejo.  Luego de conversar un buen rato, sentados alrededor de don Domingo Carnavalón,  preguntaron a todos los presentes

-¿Quién se quiere casar?  María levantó la mano y el dueño del acordeón también y aunque nunca habían estado de novios, se miraron  a los ojos  un buen rato.  María se acercó dando dos giros cortos y uno largo con su enagua que giraba como un remolino. -“Uh… Uh… Uuuuuuuuuuhhhh” –sonaban las tarkas, mientras el tambor  alentaba a su futura comadre.  La enagua, como toda  enagua, se asomó poco a poco y junto con su dueña, dieron el sí al casorio. Así fue que el Acordeón siguió dando sus notas, feliz y afinado,  el resto de sus días con su amada enagua de María.

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