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Uno de los cambios más importantes en la forma de hacer política es la relación que se da entre el dirigente y la ciudadanía.   Si antes bastaba con que el partido diera una instrucción para que todos los militantes, adherentes y simpatizantes la siguieran sin cuestionamientos, ahora el ciudadano quiere ser convencido.  No le bastan las instrucciones y requiere explicaciones.

Por eso resulta difícil poder afirmar que un partido determinado tiene un porcentaje asegurado en una elección, y menos cuando el porcentaje de militantes ha venido disminuyendo en forma sostenida en el tiempo.

Las personas están expuestas en la actualidad a muchas más fuentes de información y estás corresponden a todo el espectro político.   Son muy pocos los que han podido desarrollar la capacidad de hacer oídos sordos a lo que se transmite en los medios de comunicación, las redes sociales o la calle.   Lo usual es que, al menos, tenga la información necesaria para dejarse tentar por la duda de vez en cuando, incluso sabiendo la orientación partidista del origen de la información.

Aunque la prensa sea imperfecta y la información pueda ser más propaganda que hechos objetivos, el darse cuenta que un dato determinado es replicado por personas en las que se tiene confianza, o que la réplica a la acusación no sea del todo convincente, produce en la mente de las personas una creciente necesidad de tomar decisiones por sí mismo porque una de las primera necesidades del ser humano es reducir la falta de certeza.

Si la afirmación del dirigente antes era determinante, ahora es un elemento más a tomar en consideración, y ello lleva inevitablemente a que el pastor no pueda asegurar de modo efectivo un comportamiento determinado por parte de sus corderos.

El principal problema es la cantidad de información falsa que circula en todos los ámbitos.   El efecto del rumor es superior a cualquier antecedente serio y es muy difícil refutarlo y más aún evitar que produzca un efecto.

La propia decisión de algunos políticos de sumarse a la generación de información falsa y tendenciosa puede producir resultados imprevisibles, ya sea que sean descubiertos o no y es por eso que siempre resultaba preferible la honestidad y la transparencia al engaño y al afán de ocultar situaciones que en estos tiempos son imposibles de mantener escondidas.  No es que la gente sea más inteligente o educada que antes, sino que desconfía más y eso conduce a dudar de todo como una regla básica.

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