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La mejor forma de entender la decisión de la Democracia Cristiana de ir con candidato propio a la primera vuelta presidencial, sin participar en las primarias en el seno de la Nueva Mayoría, es recurrir a la figura del matrimonio.

Es un hecho sabido que las relaciones entre la esposa (la DC) y el marido (el resto de la Nueva Mayoría) no eran buenas, al menos desde el año 2008 cuando la DC expulsó a Adolfo Zaldívar privilegiando su entendimiento con la entonces Concertación, y menos desde que el esposo metió a una segunda mujer en el hogar común.  No había opciones.  Era la dignidad o humillarse para no tener que salir de la casa.

Como en todo matrimonio, cada uno de los esposos tiene parte de la culpa, pero el hecho es que las razones que llevaron a la unión (la derrota de la dictadura) se habían acabado en 1989 y desde entonces fue un matrimonio por conveniencia, para administrar el Gobierno y distribuirse los cargos públicos.

Sin embargo, como toda esposa que se siente humillada, la DC llegó a un punto en el que le resultaba más interesante recuperar la independencia que someterse a una unión que ya no se percibía como justa ni equilibrada.   Hay que recordar que en políticas las sensaciones son más importantes que los hechos, y que los hechos -como las estadísticas- siempre están sujetos a la interpretación que, por su naturaleza, es subjetiva.

La etapa que viene a continuación es el trámite del divorcio y la repartición de los bienes acumulados en 30 años de matrimonio.   Lo que no puede pretender la DC en su calidad de cónyuge que abandona el hogar es llevarse más de lo que le corresponde, y en ese contexto resulta lógico que una candidatura presidencial propia no va a ir acompañada de una lista común de candidatos al Parlamento.   Sería como que los esposos divorciados siguieran almorzando juntos, sin compartir las demás facetas de la vida conyugal.

Es evidente que la ruptura matrimonial beneficia a quienes no participaban del matrimonio, que ahora tienen nuevos divorciados con los que iniciar un romance, y es evidente también que los esposos separados tendrán que afrontar costos no previstos en los cálculos iniciales.

Pero lo que también es claro es que la esposa que se sentía maltratada en estos momentos experimenta el sabor de la libertad y la independencia.   El problema va a ser cuando quiera reestrenarse en sociedad como mujer libre e independiente y descubra que su valor ha mermado con los años de matrimonio.   Es probable que consiga una nueva pareja pero también es factible suponer que en algún momento tenga dudas respecto a si su decisión fue la correcta, y es lógico también esperar que extrañe al antiguo marido, el que estará sintiendo el mismo gozo de la recuperada libertad.   Sin embargo, estamos recién en la fase de las recriminaciones mutuas y los trámites de divorcio toman mucho tiempo.

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Alguien comentó sobre “El Precio de la Dignidad

  1. Muy ingeniosa la comparación. Quizás qué pasará con la esposa independiente, quizás con buen maquillaje e ideas frescas pueda conseguir votos de otros cónyuges decepcionados.

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