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Suele ser habitual que la clase política se defienda de las críticas que recibe argumentando que se trata de cuestionamientos irresponsables, ya sea porque se trata de ataques de dirigentes de otros partidos que tratan de obtener un provecho electoral, o de gente común que no tiene toda la información necesaria para fundamentar su crítica, como si careciera del derecho a cuestionar a los gobernantes.

Sea cual sea el caso, y al margen de la calidad objetiva  de la crítica, lo que se debe asumir es que una defensa que parte por descalificar el comentario que se hace sobre los actos propios es, en su esencia, irresponsable porque no se hace cargo del malestar ni de los eventuales errores propios, como si ser político lo pusiera a uno sobre las exigencias que se le hacen a los demás.

Lo prudente en las comunicaciones humanas es hacer el esfuerzo por rescatar las unidades de información que son claras y, en base a ellas, completar el mensaje.  Eso permite descartar las malas intencionalidades y los eventuales errores, pero requiere voluntad de quien es criticado.

La prudencia obliga también a que las respuestas sean serias y claras.   Descartar el cuestionamiento con salidas fáciles no contribuye a la credibilidad ni al prestigio del dirigente político.   Aunque él no entienda la crítica, la ciudadanía la comprende perfectamente y se da cuenta que el aludido está eludiendo una respuesta responsable.

En política, como en otros ámbitos de la sociedad, las relaciones se construyen a partir de la comunicación, y ciertamente tratar a la contraparte como un idiota o una persona malintencionada no ayuda a la comprensión.

En épocas de campañas electorales es esperable que la calidad del debate se reduzca más de lo habitual, ya que se trata de generar impresiones rápidas, atender todos los mensajes que circulan en la sociedad como si fuera una competencia y, a través de ello, construir una imagen, que es sobre lo que votan los electores que no han podido conversar en persona con el candidato o no han recibido información sobre sus ideas y postulados, es decir la gran mayoría de los ciudadanos.

Es evidente que el dirigente político y el candidato son quienes tienen la primera responsabilidad en establecer una comunicación clara, suficiente y respetuosa.   Son ellos los que quieren ser protagonistas del proceso político, y si bien los ciudadanos tienen la responsabilidad de procurarse todos los antecedentes necesarios para tomar una opción informada, se les hace difícil tener éxito en este propósito cuando las críticas son despachadas con la liviandad de quien no las considera importantes.

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