Compartir

Ay, mi Victoria, has abierto un río, un tormento, un espacio en el espacio, un secreto…

Me preguntas por Fernando, niña de mis ojos…

¿Cómo vivir sola la vida que fue de los dos?
¿La vida de las ideas, de las emociones?

(La vida única y rica que teníamos. No puedo vivir  ESA vida sin él. Entonces tuve que inventar otra. ¿Se puede? Hacemos como que no existió, construimos sobre la negación…)

Necesité de un tablón para sostenerme en el oscuro océano de tu ausencia….

Eso necesito….

Eso necesité…

Y tu ausencia era la ausencia de tanto más…. tanto más alimenticio, enjundioso.

No supe, no pude, Victoria, mía.

¿Cómo fue quedarme sin ti, sin todas esas palabras, sin toda esa emoción, esa adrenalina y fervor que emanaba de cada poro de tu piel? Ibas dejando rastros en la arena, yo ponía mis pies dentro de ellos y llegaba a lugares ocultos. En esos espacios de murmuraciones secretas, vivía mi libertad, mi mujer salvaje e indomesticada, la que agitaba las caderas mundos y salían historias, imágenes, caricias… era mi/yo que se fundía con un todos danzante….

¿Cómo fue quedarme sin tus manos desenredándome las ganas tan domadas?

Fue entre el arroz, la harina, el azúcar acaparadas por mi padre. La alacena oscura repleta de lo que faltaba en los estantes de las tiendas y almacenes de Chile para que a nosotros, LOS OTROS, no nos faltara nada….

para reventarlo todo…

para que el mundo explotara en mil oportunidades de ser feliz que quedaron vagando como astronauta perdido en el universo infinito.

Ahí me atrincabas de ese modo tuyo escandaloso, turgente.

Me metías las manos debajo del uniforme… me tapabas la boca con la risa para que nadie en la casona escuchara mis gemidos que salían galopando por mi boca. 1, 2, 3 gemidos incontrolables y los cachetes rojos.

Mis manos sin tu pelo….

¿Cómo explicarte Victoria si sólo eres una niña que encontró una foto escondida?

Tu pelo grueso, negro, ondulado, desatado como tú. Te lo tiraba porque me gustabas tanto que me daba rabia. Me gustabas entero…. Esa relación entre el brillo de tus ojos y el rosario de palabras que iban construyendo un mundo donde no cabía mi familia, dueña de este país desde siempre… ¡Era un mundo, una galaxia, una supernova,  tan distinta, como   tú!

Me gustaba que supieras arreglar enchufes, hacer arroz graneado (te quedaba mucho más graneado que a mi nana con uniforme). Me gustaba que cantaras, tan afinado y mal pronunciado, “All we are begging is give peace a chance” a pesar que adorabas a esos Quilapallunes serios y con ponchos negros. Me gustaba que durmieras con un almohadón entre las piernas, que durmieras sin taparte para hacerte duro y resistente, que te gustara lanzarte al mar sin freno, que te gustara comer almejas con limón directo de la concha, que te gustarán las marchas con millones de personas, que te gustara tanto todo…

¿Sabes Victoria cómo olía el mundo de mi negro?
Olía a pan y ajo y chancho y húmedo.
A braseros
a pata
a polvo
a cosas guardadas
a merluza
a chancho chino
a cosas sin lavar porque no hay agua, solo un pilón mucho más allá
A hierbas/romero/comino/pimienta
olor a fritanga y a chalecos y pelos con olor a fritanga.
A sopaipillas y cabros chicos.

…Las sopaipillas….

Las sopaipillas llegaban chorreando chancaca cuando la ventana se iba engalanando con pequeñas gotas transparentes, trémulas como mis pezones que se iban poniendo duros, ásperos, dulces para tus manos.

Tu dedo índice entraba en esa boca tuya amada… húmedo tocaba ese botón que abría todas mis puertas.

Con razón mi papá te odiaba. Nunca se echó saliva en los dedos para jugar con los pezones de mi madre.

(Creo que la nostalgia de mamá de lo que nunca conoció la hizo apoyarme, fugazmente, cuando te arrastraron lejos de mí.

La nostalgia de un cuerpo pez penetrado sin pausa y con insolencia amada, también, la hizo odiarme un tiempo, pero después, abrazarme, abrazarme mucho… mi niñita, mi niñita… cuando yo gemía como perra apaleada, noche tras noche… eso fue cuando te llevaron las jaurías que te arrastraron lejos de mí y del mundo… arrastrado a esos otros mundos secretos.)

Nuestros cuerpos tibios siempre estaban tañendo por el reencuentro. Ese gusto nuestro de ser campanas…

Después de los perros vino un tiempo en que miles de bichos, tan negros, tan negros y duros, reptaban, sin misericordia, por mi columna. Se instalaban en mi cuello…

…se suben a mi oreja, que otrora lamiste con tu lengua desquiciante. Mi oreja, el hogar de tu lengua buena para bailar los mil ritmos que iban emergiendo de tu corazón: El que no salta es momio, el pueblo unido, y la batea ea ea, el pueblo armado jamás será aplastado, pueblo, conciencia fusil, en las casitas del barrio alto mientras te recuerdo Amanda y palomita verte quiero, I cant get no, satisfaction.

Bichos de mierda
Bichos culiados
Miserables ellos, los duros,  me dicen sin compasión… nunca más, nunca más él.

Tu casa oreja se quedó vacía para siempre de ti y de tus sueños.

Nunca, siempre. Odio esas palabras desde que te arrancaron de mi lado.

“Quiero pololear contigo”, te dije, mientras me estiraba los calcetines azules del colegio. (Todas usábamos el mismo jumper, los mismos calcetines, la misma blusa blanca de cuello anguloso.)

“Bueno”, dijiste tú, “pero no tengo tiempo que perder en largas caminatas e idas al cine de pendejos o cajas de chocolate. Tiene que ser altiro, Toña pituca, porque yo me voy a morir.”

Yo, levantándome el uniforme azul que usábamos todas, me reí a carcajadas sin creerte nada.

“Eres un cascabel”, tú dices.

Y me volví a reír. ¿Quién podía ser un cascabel?, pensé. Me volví a reír mientras te sumabas a las carcajadas y me levantas por completo el jumper. Transpiro por el bigote  y tú me miras mi  calzón blanco de algodón.

¿Sabes, Victoria? Yo me subía al castaño frente a mi casa que quedaba en ese barrio donde casi todos querían verlo muerto.

Yo me subía, gata ágil, de un salto, agarrándome con mis garras, y subía, subía, subía hasta llegar a la luna y le gritaba hasta quedar muda para que mi voz lo alcanzara en las profundidades del bosque. “No te mueras, por favor, no te mueras aunque te maten, quédate, quédate para mí, Fernando mío.
¡Quédate!
Para mis manos
Para mi/tú oreja casa
Para mis humedades
Para mi mundo que se va modelando desde el brillo de tus ojos que miran al futuro que no fue.

No te mueras, no te mueras….

Todas las luces de las ventanas de todo el barrio se encendían…
Mi papá salía vuelto loco y me tiraba piedras que jamás me alcanzaron.
Mi mamá miraba por la rendija de su nostalgia.

Nunca
Siempre

Y tú, al fondo del mar.

Compartir

4 Comentarios sobre “¿Quién es él, abuela mía? #DestellosDeLaLuz

  1. Lo maravilloso para mi ha sido ver tu trabajo desde cerca, tu profesionalismo en dramaturgia en esa búsqueda tan paciente y profunda de lo que vivimos en la Unidad Popular, con ese ciclo de conferencias/reflexiones para indagar el eros de ese periodo alado. Si todo se hiciera así, con pasión, buscando el delirio de la belleza, el mundo sería un lugar mejor y la arrasadora utopía de la vida una realidad hermosa para todas las estirpes de Macondo ….

    1. Gracias Claudio…. en tiempos oscuros, hay que hacer esa delicada resistencia que nos permita seguir recordando la belleza de lo que somos y afirmando que ELLA existe y seguirá existiendo porque es nuestra verdadera naturaleza. ¡En eso estamos juntos!

  2. vamos Maluchita! a escribir esa obra que no se ha escrito, esa de cuando eramos jovenes y felices y ganosos de ser mejores y de cambiar el mundo, a escribir de esos 3 años que fueron tan intensos como una vida entera

Responder a mariel Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *