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Empieza marzo, y comienza el último año de la actual administración con la inevitable campaña política para definir a su reemplazante para los siguientes cuatro años.

En lugar de trabajar por el progreso del país, es presumible que los distintos sectores se acomoden en sus respectivas trincheras para defender o atacar al presente Gobierno, con el fin de quedar en mejor posición para las elecciones de diciembre próximo.

Los partidos políticos necesitan mantener el apoyo ciudadano y eso se mide en las elecciones.   Las encuestas son una aproximación valiosa, pero las elecciones son las que distribuyen de verdad el poder.   Es normal que fijen su atención en ese evento, pero de todos modos es conveniente prestar atención a las encuestas.  Si todas coinciden en asuntos como el desprestigio de la política y de los dirigentes, lo razonable es buscar las razones y hacer las correcciones pertinentes antes de pedir el voto.

A la ciudadanía le cuesta mantener su confianza y su disposición a participar con lo mínimo que se les pide a los responsables de conducir los destinos el país, si se dan cuenta que no se está haciendo este ejercicio de reflexión tan mínimo y básico como es reconocer el malestar existente por la corrupción y la falta de eficiencia. Pero cuando la gente ve que las campañas se hacen sobre la base de denostar al competidor en lugar de hacer propuestas y asumir compromisos serios de honorabilidad y eficiencia, la reacción lógica es la desconfianza y el desapego.

Enfrentamos una elección en un escenario más adecuado que nunca para los populismos, pero que al mismo tiempo es el momento perfecto para la gente seria y responsable.  No es un fenómeno en el que nuestro país sea un caso aislado.   Las críticas y quejas cruzan las fronteras porque el modelo político es el que no está siendo eficiente en un mundo en el que es fácil descubrir y difundir los abusos, pero en el que también parece sencillo inventar culpas y responsabilidades ajenas que no son reales, con el único fin de afectar las posibilidades electorales de la competencia.

En estas condiciones, el ciudadano responsable ya no es sólo el que se preocupa de ir a votar.   Debe ser también la persona que se informa con un sentido crítico, que no se expone solo a los medios de comunicación afines a su pensamiento, el que duda antes de creer y sólo reproduce las informaciones de las que tiene seguridad.

Ciudadano responsable es también quien exige a los candidatos el cumplimiento de sus promesas y una conducta irreprochable en todo ámbito, y que está dispuesto a fiscalizar  y a demandar las sanciones cuando corresponda hacerlo, sin dejarse seducir por discursos atractivos pero huecos.

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