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Ayer 20 de marzo se celebró el Día Internacional de la Felicidad, y me da mucha pena escribir un texto sobre lo enojados y tristes que estamos los chilenos. Pero creo que es muy necesario.

Chile es un país enojado y triste. En mi opinión, un país que está sucumbiendo a los poderes “oscuros” (porque creo que también hay poderes buenos), que lo único que quieren es controlar a la población, manteniéndonos en un estado de odio profundo contra todo y todos, en un estado de aburrimiento, decaimiento y decepción constante que sólo sirve a “los malos” para mantener su control y manipulación.

Por lo mismo, este texto es para levantar una cruzada. No podemos dejar que ellos nos controlen. No podemos dejar que nuestro ánimo, nuestra felicidad, y por consecuencia nuestro bienestar, dependa de las decisiones y acciones estatales o empresariales. Por supuesto que influyen (¡y mucho!), pero si dejamos que eso determine nuestra felicidad, que interfiera en nuestro estado de ánimo colectivo y en nuestra forma de ver la vida, entonces dejaremos que ellos ganen.  Y siento que eso está pasando.

Y no hablo sólo de cambiar nuestra actitud en redes sociales -que por naturaleza son un amplio repositorio de alegatos y pataletas- hablo de las acciones cotidianas, del estado de ánimo general y del discurso que nos acompaña desde que despertamos hasta que apagamos la luz del velador.

 

Sobre la celebración…

La Asamblea General de la ONU declaró el 20 de marzo como el Día Mundial de la Felicidad en el año 2012, reconociendo “la felicidad y el bienestar como objetivos universales y aspiraciones en la vida de los seres humanos en todo el mundo”. Objetivos que –a mi parecer- no podemos dejar en manos de unos pocos. La felicidad y el bienestar son una construcción de todos, y somos las personas y los sistemas humanos los que podemos cambiar el relato-país.

Según el estudio anual –que entregó a Noruega el primer lugar- las variables que determinan el nivel de felicidad de cada país van desde la generosidad, las redes de apoyo y la libertad de decisión hasta las condiciones de vida saludable y el nivel económico. Es decir, no todo es plata.

“Como se ha demostrado para muchos países, este informe proporciona evidencia de que la felicidad es el resultado de la creación de fuertes bases sociales. Es momento de construir la confianza social y una vida sana, no armas ni muros”, dijo Jeffrey Sachs, coeditor del informe y director del Earth Institute de la Universidad de Columbia, en un reportaje publicado hoy por la CNN.

¿Y qué pasa con Chile?

Claramente, estamos muy lejos de ser Noruega. No sólo porque tenemos una historia muy distinta, porque tenemos diferentes desafíos socio-geográficos o porque aún falta mucho para volver a recuperar aquellas “bases sociales” de las que habla el estudio. Yo creo que no somos Noruega porque somos Chile, y como chilenos, tenemos una historia que ha formado un perfil social sumamente especial, que tiene componentes únicos y específicos. Pero claro, cada país tiene eso ¿no?

Todos tenemos una especificidad, pero no en todos los países vemos que la avaricia, la falta de generosidad y la crítica tienen más poder e importancia que los valores y actos positivos del colectivo país. ¿Cómo explicamos eso?

Sin duda, muchos volverán la mirada al pasado y dirán que somos un país roto, que la Concertación nos mintió y que la alegría nunca llegó. Y es cierto.

Hay otros que atribuirán las culpas a la nefasta unión de empresa/gobierno y a la incapacidad de nuestros mal llamados “líderes” de separar el poder político del económico. Y también es cierto.

Hay otros que además culparán a los medios de comunicación, que en su afán por vender se han convertido en panfletarios amarillistas alejados de la realidad, o más bien centrados en micro-realidades que solo a unos pocos le importan. Lo que a mi juicio, también es verdad.

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Teorías hay miles y la mayoría me parecen bastante acertadas. Pero sinceramente no me siento capacitada para resolver un acertijo que ha ido alimentando el enojo colectivo a niveles realmente insanos. Mi propuesta, más allá de resolver el por qué del malestar de la sociedad chilena, busca proponer un nuevo enfoque. Uno en el que las personas, como individuos independientes y a su vez, partes de un colectivo social, hagamos los esfuerzos necesarios por cambiar la densa nube de humo que no nos deja salir de este estado de odio generalizado.

Una de las cosas que he aprendido este último tiempo, es que tenemos que ser capaces de soltar las variables de las cuales no podemos hacernos cargo. Si no tienes control, entonces déjalo ir. Por lo mismo, y como la gran mayoría de nosotros no tenemos control sobre las decisiones o el actuar político, ni tampoco sobre el actuar del mundo empresarial (que lamentablemente incluye a la mayoría de los medios de comunicación), tenemos que poner el foco en otros ámbitos, en escenarios en donde sí tenemos control, en donde sí podemos hacer un cambio. Y eso parte por la esfera personal.
Me encanta pensar en la sociedad con un enfoque sistémico, en donde desde lo micro podemos cambiar lo macro. Por lo mismo, creo que es fundamental comenzar por la partícula, porque el poder que puede tener una sola unidad en el sistema completo puede llegar a ser –positivamente- brutal. Por eso, aunque suene cursi y repetido, el cambio parte por uno.

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Lo positivo se contagia

Lo negativo, lamentablemente también. Pero la apuesta responde a la lógica de que lo positivo es sustentable, se mantiene en el tiempo y puede llegar a modificar conductas aprendidas que pensábamos no podríamos cambiar.

Si comenzamos a pensar distinto, podremos cambiar nuestras acciones. Hay estudios que avalan que un pensamiento positivo puede incluso sanar enfermedades. La mente es muy poderosa, tanto que cuando se “reprograma” de manera positiva (por ejemplo a través de Mindfulness), puede regular las hormonas que nos mantienen en estado de alerta o estrés constante y que nos acercan a los pensamientos negativos, ansiosos y/o depresivos. En resumen, pensando y actuando de manera más positiva, podemos generar cambios reales en nuestro estado de bienestar, y contagiar a otros con un relato que no niega lo malo, pero que aporta un aire nuevo al repetido discurso del país enojado.

Lo mismo pasa con el lenguaje y con la manera en que nos estamos expresando. Lo que verbalizamos es lo que vivimos (el leguaje crea realidades) y si mantenemos nuestro discurso en un tono oscuro, probablemente nos situemos en nuestro propio mundo negativo. La realidad que vivimos es –en gran parte- la realidad que verbalizamos,  y me parece que lamentablemente, el relato odioso ha logrado superar al discurso positivo. ¿No les parece raro que a vista de los extranjeros Chile sea un buen país para vivir, y a ojos de los chilenos, sea una mierda? Probablemente sea por el relato, por el poder de la palabra y lo que ella crea como realidad.

Hagan el ejercicio de salir a la calle y ver el país con ojos extranjeros, sin contaminarse del discurso colectivo, de la rabia acumulada y del enojo a flor de piel. De seguro van a descubrir muchas cosas agradables, lugares hermosos y condiciones positivas que antes no eran capaces de ver. Yo lo he hecho, y de verdad, es así. No por nada salimos en lugar 20 en el mismo estudio sobre países y felicidad que les mencioné al principio.

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¿Entonces…qué hacemos para cambiar? ¿Cómo cambiamos el discurso colectivo?

Creyendo que lo que hacemos afecta a un todo. Cambiando de a poco nuestras actitudes y opiniones. Convirtiéndonos en una especie de “embajadores” de este movimiento positivo, ya sea en nuestras conversaciones familiares, con amigos, en nuestros trabajos y también –y con más énfasis- en nuestras redes sociales, que sabemos amplifican y potencian los relatos.

Los invito a reflexionar sobre este tema. Los invito a pensar en la posibilidad de un cambio. No quiero que nos hagamos “los locos” frente a las injusticias, las malas gestiones, las decisiones arbitrarias y los escándalos nacionales. La invitación, es que eso no tiña nuestras acciones y nuestras opiniones de un tono oscuro, que a los únicos que beneficia es a esos poderosos que quieren mantenernos en este modo negativo, para seguir haciendo de las suyas en nuestro país.

Sé que suena a superhéroes y villanos, pero creo profundamente en que hay mucho de eso en nuestra realidad. Seamos los buenos. No dejemos que los malos lo logren. Tenemos todo para ganar.

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